Creo que un problema cada vez más importante en nuestros días y, en diversa medida por supuesto, en el orbe entero es el de la información, el periodismo para simplificar. Frecuentemente el tópico se reduce al de la libertad de expresión, pero diría que hay ángulos que se pueden tocar sin avocarse al más amplio e ideológico nivel de esta. Que implica hasta desarrollar el problema de las distintas, a menudo contradictorias, concepciones de la libertad de expresión. A no ser porque suponen el oscuro dilema humano de la libertad, milenario y por ahora inagotable.

No vamos tampoco a entrar en el problema venezolano, esa criminal modalidad nativa de  coartar el derecho a decir lo que se piensa. Baste solo pensar en el descuartizamiento de esta empresa, donde escribo, hasta cortarle las cuerdas vocales y privarla de su casa. Este que ha sido, digo yo, en su época de esplendor, el mejor diario de América Latina

La cosa es más modesta pues, pinceladas, y probablemente condicionadas por vivir en ese país barbarizado, material y espiritualmente. Pero sí, sé que existe The New York Times, The Guardian, El País, la BBC y otros  ejemplos de buen periodismo. Pero creo que se han multiplicado los abismos de la información. ¿No dicen muchos que vivimos en la era de la posverdad, cosa que creo si se la considera una degeneración cuantitativa y no una mutación epistemológica? ¿Y si vivimos asediados de mentirosos y mentiras en cantidades inmensas, estos no dan lugar a una catástrofe comunicacional inédita? Pareciera una obviedad.

A lo que se pudiese sumar las redes, cloacas de la información –no las adjetivo yo, es Umberto Eco- no solo bárbara aminoramiento de la información sino plenas de disparates de los idiotas del pueblo (de nuevo el maestro Eco) o diabólicas campañas a lo Putin. Y esas descomunales maquinarias de poder en manos de sujetos como ese siniestro y ridículo nuevo propietario de Twitter.

Pero desde los peligros de la tecnología comunicacional al manifiesto y creciente deterioro moral generalizado de la vida pública hay algo más que añadir a esta situación y es la presión censora y coaccionante, ya no la habitual de los dueños de los medios y su clientela publicitaria o de los gobiernos más o menos despóticos, sino de sectores comerciales y criminales como nunca poderosos capaces de usar cualquier arma para imponer sus intereses. Muy variadas, desde las campañas para vender medicamentos dañinos bajo el disfraz de la seudociencia, con su saldo fatal, hasta la presión del narcotráfico, ese poder de poderes.

Y no quiero dejar de señalar como efecto particularmente doloroso de estas intervenciones la persecución y asesinato impune de periodistas, tal el caso tristemente emblemático del México del delirante de AMLO o la orgía represiva de la dictadura nicaragüense, para no ir demasiado lejos geográficamente.


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