Conocer cómo funcionan la memoria y el olvido despierta un gran interés para la ciencia y la filosofía

“Se me olvidó que te olvidé”

Lolita de la Colina

El filosofo y psicólogo alemán Hermann Ebbinghaus (1850 – 1909) publicó en 1885 Sobre la memoria, un importante título que permitió conocer aspectos relacionados con la forma como procesamos la información y la preservamos en nuestro cerebro. Cuanto más intensa es una reminiscencia su permanencia en la mente se mantiene, en tal sentido las remembranzas se sustentan en la retentiva, el tiempo y la intensidad relativa del recuerdo; esto se ilustra de manera acertada a través de la Curva del olvido. Al aprender algo por primera vez la retentiva es alta, con el transcurrir de los días decae y comenzamos a perder esa evocación, al reforzar el aprendizaje extendemos el período de retención y tardamos en omitir el saber adquirido; al hacer una nueva revisión de lo aprendido esto tenderá a durar en la memoria. A mayor cantidad de veces que hagamos repaso del conocimiento, este se va a consolidar y no podrá perderse, por eso se puede concluir que es más efectivo estudiar aumentando la frecuencia por breves momentos que una única sesión de profundo estudio. Es común que al memorizar algo poco estimable, esta desaparezca con facilidad; en cambio, experiencias traumáticas permanecen fijas en los pensamientos.

El libro de Hermann Ebbinghaus publicado en 1885, Sobre la memoria, introduce el revolucionario concepto de la Curva del olvido

La memoria y el olvido están estrechamente unidas y, lejos de una rivalidad, trabajan adecuadamente para mantener un equilibrio. En su obra Genealogía de la moral, el filósofo Friedrich Nietzche expone que el humano puede añorar la condición del animal ya que este no tiene noción de lo antiguo ni del porvenir, solo vive y esa actualidad es efímera. El recordar incluye obstáculos ya que de manera involuntaria el individuo desarrolla una dependencia siempre a lo que fue y no al es; si no se tuviese la facultad de grabar en la mente hechos, sensaciones y  respuestas, posiblemente cada instante sea único pero ajeno a producir una marca en nosotros.

Ineo Funes es el protagonista del cuento de Jorge Luis Borges, Funes el memorioso (1942), esta narración presenta a un joven de 19 años que tras un accidente ha desarrollado la prodigiosa condición de poder memorizar y exponer detalles con una exactitud asombrosa. Lo que en apariencia podría resultar algo maravilloso, acaba mostrándonos que el poseer una mente capaz de conservar imborrable lo conocido y reproducir cada sensación de todo lo vivido, resulta en una desgracia. La incapacidad de Funes de establecer lo que separa el ayer del hoy no le permite reconocer el hecho pasado en sí, condenándolo a reproducir la sinestesia de las experiencias. Un ejemplo que permite comprender esto es el siguiente: al evocar la palabra perro, no solo se podría contabilizar la cantidad y las características de los especímenes que han se visto, sino que se podría rememorar la molestia causada hace años por los ladridos de uno y hasta el dolor que causó la mordida de un bravo can.

La hipermnesia es la propiedad que presentan un escaso número de sujetos y que consiste en ser dueño de una memoria aparentemente infinita.  Uno de los casos científicamente documentados es el de Solomon  Shereshevsky, a quien el creador de la neurociencia cognitiva Alexander Luria (1902-1977) estudió por treinta años. Gracias a una serie de difíciles pruebas el científico soviético pudo comprobar, como lo demuestra en su Pequeño libro de una gran memoria (1962), que la inusual y fascinante cualidad de Shereshevsky si bien le permitía almacenar una descomunal cantidad de datos y mantenerlos frescos durante décadas, esta misma singularidad le impedía poder sostener una simple conversación,  la acumulación de millones de antecedentes se convertían en trabas. Su memoria infinita estaba relacionada con la incapacidad de abstraer lo accesorio de lo necesario.

Solomon Shereshevsky es el ser humano con la mayor capacidad de memoria de la que se tenga registro

Si bien es cierto  que nuestra memoria es el soporte de lo que somos, es imposible que esté libre de sufrir alteraciones o distorsiones de la realidad; con frecuencia asumimos una objetividad que no es tal ya que estamos inmersos en una constante respuesta a los estímulos que recibimos. Cuando traemos al presente un acontecimiento remoto, este puede evidenciar alguna alteración y factores como la imaginación y la personalidad pueden reconstruir ese recuerdo bien sea suprimiendo o remarcando algo implícito en él. La memoria no es un almacenamiento pasivo sino un dinámico proceso de reordenamiento de las vivencias y, principalmente, de la percepción.

La buena salud de la memoria es dependiente de la eliminación de información, por eso la erradicación en momentos específicos de algunas  emociones se convierte en un mecanismo de defensa, dado que, en cierto sentido, permite el saneamiento mental y posibilita una regeneración de lo afectivo.   Existe un punto de transformación en el que la mayoría de los recuerdos se desconectan de todo sentimiento de infelicidad relacionado a algo determinado que ha producido dolor. La aspiración que se tiene por un reinicio de la vida luego de un estado de depresión o pena, parafrasea el poema de Mario Benedetti que dice: “no olvida el que finge olvido sino el que puede olvidar”. Nada es más saludable que la desintegración absoluta de la imagen de aquello que fue un agente de perturbación y que produjo daño. La complejidad de cómo opera la mente del ser humano, hace factible que se prolonguen los ciclos que vinculan con  el desasosiego o se despejen espacios del pensamiento hasta alcanzar la serenidad; lo ideal es mantener nuestras vivencias como valiosas experiencias de aprendizaje y reflexión.

El ayer no puede ser cambiado pero sí su repercusión en el ahora, confrontarnos con los recuerdos es una valiente y activa búsqueda de superación. El tiempo es el más efectivo instrumento para el desalojo de la memoria; la distancia y el silencio despojan de peso a los fragmentos con los que construimos el pasado: sistemáticamente se van desvaneciendo los destellos de los momentos felices y el dolor por los pesares. Es inevitable que nada pase desapercibido en la Tierra y que algunos acontecimientos o personas dejarán huella en  nuestra vida, pero el tiempo, que transforma todo en tiempo, nos perfecciona en el arduo ejercicio del olvido.

 


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