Ilustración: Juan Diego Avendaño

El próximo 11 de diciembre asume la presidencia de Argentina el economista y senador Javier Milei, “el peluca”. Resultó electo con una votación impresionante en las elecciones del 19 de noviembre pasado: obtuvo el más alto número de sufragios y el más amplio margen de ventaja desde el restablecimiento de la democracia. Su victoria, de enorme impacto en América Latina e inesperada para la mayoría de los observadores, constituye, sin duda, un hecho que marcará la historia de ese país que busca camino para recobrar su antigua prosperidad. Llegó a figurar entre las primeras naciones hace apenas 90 años.

El 19 de noviembre pasado los argentinos eligieron un nuevo presidente de la nación. Ese día, 18.5 de los 46.1 millones de habitantes del país (o 40,1%) vivíEan en pobreza. El salario mínimo mensual de los trabajadores era de $313, inferior al de Uruguay ($538) y Chile ($529). La inflación anual había alcanzado 142,7%. El valor del dólar real (blue) superaba la cifra de mil pesos por unidad (1010). Y la deuda pública total llegaba a $405.594 millones. Podían, acaso, los electores votar por el candidato oficialista (del justicialismo peronista), quien, además, era el ministro de economía en funciones? Son muchos los que “lloran”, se sienten desilusionados; y no sólo a causa del fracaso del gobierno del peronista Alberto Fernández. Esperan hace tiempo que Argentina, rica en recursos y biodiversidad, con una población diversa y educada, deje atrás el subdesarrollo y recupere su antigua posición. La mantiene su fútbol!

Desde el restablecimiento de la democracia, Milei es el primero no elegido entre las fuerzas políticas tradicionales. Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa provenían del antiguo radicalismo (UCR) y Carlos Menen y Néstor y Cristina Kirchner del peronismo. De la transformación de los grupos liberales, socialdemócratas, progresistas y disidentes peronistas, para enfrentar los desafíos de los tiempos, surgió PRO y Mauricio Macri. Pero, tras 40 años de afirmación democrática y ensayos de diversas visiones, los argentinos creen que deben tomarse otros caminos. Las cifras muestran que el balance final, al menos en materia económica y social (22º posición en pib BM y 47ª en desarrollo humano), no es positivo: el populismo modernizado ha fracasado. Un hecho lo confirma: la emigración hacia el norte. A comienzos de esta década había 542.221 en Estados Unidos y 328.333 en España. Se han ido, porque no creen en la posibilidad de una rectificación.

Los argentinos dicen con orgullo – y también con un poco de nostalgia y mucha rabia – que su país era para 1913, antes de comenzar la Gran Guerra, la 6ª economía del mundo.  Lo llamaban (con razón!) “el granero del mundo”: era importantísimo exportador de cereales y carne. El ingreso per cápita era similar al de Francia y Alemania. Pero, también era un gran centro cultural de América Latina, que atraía a los europeos. Por entonces “La Nación” era el periódico de mayor difusión y Rubén Darío, su corresponsal, vivió allí entre 1893 y 1898. En 1908 se inauguró el Teatro Colón, que ha acogido a los más grandes, aunque faltó Carlos Gardel. Buenos Aires, donde se habían levantado obras emblemáticas de la arquitectura contemporánea (como el Palacio de Correos), ya tenía 2 millones de habitantes. La primera línea del subte se inauguró en 1913. Formaba parte del mundo desarrollado.

Asombra el corto tiempo requerido, desde la definitiva integración del estado (1859), para obtener una posición internacional destacada. Se debió fundamentalmente al proyecto de las “presidencias históricas” de 1862 a 1880 (B. Mitre, D.F. Sarmiento y N. Avellaneda) sobre las Bases constitucionales de J.B. Alberdi (1852), a la relativa estabilidad política, a la inserción en la economía mundial (mediante el modelo agroexportador, seguido de 1880 a 1930) y a la inmigración.  El pib tuvo un crecimiento promedio superior al 3,5% anual en los periodos 1875-1913 y 1919-1930; y se recibió (1875-1923) la mayor inversión extranjera dirigida a la región.  De 1860 a 1930 el país tuvo un saldo positivo de 3,4 millones de migrantes: de 1,3 millón de habitantes en 1860 (medio millón en 1809) pasó a 11.9 millones en 1930. Para entonces, 38.400 km de vías férreas cruzaban el territorio, ya ampliado (con errores y crímenes) en el inmenso sur.

