Hoy vuelvo a estas páginas después de un voluntario receso para atender ciertos problemas de salud, pero lo hago lleno de estupor, escepticismo, frustración y decepción al observar la indiferencia y el desinterés con las que el hombre común ha tomado el intento de magnicidio perpetrado por el régimen contra el presidente encargado, Juan Guaidó.

El presidente Guaidó es el emblema de la dignidad de una Venezuela que no se rinde, que no se entrega, que no se amilana ante la brutalidad, que resiste hasta lo indecible; representa lo sublime de los valores democráticos que se enfrenta, a diario, contra la vileza y al delito gubernamental.

Entonces, necesitamos dar una contundente respuesta política y moral al agravio infligido a nuestro presidente encargado; ello representa también nuestro enfrentamiento al fascismo imperante. No podemos seguir siendo los actores pasivos que callan y dejan hacer al más fuerte. Los años pasan en este malsano entorno en que los facinerosos en el poder han convertido a nuestro país y en el que los millones de ciudadanos que aquí habitan sufren, día a día, el ultraje sistemático de su dignidad ciudadana.

Venezuela entera debe odiarse a sí misma. Hemos soportado a un régimen constituido por una entente de criminales de toda laya que obliga a cada uno de los hombres y mujeres a cometer actos de vileza. Tratan de que todos seamos viles y que creamos que lo hemos sido y que lo seremos para siempre. El régimen trata de construir a una Venezuela en la que sus ciudadanos se sientan indignos de levantar la mirada ni tengan fuerza y legitimidad moral para hacerle frente. Hemos sucumbido al canto de la sirena totalitaria y por haber aceptado este suicidio sin reaccionar.

La satrapía del régimen: malvados, corruptos, codiciosos y falsos carecen de sentido de futuro; tratan de sujetar a como dé lugar las riendas del poder, mediante un sistema represivo basado en la violencia y la brutalidad; han expoliado al país a fin de mantener con saldos astronómicamente positivos sus cuentas personales en el exterior. Un régimen que para imponerse ha abolido la libertad, los derechos de la propiedad privada, la independencia del sistema judicial, la limitación del libre emprendimiento. El resultado: ineficacia operativa y productiva, la corrupción y el despotismo. El creciente poder y dominio de la maquinaria burocrática del Estado que agravan la injusticia, la barbarie y los sufrimientos humanos, constituye la amenaza principal para la libertad individual y por lo tanto debemos luchar, sin pausa ni dudas, contra dicha maquinaria.

Han destruido los valores y principios de la libertad, de racionalidad de tolerancia y legalidad, y nos han sido sumergidos en el piélago del despotismo político, pobreza material, brutalidad, oscurantismo y prepotencia. El gobierno de Maduro está llegando a su término. El chavismo-madurismo nos ha hecho esclavos de un Estado inexistente, más desiguales que antes, hermanos enemigos. Un régimen que desacredita, molesta, calumnia, persigue, arruina a los hombres dotados de espíritu libre que hecha de los cargos públicos a los buenos y honrados y los sustituye por viles y deshonestos, siembra rencores, desconfianzas, animosidades, odios, peleas y discordias.

No permitamos que nos priven de la voluntad de detener el caos de la razón y el discernimiento, ni tampoco permitamos que nuestras diferencias y enfrentamientos nos hagan oscilar de un lado a otro en nuestra lucha emancipadora.

Es claro que ahora el régimen sabe que su permanencia en el poder está llegando a su fin y por eso ha llevado la lucha política a otros terrenos; su estrategia se fundamenta en  el mantenimiento del poder a todo costo, para eso desarrolla un inusitado aumento de la represión y la violencia; con insolencia siente y piensa que es una dictadura que puede hacer lo que le da la gana: ahora encarcela, tortura y mata con mayor asiduidad y vesania. Ya no pretende encarcelar al presidente Guaidó, ahora pretende matarlo y destruir su entorno político. Se vale para tales abusos de la acción de sicarios protegidos, armados, financiados por el régimen y entrenados por la inteligencia cubana.

Es evidente que, a partir de estos hechos, la organización, la logística y las tácticas de la oposición deben cambiar radicalmente para enfrentar con mayor capacidad de acción a las criminales bandas gubernamentales.


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