abstención
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  • La historiadora Bárbara Tuchman, en su obra La Marcha de la Locura, asegura que todas aquellas decisiones que desafían el sentido común, pese a que la experiencia acumulada y una abundante información aconsejan lo contrario, no ocurren con tanta frecuencia en ninguna otra actividad humana sino en la política 
  • Liddell Hart, el gran teórico militar británico, atribuye los imprevistos en toda confrontación al hecho de que “ningún hombre puede calcular exactamente de lo que es capaz el genio humano o su estupidez” 
  • “El propósito fundamental de una estrategia no es vencer al adversario en un encuentro sino disminuir su resistencia a través de un proceso hasta abatirlo finalmente”

Uno de los más serios errores estratégicos de la oposición venezolana ha sido considerar cada evento electoral o político como el último y definitivo en contradicción con el objetivo fundamental de una estrategia: disminuir la resistencia del adversario a través de un proceso hasta abatirlo finalmente. Chávez hizo de su trayectoria política la continuación de la asonada militar del 4F. Los principios que rigen la guerra, la doctrina militar y la estrategia fueron parte de su aprendizaje y de su concepción reduccionista de la política. Chávez siempre entendió su estrategia como “el arte de distribuir y aplicar medios militares para satisfacer fines políticos”. Por eso en todas las confrontaciones electorales, mientras la oposición se engalanaba para un torneo democrático, Chávez se preparaba para una operación militar donde todo se valía.

Existen dos principios básicos en toda estrategia: ajustar los medios al fin que se persigue y seguir una línea de acción que ofrezca objetivos alternos. Nunca ha habido una línea estratégica consistente en la oposición salvo derrotar al gobierno por cualquier medio y lo más rápido posible. A los factores imprevisibles de todo conflicto se le llama en el argot militar “fog of war”, bruma de guerra.  Por eso el estratega Hart atribuye estos imprevistos o complicaciones al hecho de que “ningún hombre puede calcular la capacidad del genio humano o de su estupidez”. El mismo teórico sostiene que en todo conflicto, cada problema y cada principio es una dualidad, como en una moneda. En consecuencia, toda estrategia debe contemplar un objetivo alterno. Nunca hubo un objetivo alterno en los pocos triunfos o muchos fracasos de la oposición.

La victoria abstencionista de 2005, increíblemente, le perteneció también al chavismo disidente que contribuyó decididamente. El electorado chavista que se abstuvo fue de millones de electores. La oposición no supo qué hacer con ese significativo fenómeno del abstencionismo chavista por carecer de un objetivo alterno. Ese logro se disipó, como siempre, entre mutuas acusaciones, que aún persisten, sobre si la estrategia fue buena o mala. Abstenerse (no participar en algo a que se tiene derecho) no es, en sí misma, una estrategia, ni siquiera una táctica. La abstención de 2005 fue una decisión colectiva de presión que se impuso en el último momento con resultados importantes a un costo muy grande. Gracias a que ningún partido o un brillante líder o estratega la diseñó o la planeó de esa manera es que resultó un éxito que se agotó apenas los opositores terminaron de celebrar.

Mario Alberto Mendoza, politólogo y analista de sistemas electorales mexicano, llama esta condición colectiva del chavismo en ese momento “defección Fox” (Absenteeism and the Crisis of the Mexican Political System). La defección, entendida como la “acción de separarse con deslealtad de una causa”, según Mendoza, se ha traducido en México en “abstenciones castigo” y se produjo después de cinco años de la glamorosa victoria electoral de Vicente Fox en 2000 como resultado de un inepto gobierno.

