En el mejor de los casos, constituye una flagrante equivocación la posición de quienes llaman a votar bajo las condiciones actuales del país, creyendo que esa convocatoria puede inducir a la gente a participar masivamente en las próximas elecciones de diciembre. Ello pone de manifiesto una pobre opinión y un escaso conocimiento del pueblo venezolano. Quienes sostienen esa postura vaticinan un triunfo opositor si se produce una asistencia masiva al evento, basándose en el hecho de que la inmensa mayoría del país rechaza al régimen madurista y quiere desesperadamente un cambio político radical.

Lo único cierto del razonamiento anterior es la parte final que se refiere al rechazo mayoritario hacia el régimen y el deseo general de un cambio político. Pero es totalmente incierto que un llamado a votar, aún por parte de los dirigentes opositores legítimos no comprometidos con el régimen, pueda mover a la mayoría de los votantes a ejercer el sufragio en las próximas elecciones. Ese llamamiento lo más que podría lograr es mover a una parte de la militancia de los partidos de oposición, aún de los que han sido intervenidos por el Gobierno, pero no a la mayoría silenciosa ultrajada e incrédula, víctima de las acciones arteras del régimen, que en su afán de inhabilitar el instrumento opositor más valioso, el voto popular, terminó asesinándolo.

Una convocatoria a votar sería muy válida si los partidos de oposición se hubieran mantenido unidos bajo una misma identidad, con una sola tarjeta electoral, con planchas unitarias y candidatos escogidos por consenso, como se hizo en  diciembre de 2015 con el magnífico resultado que todos conocemos. Pero en las actuales circunstancias eso es imposible, dado el estado de desunión y pugnacidad que reina en el campo opositor, situación inducida por el régimen dictatorial pero facilitada también por la inexperiencia, la ingenuidad, la debilidad y el egoísmo de muchos de los dirigentes opositores, condiciones no adecuadas para enfrentar eficientemente a un régimen de la calaña del chavismo.

El pueblo venezolano está desilusionado, molesto y distante con respecto al gobierno y  a la oposición. Se pregunta, con toda razón, por qué tendría que votar hoy bajo las mismas condiciones cuando ya lo hizo en 2015 obteniendo los dos tercios de la Asamblea Nacional y el régimen madurista, con el mayor descaro de toda la historia nacional le arrebató el triunfo, sometiendo a la inacción a ese Poder Legislativo, máximo exponente de la soberanía nacional, mediante decisiones del Tribunal Supremo de Justicia, poder constituido de segundo grado tomado por asalto por la pandilla gobernante inmediatamente después de perder aquellas elecciones.

Dada la situación de irrespeto del régimen por los procesos electorales y el estado de deslealtad y particularismo que rige en el lado opositor, ¿cómo se puede pensar que una convocatoria a votar puede mover a la mayoría de los venezolanos? El chavismo, entre los muchos males que ha ocasionado al país, suma también en su expediente criminal la ejecución extrajudicial del voto y la muerte violenta del fervor electoral, tan típico del venezolano. Será muy difícil, bajo esta dictadura militar sui géneris, resucitar esos valores, salvo que en algún momento no lejano se produzca algo parecido a lo ocurrido en 1958, conocido como el “espíritu del 23 de enero”, cuando la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez se derrumbó por la acción combinada del pueblo venezolano y de las fuerzas armadas democráticas de la época.


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