Conocí a Asdrúbal Baptista cuando era estudiante de Ingeniería Industrial y formé parte de la Cátedra de Honor de la UCAB, en 1999, cuando Venezuela cerraba el siglo XX, al que tanto pensamiento le dedicó por ser tiempo del petróleo. A esa edad, nunca había visto a nadie leer griego y luego traducirlo, y recuerdo le comenté que estaba leyendo Memorias de Adriano, y me dirigió la misma mirada que por muchos años me dirigiría cuando había dicho algo, que detonaba alguna conversación corta en tiempo, pero densa por sus implicaciones en cuanto a ideas.

Luego, cuando ingresé en el IESA a estudiar la Maestría en Finanzas, la última materia que inscribí antes de graduarme era una electiva que llevaba por nombre “Sabiduría para el liderazgo”, dictada por él, y en la primera sesión al escucharle hablar de Manetho, sacerdote egipcio del siglo III a.C. que reconstruyó la cronología de las dinastías egipcias, recitar de memoria las civilizaciones de las cuales habla Toynbee, pasearnos por el tiempo de la dinastía de los Antoninos en Roma, o de entrar en un soliloquio digno de Shakespeare, y preguntarse “¿qué es la verdad?”, para muchos que estábamos ahí, y suponíamos que era una clase de gerencia más, reparamos en que era un parteaguas, para muchos, en nuestras vidas. Así, se nos hacía evidente que estábamos frente a un sabio, que hablaba sobre la felicidad a través de la Ética Nicomaquea de Aristóteles, del poder a través del Ricardo III de Shakespeare, sobre la vida a través del Macbeth, también del Bardo de Stratford-upon-Avon, o que se conmovía casi hasta las lágrimas recitando a Antonio Machado o a San Juan de la Cruz.

Lo más sorprendente es que luego de todo ese recorrido por lo complejo de la historia y la cultura de Occidente, terminara aterrizando en el país que era Venezuela al entrar al siglo XX, y al adentrarse en la materia petrolera, resultaba en una experiencia transformadora en todo sentido, ya que permitía aprender que Venezuela se había uncido al carro de Occidente amén del petróleo.

Luego de egresar y firmar mi título, pasaron los años, me fui a estudiar Economía e Historia a la Universidad de Utrecht, en los Países Bajos, carteándome con él desde allá, ya que había dedicado mis estudios a estudiar el petróleo desde una perspectiva poco tratada en la historiografía venezolana, la historia empresarial, tema que le resultaba de interés porque su teoría, la del capitalismo rentístico, consideraba que necesitaba ahora de los historiadores, que tan poca atención le habían dedicado al petróleo.

Finalizando mis estudios en Utrecht, durante el Congreso Mundial de Historia Económica, tuve el privilegio de tener una conversación con Angus Maddison, el padre de las cuentas nacionales, y en algún momento me miró y me dijo: “¿Tú eres venezolano, cierto?” A lo cual asentí, y ahí miró a lo lejos y me dijo: “Hay un venezolano muy brillante que trabaja las cuentas nacionales, pero ahora no recuerdo su nombre”. La verdad, yo tampoco lo recordaba, pero al volver a Venezuela y encontrarme que una obra del profesor Baptista había sido prologada por el mismísimo Maddison, me hizo recordar ese episodio y reconocer que ese venezolano brillante era Asdrúbal Baptista.

Fue un gran promotor de mi incursión en la historia empresarial y de mi carrera académica, invitándome a escribir una columna que titulé “Empresas, petróleo y gerencia” sobre esta materia en una revista que con mucha devoción editó, y que supone uno de los proyectos más hermosos para la difusión de la historia de Venezuela: editar una revista de colección con autores de primera línea dedicada a nuestra historia, a la cual tituló El Desafío de la Historia, junto con su sobrino Crisanto Bello.

Durante años, en mis visitas al IESA, primero como egresado, y luego como profesor invitado, siempre al ver la puerta entreabierta de su oficina, me acercaba a saludarle, ya que entrar allí y verle de riguroso traje y corbata como el scholar británico-merideño que era, semejaba entrar en el reino de un sabio, una biblioteca que era una joya plena de clásicos, porque como siempre me repetía: “Alejandro, tienes que leer los clásicos, allí reposa la sabiduría, tal como una vieja sabia me enseñó en Inglaterra”, y esa visita daba lugar a conversaciones cortas en tiempo pero en extremo densas, en las que nunca faltaban sus fieles de la balanza, Smith, Hegel y Marx, y siempre pendientes de continuar en otro momento, ya que debía volver a sus números, y estaba bien que lo hiciera, porque en esos números, como él me enseñó, estaba el pulso de la historia de Venezuela para quien quisiera tomarse la molestia de entrar en ellos.

El profesor Baptista me privilegió con su amistad y confianza, invitándome a presentar varias de sus obras, como su audiovisual de Introducción al pensamiento económico en el IESA o la Suma del pensar venezolano en Fundación Polar. Sin embargo, siempre me advirtió: “No me menciones” y “recuerda que siempre debes ir con la humildad por delante”, y tal vez por ello es que me siento en deuda para escribir estas líneas, porque para no vulnerar su solicitud, jamás pude decirle públicamente a uno de los economistas más importantes de Venezuela en su historia, la gran admiración que le tenía, le tengo y le tendré, a mi maestro.

Las dos últimas veces que le vi fue en un gratísimo almuerzo y tertulia en casa de un amigo mutuo para hablar sobre el tiempo y obra de Santos Michelena, y luego un buen día me invitó a un desayuno donde muy solemnemente me dijo que partía de Venezuela por un buen tiempo, no podía imaginar que era para siempre.

En septiembre de 2019 tuve el privilegio de dictar conjuntamente con él un módulo del Programa para la Gerencia de los Hidrocarburos en el IESA, él de forma virtual, y yo presencial, y como siempre respetando sus solicitudes de “no me menciones”, una vez hubo cerrado su sesión virtual, le dije a los estudiantes que habían tenido el privilegio de escuchar al economista vivo más importante de Venezuela, y que escuchar su metal de voz hablando del capitalismo rentístico era el equivalente a escuchar a Kepler hablar de la mecánica celeste.

La última vez que me carteé con él fue en su cumpleaños en febrero de 2020, para enviarle mi libro ganador del Premio Baralt sobre historia empresarial de la industria petrolera, para el que él fue una de las principales fuentes de inspiración, y como siempre, cuando me despedía de su oficina del IESA, me respondió: “Hay algo que cuando nos volvamos a ver te contaré”.

Lo imagino recitando los versos tan hermosos como terribles, que tanto le gustaban de Macbeth, cuando el atormentado rey escocés se entera de la muerte de Lady Macbeth: “Life’s but a walking shadow, a poor player / That struts and frets his hour upon the stage, / And then is heard no more. It is a tale / Told by an idiot, full of sound and fury, / Signifying nothing”.

Pero al contrario de Macbeth, su vida sí resultó trascendente: dio lugar al andamiaje teórico sin el cual la Venezuela del siglo XX es un enigma para los científicos sociales, “el capitalismo rentístico”; sus números resultarán imprescindibles para los historiadores económicos del presente y el futuro, y la sabiduría que desinteresadamente irradió, permite que en cada obra escrita y en cada clase que dictemos sus discípulos se inmortalice su memoria.

Hasta siempre maestro.

 


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