Algunos opinadores estiman que Jorge Rodríguez es uno de los pocos seres pensantes, si no el único, del régimen de facto. Quienes así piensan quizá estén confundiendo inteligencia con marrullería. Tal vez algo de perspicacia tenga el loquero y, por ello, acaso espere pacientemente en el círculo de bateo su turno para encajarle una zancadilla al okupa de Miraflores, eso sí, con la venia del trisoleado Padrino. Mientras ese momento llega, actúa como muñeco de ventrílocuo o correa de transmisión de los deseos de Maduro, quien compelido por repentinos antojos es capaz de pedir un guante cuando necesita un dedal.

Sus descabelladas demandas responden a una estrategia muy bien estructurada, e inspirada seguramente en una delirante consigna del mayo francés de 1968: «seamos realistas, pidamos lo imposible»; sí, Nico clama por una quimera, a sabiendas de lo inviable de la petición y, de tal modo, torpedea hasta el más mínimo atisbo de entendimiento con sus contrincantes.

Son caprichosos los reclamos y extravagantes las quejas del hegemón o de quienes actúan en su nombre. Ahora incluye entre sus vindicaciones las pesquisas en torno a su responsabilidad en la comisión de crímenes de lesa humanidad, adelantadas por la Corte Penal Internacional —Jorge Rodríguez añadió a su estrafalaria lista para volver al diálogo un insolente ultimátum: que la CPI cese sus investigaciones sobre Venezuela—. Cabe preguntar: ¿en cuántos frentes busca batallar el (des)gobierno para distraer de sus acuciantes problemas y carencias al hombre corriente y doliente?

Para reactivar los encuentros en México con sus antagonistas, paralizados desde que el irregular huésped de Miraflores decidió que a las conversaciones debía incorporarse Alex Saab, preso en Cabo Verde y extraditado a Estados Unidos, teniendo muy claro que satisfacer esa pretensión no estaba en manos de la oposición, vuelve a formular inauditas solicitudes. Hay algo de tozudez o insania en esta postura que pone de bulto, no digamos su maquiavelismo —el ordinario fascio-socialismo bolivariano nada tiene que ver con el proto politólogo florentino—, sino su irrisorio sentido de las proporciones. Por ese empecinamiento, los jerarcas del PSUV, Cabello a la cabeza, no lograron un pronunciamiento de Petro & Co. frente a la «agresión imperial a Venezuela».

Maduro pone como condición sine qua non para continuar con sus escarceos con el adversario, la suspensión de todas las sanciones contra su gobierno y, además, que se le abonen 3.500 millones de dólares, destinados a un fondo social, acordado supuestamente en la última ronda del diálogo de sordos en la capital azteca, un proceder que linda con la intransigencia y la insensatez. O con la malcriadez.

Qué pena con los facilitadores noruegos, cuyos buenos oficios para el destrabe del juego son olímpicamente desdeñados por quienes han alejado a los ciudadanos del tablero político, conculcando la democracia. Mientras tanto, al igual que Jorge Rodríguez, otros jugadores de gorra roja se aferran al bate esperando turno.


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