El 25 de marzo de 1936, como parte de un proceso de reestructuración administrativa del existente Despacho de Salubridad, Agricultura y Cría, el general Eleazar López Contreras decreta la creación del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. El nuevo ministerio estuvo primeramente a cargo del doctor Enrique Tejera Guevara, médico eminente, científico de gran reconocimiento, político y diplomático acreditado en varios destinos –fue presidente de la Federación Médica Venezolana y de la Sociedad de Ciencias Naturales–, después pasó a manos del doctor Santos Aníbal Dominici, eximio integrante del movimiento renovador de la medicina venezolana de comienzos del siglo XX, del cual formaron parte nada más y nada menos que los doctores Luis Razetti, José Gregorio Hernández, Pablo Acosta Ortiz y Francisco Antonio Rísquez.

En sus inicios el MSAS realizará sucesivas contrataciones de expertos y técnicos extranjeros especializados en salud pública, de lo cual resultarán la creación de la División de Higiene Rural, del Instituto Nacional de Puericultura y de la Dirección Especial de Malariología. Ello se hizo parte de una política extendida a las diversas áreas del gobierno republicano –el nuevo Ministerio de Agricultura y Cría también acometerá trabajos de investigación en sanidad animal y transformación del sector productor a cargo de técnicos y Médicos Veterinarios venidos del extranjero–, mejorando notablemente las capacidades necesarias para encarar la inmensa tarea de encauzar al país hacia el progreso social, material y económico. Los asuntos de salud pública serán esenciales en aquella Venezuela tan atrasada que venía del gomecismo, de una sociedad estancada, carente de vitalidad y de nuevos conocimientos en prácticamente todos los ámbitos de actividad.

El doctor Arnoldo Gabaldón Carrillo –el tío Arnoldo de tan entrañables afectos familiares, siempre de grata memoria–, acababa de completar su doctorado en Ciencias de Higiene en la prestigiosa Universidad Johns Hopkins de los Estados Unidos de América, cuando fue invitado por el ministro Tejera Guevara a integrarse a su equipo de trabajo en el nuevo despacho. En junio de ese mismo año de 1936, es aprobada por el Congreso de la República la Ley de Defensa contra el Paludismo, creándose en consecuencia la Dirección Especial de Malariología. De dicha administración, el doctor Gabaldón –a requerimiento del ministro Dominici– será su director-fundador. Cabe recordar que el paludismo o malaria es una enfermedad potencialmente mortal, causada por parásitos del género plasmodium –de las especies falciparum y vivax–, que se transmiten al ser humano por la picadura de zancudos infectados del género anopheles.

Desde sus tempranas visitas a los llanos de Monay en su Trujillo natal, Arnoldo Gabaldón caerá en cuenta de la magnitud del problema sanitario planteado por la malaria. Será para él forzoso profundizar en el conocimiento de la infección, de sus causas y ante todo la relación de los afectados con las aguas estancadas –era preciso inducir cambios en los hábitos y costumbres de pobladores en aquellos campos de soledad extendidos por toda la geografía nacional–. A la cuestión sanitaria se añadía la pasmosa debilidad de los sistemas locales y nacionales de salud pública para manejar situaciones de crisis y casos extremos.

Más tarde y para normalizar la estructura de la administración pública, la Dirección Especial es transformada en División de Malariología, permaneciendo durante los sucesivos gobiernos de Medina Angarita, Betancourt, Gallegos y Delgado Chalbaud bajo la jefatura de Gabaldón hasta el año de 1950 –vaya continuidad administrativa y política de Estado en asunto de tanta importancia y qué lujo de director de Malariología se gastaba la República desde 1936–.

Arnoldo Gabaldón nos comentaba que había aprendido en Johns Hopkins sobre la organización y eficacia de las campañas sanitarias, comenzando por la selección y capacitación del personal, la obtención de recursos indispensables y el cumplimiento de las tareas y metas trazadas en los diferentes programas, algo que –decía con la certeza del sabio– nunca se había cumplido en el país con tanto rigor. La primera vez que se roció el discloro difenil tricloroetano –entre nosotros mejor conocido como DDT, un compuesto para insecticidas redescubierto por el Cuerpo Médico del Ejército Norteamericano– fue en Morón el 12 de diciembre de 1945. Entre 1950 y 1960, organizada por Gabaldón, tendrá lugar la primera y exitosa campaña nacional contra la infección, convirtiendo a Venezuela en el primer país del mundo que lograba erradicar la malaria. Un resultado de singulares contornos y cuyos esfuerzos preliminares se remontan a aquel año histórico de 1936 y el inicio de los estudios y trabajos científicos de Arnoldo Gabaldón, de nuestro recordado Arturo Luis Berti y demás integrantes de la División de Malariología del MSAS.

En ese camino se suscribieron numerosos acuerdos de cooperación con instituciones norteamericanas, se identificaron y trajeron al país materiales didácticos, se impartieron cursos de instrucción al personal de Malariología, incluso a personas de poca o ninguna educación formal se les entrenó y convirtió en servicio especializado, uno de los factores que más contribuyeron al éxito del programa. Como se ha dicho con propiedad, la División de Malariología encabezada por Arnoldo Gabaldón, ha sido una de las más eficientes organizaciones creadas por el Estado venezolano en toda su historia. De esta manera, quizás la más lacerante amenaza que ha tenido la salud pública en el país fue afrontada y remediada de manera contundente y aleccionadora, sobre todo para los actuales responsables del problema sanitario nacional, extraviados en su propia torpeza para hacer frente al desafío del COVID-19.

Combatir la pobreza y la marginalidad, dar impulso a la producción nacional en todos los sectores de la economía, crear fuentes estables de empleo, garantizar los derechos y la seguridad de los ciudadanos, hacer buen uso de los recursos naturales para proteger el medio ambiente y ante todo atender debida y vigorosamente los asuntos fundamentales de la salud pública y la educación, requieren del concurso de hombres virtuosos, ilustrados y competentes como fueron Arnoldo Gabaldón y su equipo en la División de Malariología del MSAS. Vaya pues para ellos el recuerdo agradecido de los venezolanos de buena voluntad, siempre en la esperanza de regresar a un país digno de su propia historia y de la memoria viva de sus grandes servidores públicos.


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