Es evidente que la situación se ha tornado difícil para la gestión del presidente (e) Guaidó. Quienes aún queremos que por encima de cualquier bandería partidista nuestra Venezuela recupere la senda de la democracia, el crecimiento y la justicia entendemos que es hora de reconocer que se enfrentan tropiezos. Es la hora de algunas rectificaciones y del mea culpa por parte de aquellos que han cometido errores de juicio. Nos parece que este momento –más que ningún otro desde el 5 de enero pasado– es propicio para afirmar que somos muchos quienes aún confiamos ampliamente en la decencia y buena intención de Juan Guaidó. Pero… pero… debe saber el joven líder que el suscrito, como muchos más en Venezuela, estamos comenzando a caer en un proceso de desilusión que, de persistir, horadará nuestro entusiasmo otrora ilimitado.

No es esta la hora de entrar a determinar quiénes son los culpables finales, que ciertamente los hay. Dejemos ese proceso de autoflagelación para un momento más oportuno que será cuando la lucha empiece a dar resultados positivos. Dejemos que la justicia (si es que la hay) determine responsabilidades. No ofrezcamos en bandeja ni a la usurpación ni a la indecencia la oportunidad de explotar –como lógicamente están haciéndolo ya– una falencia a todas luces criticada y criticable. Rescatemos más bien las altas dosis de sufrimiento y dolor que sufren diputados, presos políticos, familiares, exiliados, asilados, etc. cuya monta es ya duradera y ciertamente muy elevada.

Repudiemos con fuerza –pero sin generalizar– a quienes en esta circunstancia de desgracia nacional han traicionado la confianza que en su momento depositamos en ellos. Cuando las instancias legislativas y judiciales hayan tomado las decisiones que correspondan sumémosle la condena imprescriptible del desprecio popular y el ostracismo social. Mientras tanto, sirva el tropiezo para enderezar cargas y entuertos.

Presidente, libérese del tutelaje al que usted se encuentra sometido. Es cierto que en la dirección política y en la Asamblea está el Grupo de los Cuatro en el que cada quien jala la brasa para su sardina mediatizando su accionar. Pero fuera de los muros del Palacio Federal Legislativo y de las direcciones nacionales de los partidos políticos estamos 30 millones de venezolanos que poco o nada tenemos que ver con esas instancias a las que muchos más bien repudian. Usted goza de un respaldo y popularidad que más que duplica a quien le sigue. Amárrese los pantalones y gobierne de conformidad con las atribuciones que la Constitución le confiere. Juéguese todo a Rosalinda y verá que el 5 de enero próximo pocos diputados de la oposición se atreverán a no votar por su reelección. Ellos – y usted– se juegan el futuro de la patria y el juicio de la historia, no es poca cosa.

Revise con cuidado su entorno tanto por la pulcritud como por el afán de protagonismo que muchos albergan. No haga caso al credo –equivocado– de los de su generación que afirman que tener canas o más de 50 años equivale a la muerte política. Ya en artículos anteriores nos permitimos sugerirle que desempolve las figuras de Konrad Adenauer, Robert Schumann, Nelson Mandela, Nehru, De Gasperi, Erhard, y tantos más que en el ocaso de sus vidas y con más del doble de la edad que usted tiene hoy, brindaron servicios decisivos conduciendo sabiamente a sus países o asesorando a quienes conducían.

Si las acusaciones que circulan fueran halladas como ciertas, sea usted implacable. No sea que la escoria deje de recibir el repudio y se les permita seguir en carrera política después de haber sido filmados recibiendo “contribuciones” en efectivo. Casos hay y somos muchos los que recordamos la “amigocracia” sepultándolos en el cementerio del olvido. Usted tiene oportunidad de ser parte de la historia de Venezuela y de América Latina. No la malgaste. ¡No se da dos veces!

 

 


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