La crisis económica mundial de 1929 provocó el fin del modelo agroexportador; pero, también, el inicio de la intervención del estado en la vida económica y social. El golpe de estado del año siguiente cerró la etapa de formación del país. En el medio siglo siguiente las fuerzas armadas asumieron una posición predominante: la “hora de la espada se cierne insoslayable”, había dicho Leopoldo Lugones (1927).  Comenzó un tiempo de ensayos: de una nueva política económica (la industrialización para sustituir las importaciones), de un movimiento justicialista (que bebía de distintas fuentes), reivindicativo y populista, de breves períodos democráticos. En 1983, tras la derrota en Las Malvinas, se restableció la democracia. Pero, aunque con algunos años de crecimiento económico, los gobiernos sucesivos no lograron superar la crisis permanente (y eliminar la corrupción endémica). A casi cien años del golpe militar que pretendió organizar el país, se abre ahora un nuevo tiempo.

El restablecimiento de la democracia, aunque garantizó las libertades, no supuso el fin de los problemas económicos y sociales. En realidad, no se adoptó un programa nacional, resultado de un acuerdo de las fuerzas representativas e influyentes. Por eso, no se han aplicado medidas eficaces para buscarles solución. Como consecuencia, el país ha sufrido algunas crisis severas (como la de 2001). Casi desde comienzos del siglo se escucharon reclamos de cambios profundos; y aparecieron varios movimientos para realizarlos. El triunfo de Mauricio Macri (2015) fue un intento en ese propósito; pero, su gobierno no satisfizo las aspiraciones de muchos sectores. En verdad, dedicó atención especial a la macroeconomía y a las relaciones internacionales. Por tanto, parece natural que hayan redirigido su apoyo a una fórmula novedosa (aun siendo riesgosa). Un fenómeno similar (que algunos analistas confunden erróneamente con un modelo pendular) se ha observado en otros países de América Latina.

Javier Milei es una figura distinta, rebelde a las reglas. Podría creerse que su comportamiento durante la campaña era un recurso para atraer la atención (cosa común en estos días). No, es un signo de su personalidad, según quienes lo conocen. Pero, esa manera de actuar (controversial, descortés, agresiva) le ayudó a transmitir el mensaje central de su campaña: Argentina necesita libertad, supresión de normas, reducción de la autoridad. Ese es el núcleo de su programa: más individuo, menos estado. No debe olvidarse que el presidente electo es un liberal radical, seguidor y estudioso de las tesis de la escuela austríaca de economía. Conoce bien la obra de Murray Rothbard (“El Hombre, la economía y el estado”, 1962), teórico del anarco-capitalismo, alumno de Ludwig von Mises, cuyo libro “La acción humana” (1949) lo influyó fuertemente; y la de Friedrich Hayek, cuyo “Camino de servidumbre” (1944) aún goza de mucha popularidad.

La mayoría de los medios de comunicación han presentado las propuestas de Milei como medidas disparatadas, incluso insensatas. Independientemente de su eficacia y conveniencia, que corresponde estudiar a los expertos, la adhesión recibida revela el cansancio de la sociedad con los múltiples programas ensayados y la multitud de normas que limitan la libertad (especialmente económica), sin lograr la solución de los problemas. Precisamente, las propuestas de Milei – eliminación de controles y organismos, abrogación de leyes, disminución del estado, dispersión del poder, castigo de la corrupción – responden a esa aspiración. Al parecer, en este caso, no se trata de aplicar una “receta temporal” de un organismo internacional para corregir errores de la política de un estado soberano (como ocurrió en décadas pasadas), sino de acometer cambios profundos, por decisión popular, en el funcionamiento actual del país y fijar rumbos para el futuro. Esa tarea parece gigantesca y difícil de cumplir ¿Provocará lágrimas?

Argentina apenas comienza su historia, aunque ya realizó obra trascendente, con aportes fundamentales a la humanidad ¿No lo son las investigaciones de Bernardo Houssay y las páginas de Jorge Luis Borges?  Además, ofreció campo de acción a millones de personas del mundo. Pero, su papel futuro puede ser de mayor importancia. Cuando todos sus habitantes tengan la posibilidad real de desarrollar sus capacidades. Será necesario asegurar la libertad y crear mejores condiciones de vida, lo que exige corregir rumbos y emprender con seriedad – por sobre intereses de partidos y caudillos – la tarea de levantar el país que imaginaron sus Próceres.

X: @JesusRondonN


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