Ya para esa época del liceo José Enrique Rodó, también se les conocía a los liceos que tenían primero, segundo y tercer año, Ciclo Básico Común, bueno; el Rodó, como le decíamos abreviadamente sus estudiantes, era un Ciclo Básico. La directora era un admirable y disciplinada profesora de nombre Carmen Maguilbray quien ejercía una inobjetable dirección y gerencia pedagógica e institucional que despertaba entre el personal docente, administrativo y obrero diariamente comentarios de elogio y dignos del mejor encomio. Su bismarkiana personalidad fomentaba un clima de respeto y disciplina escolar que inhibía en la comunidad liceísta cualquier atisbo de quebrantamiento de las normas de convivencia pacífica y civilizada en sana paz para el desenvolvimiento de las cotidianas actividades escolares.

Tal como he dicho en líneas anteriores mi pasantía, si bien breve pero intensa, como lo fueron todos los cinco años de bachillerato, duró dos años, el primero y segundo año del Ciclo Básico, fue mi etapa «rodoísta». Durante esos dos memorables años mientras cursé ese primer bienio en el Rodó permanecí bajo régimen de internado en la Escuela Granja que estaba literalmente ubicada al lado del liceo. Mención especial merece un señor de mediana estatura, de tez blanca y contextura gruesa que ostentaba una barriga cervecera y que regentaba la cantina del liceo. Yo me acercaba diariamente a los estudiantes más despiertos y bochincheros que siempre andaban fomentando y convocando reuniones en algún salón que no estuviera ocupado para demostrarles mi aprobación y simpatía hacia lo que ellos llamaban «las luchas reivindicativas estudiantiles». Por ejemplo, se improvisaba a media mañana una asamblea de estudiantes y sorpresivamente de entre la multitud murmurante y rumorosa entre consignas y gritos reivindicativos surgía un estudiante con un pequeño megáfono en mano y se subía a uno de los bancos de cemento que poblaban el patio central del liceo y nos arengaba con argumentos y razones que nos hacían sentir concernidos. Uno de esos líderes que siempre tomaba la palabra era un flaco alto de lentes de nombre Edgar Genaro Domínguez cuyo singular y vehemente verbo no dejaba a nadie indiferente mientras él hablaba a la multitud megáfono en mano. Claro, la apasionada vehemencia discursiva de aquél líder se explicaba racionalmente por su militancia y activismo político en la juventud socialista del MEP, junto a él había otros dirigentes estudiantiles que lo secundaban y acompañaban y que, por supuesto estudiaban en otros liceos de la localidad tales como el Aníbal Rojas Pérez, el Dionisio López Orihuela, el ciclo diversificado Néstor Luis Pérez, entre esos otros dirigentes, se destacaban algunos que nunca olvido sus nombres, por ejemplo: Ramón Martínez a quien por cariño le apodábamos Ho Chi Ming; había otros líderes que destacaban en el discurso oral durante las frecuentes movilizaciones de calle que convergían en la esquina de la plaza Bolívar justo en la esquina de la gobernación. Un nombre insoslayable en la historia de los movimientos estudiantiles de aquella época de comienzos de los años 70 de la pasada centuria destaca en mi memoria, Orlando Loreto. Es justicia recordar sus aportes y contribuciones a la forja de la identidad política de las luchas estudiantiles. Igualmente, destacaron con envidiable protagonismo Juan González quien ya culminando sus estudios de bachillerato era miembro de la dirección juvenil de la juventud del MEP, así nos referíamos cuando aludíamos a la j-MEP, así nos referíamos cuando aludíamos a la juventud socialista del Movimiento Electoral del Pueblo, la organización más importante en todos los órdenes de la vida social, gremial, sindical, campesina y estudiantil de aquellos años de comienzo de la década de los 70. También se destacaron con notable brillo líderes femeninas como Nelis Jacinta Moreno, María Zabala quienes supieron en todo momento estar a la altura de las exigencias y retos que el período histórico planteó a aquella masa estudiantil que fueron la levadura del pan que salió del horno de la historia con toda su sabrosura. Para esos comienzos de la década de los setenta algunos estudiantes que ya se habían graduado de bachilleres y se habían ido a estudiar en universidades públicas, recuerdo a un singular dirigente estudiantil y vecinal que estudiaba Sociología en Cumaná de nombre Alexis Marcano, que por cariño todos le llamábamos «el camarada Alexis». Todos los meses de agosto y diciembre quienes hacíamos activismo juvenil teníamos el gran privilegio de reunirnos diariamente durante más de dos meses con «el camarada Alexis» quien con su fajo de Tribuna Popular recorría las callejuelas de barrios y urbanizaciones de la capital del Delta. Alexis era una férreo y disciplinado cuadro político del mítico Partido Comunista de Venezuela y se empeñaba en sembrar en cada barrio por lo menos una célula de simpatizantes y militantes comunistas. Alexis se reunía  con sus camaradas del Partido Comunista que eran el viejito Matilén, el grandulón Del Valle Córdova, a quien le decíamos cariñosamente Valle, y un legendario dirigente político leal hasta sus últimas llamado Elías «Plis» Guerra… había otros activistas y militantes comunistas como Carlos Gascón, Melchor Figuera, y un querido y apreciado médico avecindado en el Delta de nombre Luis Morocoima. Ya me olvidaba de un flaco activista comunista que recorría todo el oriente venezolano con un morral verde oliva al hombro y cantidades de folletos, libros y periódicos, ese joven con aires místicos se llama José Luis Rattia (mi hermano menor).

 


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