“No cantes para los asesinos de mi amado Jamal”, rogó Hatice Cengiz a Justin Bieber con el fin de que cancelara su concierto del 5 de diciembre en Yeda, Arabia Saudita. Eso desde luego pareció enseguida una lucha desigual contra el poderoso reino del Medio Oriente, que una vez más había apelado a una de sus herramientas favoritas: organizar eventos internacionales de gran resonancia con los que desviar la atención mediática de su historial de derechos humanos.

El pedido  de la activista, en carta abierta al intérprete canadiense publicada en The Washington Post el sábado 20 de noviembre, descorre de nuevo el telón del escalofriante asesinato del periodista Jamal Khashoggi, de 59 años de edad, que huyó de Arabia Saudita en 2017 y criticó en sus artículos al represivo y autocrático gobierno de su país, sobre todo al príncipe heredero, Mohammed bin Salman.

Khashoggi, columnista del Post que estaba a punto de casarse con la ciudadana turca Cengiz, acudió el 2 de octubre de 2018 a una cita en el Consulado de Arabia Saudita en Estambul (Turquía) para retirar documentos personales con ese fin. Pero allí lo esperaba un escuadrón de la muerte que viajó del reino para asesinarlo. Lo torturaron, le cortaron el cuello y lo descuartizaron con una motosierra, según la inteligencia turca, que grabó todo. Después de 17 días de silencio, su país dijo que murió en una pelea en la sede diplomática y que había 18 detenidos por la causa, versión que según el periodista Bob Woodward se parece a las mentiras oficiales del caso Watergate.

En febrero pasado, un informe de los servicios de inteligencia de Estados Unidos reveló que Mohammed bin Salman había aprobado personalmente la operación “para capturar o asesinar al periodista”. Y en junio The New York Times informó que cuatro agentes sauditas que participaron en el asesinato de Khashoggi recibieron entrenamiento paramilitar en territorio norteamericano en virtud de un contrato aprobado por el Departamento de Estado.

En su cruzada, la novia del periodista asesinado escribió a la Premier League en abril de 2020 para pedirle que impidiera la compra del Newcastle United por un consorcio del que forma parte el príncipe heredero de la corona saudita. Aunque entonces le respondieron que tomaban en total consideración sus palabras, 18 meses después ─en octubre pasado─ se concretó la adquisición del club de la liga inglesa fundado en 1892 por el mismo fondo saudita PIF, controlado por Bin Salman, en una transacción de 330 millones de euros.

Esa operación se inscribe en la práctica conocida como “blanqueo deportivo” que el reino saudita suele emplear, de acuerdo con organizaciones como Amnistía Internacional, para maquillar su imagen y ocultar el historial del país en materia de derechos humanos. Precisamente el concierto de Justin Bieber formaba parte del evento en el que el Gran Premio de Arabia Saudita 2021 hizo su debut en la Fórmula 1 este domingo.

Pese al terremoto político que causó en el mundo el horrendo asesinato del periodista Khashoggi, a la Premier League no le ha importado tanto quien ha tomado el mando de uno de los clubes más emblemáticos de la historia del fútbol inglés, al mismo tiempo que Estados Unidos y Europa han preferido mirar a un lado.

Pero mientras Washington espera que el príncipe heredero saudita sea un día el líder de su país para ayudar a resolver la guerra en Yemen, probablemente la peor crisis humanitaria del mundo, los defensores de los derechos humanos en el reino del Medio Oriente siguen siendo encarcelados, a menudo tras juicios injustos. Y permanece impune el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, sometido a suplicio de incomparable crueldad por enemigos de la verdad.

Sin embargo el propio ruego a Justin Bieber de la investigadora académica Hatice Cengiz, replicado en campañas masivas de difusión en redes sociales por todo el mundo,  constituye en sí mismo un mensaje “alto y claro” para elegir la justicia y la libertad por encima del dinero y no cantar para dictadores que matan a sus críticos y son investigados por crímenes de lesa humanidad. Porque “todas las formas de opresión son malas, sin importar dónde ocurran”. Llámese Arabia Saudita o Venezuela.


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