Ilusión quebradiza, infinita e interminablemente quebradiza, frecuentemente sentimos que la política en Venezuela comenzó con Chávez Frías, pasando por debajo de la mesa el efecto devastador de tamaña creencia. Quienes finalmente se apropiaron del poder, desplazando a aquellos que se echaron la parada del ya antiguo febrero, parasitando así el inaudito esfuerzo, no sólo demolieron una mínima tradición de  convivencia, sino un modo de proceder, entender y desempeñar el oficio público, a favor de la improvisación que siempre espera que le rían la gracia, el cinismo prestigiado por sus vivezas y las ajenas, y de la deshonestidad que irradia una perversa pedagogía en la acera oficialista y, no faltaba más, en la de sus adversarios.

El dominio absoluto del presupuesto nacional, unifica tanto o más que el empleo de las armas que juran forzarla, por lo que los sectores de la oposición que apuestan a imitar la consagrada conducta oficial terminan buscando una sociedad imposible con los opresores que mucho bregaron para serlo, o los que exigen una conflagración inmediata, al menos, no demuestran algún talento táctico y estratégico para que todos sobrevivamos al evento.  La política devenida espectáculo crónico, fundada en las circunstancias más efímeras, únicamente se sustenta desde la cima del poder capaz de profundizar en las veleidades narcisistas de sus agentes, en contraste con la de aquellos opositores que no dudamos sean tan reales, genuinos y valerosos como los que más, pero les contenta un latoso histrionismo de las redes digitales que conduce a una situación expresada muy bien por un venezolanismo: si no hay leal, no hay lopa.

Numerosas sus definiciones, infinitas las controversias que suscita, sí de sus partículas elementales tratamos, la política es –ante todo– una experiencia de articulación creciente,  y mal puede decirse que la hacen quienes   la profesan a través de una vulgar secta religiosa, donde cada quien tramita su salvación eterna y hasta busca que le colaboren para lograrlo exclusivamente. Y esto implica a la política concernida por el inquilino atrincherado en Miraflores, como a la del  dirigente que pastorea nubes en la universidad que está perdiendo, desheredados de todas las artes acumuladas de la conducción política que pueden resumirse en la necesidad y la meta deseada de ampliar el campo de todas las coincidencias posibles, en celosa defensa de los valores y principios proclamados.

Tal articulación jamás tendrá éxito de no alcanzar una básica representación social y hasta institucional, buscando y encontrando una audiencia palpable y sonante de muy distintas maneras, venciendo los obstáculos de un oficialismo que se jura dueño de la voluntad de los que les ha permitido sobrevivir en el país. La política –digamos– cuántica, necesita de un indispensable arraigo social que no es igual al conteo patológico de los seguidores en las redes, por lo que la oposición ha de explicarse y vivenciarse en la profundidad de los estratos  que todavía se resisten al poderoso virus lumpemproletarizador.

Siendo voz de otras voces, la política también está urgida de una reflexión sobria y permanentemente actualizada que evite, otro ejemplo, el tropiezo y la fatalidad que significó suponer o asegurar que habitábamos un país democrático aun cuando el régimen molía a los pacíficos jóvenes protestatarios que anegaban las calles, malhiriéndolos, asesinándolos o apresándolos, en 2014. De presumir la buena fe, hubo una dirigencia demostrativa de un monumental atraso teórico, como también se nota, ahora mismo, por cierto, en el  otro vecino que no logra explicar el republicanismo o las transformaciones ciudadanas de cara a la realidad cursante, tan orondo al replicar una clase de pregrado para los reporteros que se atreven a pedir una interpretación alternativa.

De no contar con las principalísimas tareas de la articulación política y del arraigo social, las demás se convertirán en una experiencia esotérica, acaso, redondeando el novísimo modelo de negocios de los alacranes,  constituidos en un aporte universal al neototalitarismo. Por ello, el llamado a todos los cuadros de conducción para que sean tales, reivindicada la política que todavía se la explica como toda una obviedad en Venezuela.

Por supuesto, adelantar una decidida política opositora de múltiples dimensiones, requiere de un valor y de una persistencia admirable, como ciertamente se ha evidenciado en el curso del presente siglo, a pesar de todos los pesares y,  además, como no lo esperaron en La Habana. Tratándose de una experiencia radicalmente humana, todos sentimos miedo ante el cruel régimen, pero no debemos permitir jamás que el enemigo se apodere de él, como nosotros debemos hacerlo con el suyo, parafraseando un poema de Carlos Ochoa que nos acompaña desde que lo leímos la primera vez, bastante tiempo atrás.

@luisbarraganj


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