Con el fin del 2023 a la vuelta de la esquina, cabe preguntarse si el año que entra podremos ver un panorama mas claro en la batalla de China y Estados Unidos por la primacía global. Ya para nadie es un secreto que Xi Jinping, después de haber logrado en su país una expansión inigualable y haber extraído a cientos de millones de ciudadanos de la pobreza, después de haberse hecho presente en los cuatro puntos cardinales del planeta a través de un programa colosal y agresivo de inversiones, después de haber desarrollado proyectos de avanzada para convertirse en la gran potencia tecnológica en pocos años, después de haber sorteado con relativo éxito el impacto de una pandemia planetaria y de haber dotado a sus relaciones comerciales externas de elementos novedosos para estar cada vez más cerca del consumidor, después de haber podido convivir con el impacto de las sanciones impuestas por otras grandes potencias, ha conseguido sembrarse eficientemente en cada uno de los cinco continentes y gozar de una presencia económica y política destacada, al punto de disputarle a Washington el liderazgo mundial.

¿Cambiará esto dentro del corto plazo o asistiremos a un repliegue estratégico del gigante asiático de manera de tomar un nuevo impulso, siempre dentro del propósito de alcanzar el lugar dominante, y mantenerse en él en los años por venir? ¿O nos encontraremos frente a un divorcio más o menos convenido en el que cada uno de los dos líderes -Estados Unidos y China- tenderá hacia una especialización, una reducción de su interdependencia en búsqueda de un área de excelencia exclusiva dentro de la cual cada uno cuidaría de no permitir el libre acceso del contrincante?

No pareciera que Estados Unidos sería proclive a un tácito entendimiento de ese género. La Secretaria del Tesoro estadounidense en noviembre pasado aseguraba que una fractura de las dos más grandes economías tendría efectos desastrosos que su país no desearía asumir. Lo que parece más evidente, pues, es que cada uno de los colosos no retorne a la era del proteccionismo, pero sí continúe en su empeño por reducir su dependencia del otro.

Hay algo incontestable y es que la globalización ha dejado de ser aquel estado de cosas del que cada uno de los gigantes extraía un beneficio: una expansión comercial de proporciones superlativas, economías de escala interrelacionadas y crecimiento vigoroso sin inflación, algo que ocurrió sin mayor turbulencia hasta poco antes de la llegada de Xi a lo más alto del poder. Pekín, en la era Xi, no solo ha probado las mieles del poder global. Hoy en día lo necesita imperativamente frente a la intranquilidad social que se viene gestando en su seno. China no renunciará, ni con las riendas de Xi ni con las de otro líder a expandir su huella planetaria. De ello depende su crecimiento interno y su estabilidad.

A Estados Unidos, por su parte, lo veremos haciendo esfuerzos denodados por reubicar las cadenas de suministro que impactan sus industrias y manteniendo una vigilancia extrema sobre los subsidios chinos que impactan sus operaciones vitales a escala planetaria y sobre el robo de su tecnología.

Todo lo anterior nos lleva a atisbar, a partir de 2024, una nueva forma de multilateralismo en la que la geofragmentación preconizada por el Fondo Monetario Internacional ocupará un rol relevante … y la política llevará la voz cantante.


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