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Gabriel Boric cumple hoy dos años de gobierno en Chile. La mitad del período. Cuando llegó al poder el 11 de marzo de 2022, con tan solo 36 años recién cumplidos, era el presidente más joven del mundo. El primero en la historia de su país nacido después de 1973 que llegaba al palacio de La Moneda. El 11 de septiembre de 1973, como dolorosamente se sabe, cambió la historia del país austral con el golpe del general Augusto Pinochet. Como mutó la nuestra a pesar de que el golpe fracasó.

Boric es reconocido, ahora, como un amigo de la causa de la democracia y la libertad venezolana. No fue siempre así. Porque la sola asociación de un político con la idea socialista bastaba (¿basta?) para descalificarlo y execrarlo. La conducta política de Gabriel Boric de defensa nítida de los derechos humanos -en su país se vulneraron a mansalva durante una década- y su proceder democrático ha terminado por convencer a los apurados y a los incrédulos. Boric fue sospechoso antes de abrir la boca.

Es una simpleza, fruto de la ignorancia, generalizar una acusación a partir de lo que se percibe como una única manera de entender el mundo. De esa manera, todo el que se declare de derecha cuenta con nuestra bendición, y el de izquierda con nuestra animadversión, cuando menos. O viceversa.

Esa forma de razonar es la que conduce a justificar los desafueros de unos y otros, según estén más cerca o más lejos de nuestra visión o de nuestra rabia. Es decir, se procede igual que aquellas personas, o líderes, a los cuales paradójicamente cuestionamos. Debería producir ruido, incomodidad, incluso malestar hasta estomacal, rechazar a Chávez y apoyar al señor Trump. Querer a Bukele y a la vez repudiar el autoritarismo. Algo muy serio y profundo no encaja.

Boric ha demostrado que, en su política exterior, es coherente y principista. Lo acaba de decir, cuestiona por igual la vulneración de los derechos humanos en Ucrania, en Gaza y en Venezuela. Sin distingos ideológicos, sin cálculo político. Eso le ha costado el repudio del régimen de Nicolás Maduro y las otras satrapías latinoamericanas, pero también de integrantes de su propia coalición gobernante, en la que hay unos cuantos dinosaurios que se niegan a morir. Y no le importa estar en la misma acera con Luis Lacalle Pou, que es de centro derecha, y quizás hasta cruzarla cuando se acerca por la misma vereda Gustavo Petro, que un día dice una cosa y luego se comporta de forma contraria.

Es posible que Boric sea más querido fuera que dentro de Chile. Las encuestas indican que tiene 29% de aceptación, ya estuvo peor. El país no termina de recuperarse de la pandemia. La delincuencia sube igual que la percepción de corrupción. La economía crece menos que en el resto del mundo, aunque la inflación está bajo control, según medios chilenos.

En lo político su gobierno arrastra el fracaso de la discusión constitucional -el cambio de carta magna era su apuesta más fuerte- pero, quizás, ese grave tropiezo hizo aterrizar a Boric en la necesidad de gobernar para toda la gente y olvidarse de los engañosos sueños refundacionales, un virus tan peligroso como el covid.

Hay que desearle éxito a Boric en la segunda mitad de su gestión. Por el bien de Chile y el de él, que es un liderazgo de futuro en una región que necesita con urgencia mandatarios o aspirantes a serlo que piensen con cabeza propia. Y aplaudirlo, y agradecerle su apoyo a la causa democrática venezolana, que tanto repudio levanta entre los falsos próceres del régimen.


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