Izquierda: Fugas de gas en el Golfo de Venezuela. Derecha: área de extensión de la pista en Los Roques. Imágenes tomadas de la cuenta X @diodon321

Por José «Pepe» Cárdenas

Hace algunos días, oí de boca de un reconocido tank thinker que la educación no es más que la transmisión, a la generación subsiguiente, de una estructura de organización que ha sido funcional para la generación precedente, es decir, aquella que la transmite, aquella que educa.

Esta definición contiene una lógica irrebatible: enseñamos lo que sabemos; pero también significa que esta transmisión de saberes, en el momento de hacerla, ya es pasado; y eso nos amarra, más o menos conscientemente, a modelos prexistentes de orden social, de producción y de consumo… y de interacción con el ambiente, y hace que el futuro, siendo incierto, no nos exija nada claro, ningún cambio concreto en nuestro comportamiento cotidiano y a mayor plazo para enfrentar el porvenir, en tanto que individuos y como sociedad. De allí, quizás, parte de nuestra dificultad, a cada uno y al conjunto, para entender, asumir y actuar de cara al cambio climático y a sus ya sentidas expresiones de carácter catastrófico en muchos y más frecuentes casos. En una palabra, todo lo anterior puede traducirse como parálisis. ¿Qué tan efectivas, en la práctica, han sido las 27 COP que ha habido desde aquella ya lejana primera edición del 92 en Brasil? La realidad es que, al final, cada quien termina haciendo lo que le conviene localmente (más carbón en Alemania, más nuclear en Francia, más petróleo en China, en India, más transporte aéreo y más consumo de energía fósil que nunca), mientras intentamos confortarnos con soluciones tecnológicas de generación de energías «renovables» que algún día llegarán, pero no nos detenemos a pensar en la enorme diferencia que hay en la capacidad de proveer energía de un metro cúbico de aire empujando unas palas o unas velas, y un m3 de petróleo quemándose en los cilindros de un motor térmico, y que migrar de una fuente a otra es solo un tema de adaptación indolora.

Al mismo tiempo, aquí en nuestro patio, más allá de alguna chatarra argumentativa esgrimida por algunos funcionarios en discursos estentóreos en foros internacionales sobre nuestro compromiso con el futuro de la Tierra y de la humanidad (pero que no sacan la cuenta que, por ejemplo, rápidamente sacó un estimado colega, según la cual se requeriría dejar pelones a más de 600 mil personas para retirar el petróleo que contamina la superficie del lago de Maracaibo), los derrames de hidrocarburos continúan, una de las fugas de gas en el golfo de Venezuela cumple más de un año, y, para no hacer aquí una lista interminable de desmanes, cierro con la reciente inauguración de una cantera en el PN Los Roques, para ahogar y cubrir praderas de talasia y arrecifes (fondos biogénicos de altísima sensibilidad y relevancia por sus servicios ecosistémicos) con la pretensión de prolongar una ¡pista de aterrizaje!

El mundo padece parálisis, de un accionar tímido e inefectivo para, si acaso, atenuar lo que se viene en las próximas décadas. Nosotros no; nosotros no estamos paralizados… nosotros retrocedemos.

Nota complementaria de la coordinación del espacio

Propuesta de mejora:

El artículo de Pepe Cárdenas resultó ser uno de los mejores escritos que recibimos de nuestros colaboradores, especialmente en un momento en el que el mundo mira con escepticismo la celebración de la COP 28 en Dubái. Sin duda, los pocos acuerdos alcanzados en dicho evento serán de gran importancia para el mundo y, en particular, para aquellos que trabajamos en temas medioambientales.

Sin embargo, a pesar de estar de acuerdo con Cárdenas en muchos aspectos, seguimos perplejos ante las paradojas a las que asistimos. ¿Puede un país considerado uno de los más ricos del mundo debido a su extracción y procesamiento de petróleo realmente promover la descarbonización y ser sede de una COP? ¿Es posible que una conferencia como la COP avance en acuerdos mientras presenciamos un aumento de las guerras, algunas de las cuales son las peores desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, como forma de resolver conflictos entre seres humanos?

¿Son las guerras avances para detener el cambio climático o, por el contrario, las están acelerando a niveles inesperados? Siempre se nos ha dicho que las generaciones futuras serían las víctimas del cambio climático debido a la inoperancia de la nuestra. Sin embargo, ahora nos enfrentamos a ese cambio de frente y países como Venezuela se ven especialmente afectados por la multiplicación de desastres hidrometeorológicos y prolongadas sequías, sin mencionar otros casos olvidados como Haití, expuesto a más huracanes y crisis socioambientales que nunca antes.

Mientras tanto, los venezolanos que residen en España y trabajamos en estos temas, observamos que aquí las cosas no son fáciles, ya que la desertificación avanza (ya alcanza 74% del territorio español) y las olas de calor, los incendios forestales y las sequías son temas cotidianos, incluso con problemas de abastecimiento de agua en diversas partes del país. Sin embargo, al menos aquí nos enteramos de que, ya sea debido a presiones de la Comisión Europea u otras instancias similares, los enemigos políticos del gobierno central (PSOE y Sumar) y de Andalucía (PP con apoyo de Vox) han logrado llegar a un acuerdo in extremis para proteger la famosa reserva natural de Doñana, que ha estado amenazada por iniciativas antiambientales en los últimos años. Además, vemos que importantes leyes, políticas e iniciativas medioambientales logran avanzar, a pesar de las críticas y controversias que puedan surgir.

Al observar la situación actual, particularmente en Israel y Palestina en las últimas semanas, donde el presidente de España ha expresado dudas sobre si los bombardeos están de acuerdo con el Derecho Internacional Humanitario, aunque entiende el dolor y el horror de los hogares israelíes afectados por los ataques del 7 de octubre, agradecemos a Dios que vivamos en un Estado de Derecho y una democracia liberal. Eso es precisamente lo que deseamos para Venezuela y, sinceramente, rogamos a los españoles que sepan apreciar y preservar estas cualidades. Mientras escribimos esto, no sabemos si el referéndum sobre el Esequibo es lo que la Corte Internacional de Justicia pretendía frenar con su reciente sentencia. La disputa fronteriza en el este de Venezuela es otra guerra que deseamos evitar. El Acuerdo de Ginebra de 1966 es un producto de un país gobernado por una democracia liberal, con todas sus imperfecciones, pero con un mayor respeto por el Estado de Derecho. Así era Venezuela en 1966. Gracias por leer nuestro artículo.


Ambiente, Situación y retos es un espacio de El Nacional coordinado por Pablo Kaplún Hirsz

[email protected] y www.movimientoser.wordpress.com


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