En el artículo de la quincena pasada proponía la tarea de elevarse sobre el presente y atreverse a pensar el futuro con visión de largo plazo. Sin perder la perspectiva de las grandes preocupaciones de la humanidad de hoy y de sus consecuencias para cada grupo humano, pensar el país con visión de largo plazo supone plantear temas nuevos u olvidados o volver sobre otros, ya para reafirmarlos, ya también para desmitificarlos o deslastrarlos del peso de lo dado, de lo aceptado, de lo intocable.

Cumplir este propósito supone dos condiciones: la de visionario y la del planificador. De lo que estamos urgidos es, ciertamente, de visionarios, con su aporte de ambición, de capacidad de anticipación, de propuesta de grandes objetivos, pero también de planificadores que consideren esos objetivos y los inscriban en las limitaciones de la realidad. Es esa convergencia la que suma las fuerzas de la ambición con las del realismo, la que supera tanto los empeños del voluntarismo como la regresión de la nostalgia o, peor, la tentación de repetir el pasado.

En la perspectiva de Venezuela se impone renovar, cambiar, alterar al menos tres visiones fundamentales: una que toca más lo económico y de consecuencia social, otra lo cultural y otra lo político. Uno de los nuevos paradigmas del futuro es la perspectiva del ocaso a plazo no muy largo del predominio de los combustibles fósiles. Leída desde Venezuela, esta perspectiva anuncia una etapa en la cual lo que considerábamos nuestra gran riqueza dejará de tener el peso que tenía. Visto en el ámbito cultural, el dato económico impone una nueva visión: nuestra verdadera riqueza, la prioritaria, la propia, la no dependiente, no reside en la naturaleza. Reside en cada persona, en cada ciudadano, en su trabajo. Asumirlo de esta manera abre paso a una consecuencia de primer orden en lo político: la nueva dimensión del Estado, responsable por el imperio de la ley y el respeto de los derechos humanos, conformado para servir a la sociedad no para su dominio o control, vigilante pero no interventor.

Si tuviera que mencionar cinco temas sobre los cuales habría que pensar en Venezuela con visión de largo plazo me atrevería a citar la educación, las fuerzas armadas, los servicios públicos, el rol de la clase media profesional, la preservación del ambiente. Asombra la unanimidad con la que se asume la importancia indiscutible de la educación. El reto no es ya solo recuperarla y lograr los niveles deseados de calidad; ahora es responder a la nueva visión del mundo y transformarse en función de la velocidad de los cambios. Respecto de las fuerzas armadas, las deformaciones en su concepción o en su operación las han conducido al gigantismo en el gasto, a la desviación de sus funciones, a la expansión de su espacio de acción natural, limitados a la defensa de la seguridad y de la integridad del territorio, no al ejercicio del poder político.

Pensar el tema de los servicios públicos es plantearse la participación del Estado y de los particulares o de esquemas compartidos. Es preguntarse por su financiamiento y la respuesta a los contribuyentes. Es asumirlos como base y condición para la calidad de vida, las actividades económicas, la competitividad nacional, el funcionamiento mismo de la vida social.

Si la verdadera riqueza del país está en los ciudadanos, recuperar el rol de la clase media profesional se inserta con todo derecho en los grandes temas del futuro. Su recuperación va más allá de nuestra mejor experiencia del pasado. No hay visión de grandeza sostenible sin una clase profesional –universitaria, técnica, obrera- bien preparada, productiva y reconocida socialmente. Finalmente, no hay manera de que un país marche al ritmo del mundo sin conciencia de la preservación del ambiente y sin una inteligente y activa acción para lograrlo. Cualquier visión sobre el tema no podría menos que abarcar al menos dos aspectos: reparar el daño y prevenirlo.

Estos y otros temas están reclamando la reflexión nacional, la de cada uno pero sobre todo la compartida, la de los mejores, la de quienes tienen más que aportar. Hacerlo es condición necesaria para superar la desesperanza.

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