La pasión por el conocimiento jurídico, teológico-moral y filosófico-social; así como su ferviente compromiso de vida para con los postulados del humanismo cristiano; marcaron la vida y obra de uno de los más ilustres venezolanos del siglo XX. Se trata de don Arístides Calvani: ciudadano ejemplar, académico, político y diplomático; cuyo ejemplo de santidad en la vida pública ha motivado la apertura de su proceso de beatificación, en el que -para alegría de la Iglesia venezolana, y orgullo del laicado- ya ha alcanzado el carácter de Siervo de Dios.

Su espiritualidad y entrega por el prójimo en el ejercicio de la acción política, le hicieron superar con creces la categoría aristotélica de “animal político” (zoon politikon), para encarnar una mucho más sublime y en conformidad con la dignidad humana, que me atrevo a denominar como el “homo caritatis politicae” (hombre de caridad política); ello con inspiración en el magisterio del papa Pio XI, quien en 1927, al referirse a la actividad de quienes se dedican al campo político, acuñó el concepto de caridad política como “el campo de la más vasta caridad, (…) la caridad de la sociedad”.

Para Arístides Calvani, la política distaba mucho de ser “el arte de lo posible”: esa tristemente famosa definición, insinuante de que la política nada tiene que ver con la moral. Para él, la política sólo podía ser concebida como el arte de lo justo y lo correcto en procura siempre del Bien Común. Para don Arístides, los principios y valores debían inspirar siempre la acción política, ya que –como buen humanista cristiano– estaba convencido de que la política debía pensarse y ejecutarse siempre desde la perspectiva del Bien Común: un principio revelador del carácter antiético de las conductas acomodaticias al poder, así como de las posturas que privilegian el interés personal por sobre el interés colectivo.

Don Arístides Calvani –bien llamado “Apóstol de la democracia y canciller de la paz”– fue siempre un luchador incansable por el anuncio y la propuesta de un humanismo integral y solidario para un nuevo orden social, económico, político e internacional; respetando el pluralismo ideológico, y procurando siempre la justicia social y la unidad de los pueblos. En sus intervenciones como canciller de la República de Venezuela ante la Asamblea General de las Naciones Unidas –reconocidas como auténticas cátedras de ética política en el concierto internacional– Calvani anunció las ideas de Justicia Social y de Bien Común internacionales; y también denunció los terribles desequilibrios y desigualdades entre países desarrollados y subdesarrollados; desequilibrios estos que, aunados con las ambiciones geopolíticas y a los poderíos bélicos, han sustentado hegemonías de corte económico e ideológico aún hasta nuestros días.

Precisamente en medio de ese inicuo escenario internacional por él denunciado, Calvani trabajó incansablemente por la paz; y ese trabajo dio gran fruto, cristalizado y palpable en la pacificación de aquella convulsionada Centroamérica de las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado; lo cual, conforme a las palabras de Jesucristo, hizo de él un auténtico bienaventurado (“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Mt. 5: 9).

Don Arístides fue un hombre íntegro, honesto, amante de la verdad y de la justicia; un hombre público que, a lo largo de su vida, practicó estas y otras virtudes humanas y cristianas, que fueron valoradas para motivar la apertura de su causa de beatificación. Y es que el doctor Calvani hizo de la prédica de la verdad, su apostolado; de la práctica de la justicia, su norma de vida; y de la honestidad, su impronta moral en el mundo de la función pública, de la política, de la diplomacia y de la academia. Para que tengamos una idea del pensamiento, vida y obra caritativa de don Arístides Calvani, vale decir que este hizo en el campo de las ciencias sociales y políticas algo parecido a lo que el beato doctor José Gregorio Hernández hizo en el campo de las ciencias médicas. Y, por ello, los católicos venezolanos tenemos la esperanza de que, algún día, ambos –además de compartir la nacionalidad venezolana– lleguen también a compartir espacio en los altares de la Iglesia universal.

No tuve la dicha de conocer personalmente al maestro Calvani; pero sí que he tenido la oportunidad de conocerle a través de sus obras (teóricas y fácticas): como jurista y catedrático de Filosofía del Derecho y de Derecho Laboral, que supo exponer y defender la común dignidad personal de trabajadores y patronos; como diplomático, artífice de la ansiada paz del subcontinente centroamericano; como filósofo del Bien Común y la Justicia Social en el concierto internacional; como político de profundo raigambre humanista; como maestro e inspirador de generaciones de protagonistas de la vida pública venezolana, formados desde 1962 en el instituto que muy merecidamente lleva su nombre (el Instituto Internacional de Formación y Políticas Públicas Arístides Calvani –Ifedec-).

Exactamente así es como he conocido a un auténtico apóstol de Jesucristo en el mundo contemporáneo: a través de la caridad política impregnada en su pensamiento y obras; lo cual –al menos para mí– resulta prueba fehaciente de la trascendencia de la persona humana, y de que parte de esa trascendencia se cristaliza en los frutos que, por el Bien Común, la Paz, la Justicia y la Libertad; dejamos para las generaciones futuras (“Por sus frutos los conoceréis”. Mt. 7:16).

Al echar una mirada a los actuales sufrimientos de nuestra amada patria venezolana, no podemos menos que entender que “la mies es mucha” (Lc. 10:2): que tenemos una libertad por reconquistar, una democracia por restablecer, una paz por recuperar; y –¿por qué no decirlo?– también tenemos un específico sector político que, por cometer crímenes de lesa humanidad, por perseguir toda disidencia y por comportarse como nuestro más acérrimo “enemigo”, representa para nosotros el más grande reto de pureza en la fe cristiana: «Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan»  (Mt. 5: 44)..

Para todo ello, solo hay una vía posible: ser dóciles al espíritu que nos conduce al encuentro con el prójimo en procura del Bien Común: ese mismo espíritu que, a lo largo de su vida, fuera el impulsor de Arístides Calvani en su apostolado de la caridad política.

@JGarciaNieves


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