Hoy se cumplen diez años de la oficialización de la muerte del primer presidente de la República Bolivariana de Venezuela, teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. Escribimos oficialización, porque muchos le barruntaban extinto con bastante anterioridad al anuncio de su partida, a pesar de los optimistas informes del sucesor designado, cuyos contenidos contribuyeron a cimentar su fama de embustero. Durante meses, Nicolás Maduro le mintió descaradamente al país acerca del estado de salud de su mentor, y en diciembre de 2012, las conjeturas ciudadanas sobre la evolución de la enfermedad del comandante en trance de convertirse en eterno derivaron en sospechas sobre su desaparición física. La rumorología lo reputaba muerto; sin embargo, el vice Hugo, ya digitado para sucederle en Miraflores, seguía aferrado a las patrañas y tuvo la osadía de afirmar, en cadena nacional, que Chávez estaba consciente y enterado de lo que ocurría en Venezuela, mientras convalecía en Cuba de una compleja cirugía por un cáncer; pero que, en menos de un mes, asumiría un nuevo mandato de seis años.

Cuando Maduro, con plañidera voz, trémula de emoción, como la del plebeyo de un valsecito peruano, notificó, en la tarde del martes 5 de marzo de 2013, el fallecimiento del líder de la revolución bolivariana, hizo saber que decretaba, por tal motivo, 10 días de duelo y ley seca durante igual período —¿temía el heredero que medio país se embriagase de contento? Tal vez, sí. Cabello, sin autoridad para ello y violando el derecho a expresarse libremente consagrado en la Constitución, prohibió hablar mal de quien mora en el Cuartel de la Montaña—, y, una semana después, nombró una comisión presidida, por Jorge Arreaza, yerno del occiso, para investigar si al suegro le habían inoculado células cancerígenas.

Ha transcurrido una década transitando el infernal camino empedrado por las buenas intenciones del legatario del poder bolivariano; empero, estas son, como noticias de un periódico viejo, materia olvidada. La fecha en cuestión tiene un alto contenido simbólico y emocional, sin importar que haya quienes desacreditan su carácter luctuoso. Varias fuentes sostienen que habría pasado a mejor vida en Cuba, de un paro respiratorio, el 28 de diciembre de 2012, a las 4:00 de la madrugada, pero La Habana y Caracas lo ocultaron: «Todo el teatro de que Chávez seguía vivo fue un fraude con base en fotos donde presentaban al difunto, el 15 de febrero de 2013, «leyendo» el Grama, junto a sus dos hijas». Según esas mismas voces, lo trasladaron muerto a Venezuela y, dos meses y medio más tarde, el 5 de marzo de 2013, anunciaron su deceso. Y, muy a pesar de la panóptica mirada de Big Brother acechándonos desde los muros de la ciudad y la cantilena ¡Chávez vive, viva Chávez!, el redentor de Sabaneta quizá esté destinado a ser venerado en culto sincrético, si no confinado al baúl de los recuerdos intrascendentes.


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