En 2007, cuando se ganó el referéndum por la reforma constitucional, el general Raúl Isaías Baduel, líder abanderado de esa “victoria de mierda”, como la llamó Chávez, advirtió que esa reforma, pese a ser derrotada, se haría realidad, como en efecto se hizo en virtud de las arbitrariedades del comandante y la falta de un objetivo alterno. Sin objetivo alterno, igualmente fue inútil el control de la Asamblea Nacional, cuyo presidente, Henry Ramos Allup, había prometido un referéndum revocatorio de Maduro, para luego desfallecer en la orilla reclamando a voz en cuello como única “estrategia” el falso dilema ¡dialogamos o nos matamos! Los intimidados dirigentes opositores que encontraron una gran justificación a sus veleidades decidieron por mayoría que ni de vaina nos matamos. ¡Dialogaremos, pues! Era el año de 2017. Comenzó el largo y tortuoso diálogo y ahí estamos, dialogando en México sin matarnos, excepto los venezolanos que mueren de hambre, de covid-19, a manos del hampa, por huir del país, por negligencia sanitaria o por escasez de medicinas.

El interinato de Guaidó fue uno de los últimos alientos de unión y esperanza. El hecho de que detrás de Estados Unidos se hayan alineado 59 países en un apoyo sin precedentes en la historia del continente, no significó mucho para los cuervos de la oposición que optaron por sacarse los ojos antes que entender que la unidad en lo que se decidiera era la clave del éxito. Pero como dice el gran estratega Liddell Hart, “ningún hombre puede calcular exactamente de lo que es capaz el genio humano o su estupidez”.

La estrategia de abstenerse

Como hemos dicho antes, si se analizan con objetividad algunos de los factores de avance que la oposición se acredita se puede advertir que más que los méritos de una estrategia bien concebida es el resultado de desaciertos de los gobiernos de Chávez y de Maduro. Esos avances de la oposición como no fueron en realidad conquistas estratégicas firmes, con el uso abusivo del gobierno, los bolivarianos han recuperado pronto el terreno perdido.

Esperar que líderes y organizaciones desistan voluntariamente de sus espacios políticos por muy reducidos que estos sean, es utópico. En teoría política se sostiene que para que exista una aceptable aproximación de consenso frente a una muy severa crisis, esta debe ser de tal magnitud que no le ofrezca a ninguno de sus líderes la sobrevivencia política. Eso no ha ocurrido en Venezuela porque innumerables dirigentes políticos de oposición han sobrevivido con los mendrugos que les ha ofrecido el gobierno. No obstante, para la mayoría de los venezolanos la crisis si es de esa magnitud, pero en el estado actual de cosas “mayoría” no tiene significado alguno. El éxodo de venezolanos no es solo la consecuencia de una gigantesca incompetencia del gobierno sino la carencia de liderazgo opositor. Los británicos no huyeron en los años cuarenta despavoridos por lo que parecía una inminente invasión nazi o por los inclementes bombardeos a Londres, sino porque había un líder que les ofrecía, junto con dolor, sangre y lágrimas, esperanzas creíbles.

Lo primero que resalta de la abstención como estrategia es la inflexibilidad de su premisa y la ambigüedad de sus objetivos. La legitimidad es un concepto político abstracto de difícil interpretación y de enorme dificultad para su aplicación. Es difícil encontrar un buen ejemplo de un gobierno sustituido a fuerza de abstenciones. Philippe C. Schmitter, del European University Institute en Florencia, llama a la legitimidad uno de los conceptos más usados y abusados de la ciencia política. “Cínicamente, uno está tentado de decir -señala Schmitter- que es precisamente esta ambigüedad la que la hace tan útil a los políticos”.

La resistencia a políticas autocráticas no provoca automáticamente la deslegitimación y en algunos casos lo que para unos es “déficit democrático”, para otros es “deslegitimación”. Cada país tiene su grado y naturaleza particular de legitimidad. La disputa sobre la definición de legitimidad de un gobierno, dice Schmitter, recuerda la famosa observación del magistrado de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, Lewis Powell, relacionada con la pornografía: “No sé lo que es, pero lo sé cuándo la veo”.  Schmitter la corrige para indicar que la legitimidad “puede que uno no sea capaz de definirla o medirla, pero yo sé cuándo no está presente”.

¿Es ilegítimo el gobierno de Maduro? ¿Quién decide cuánta abstención es necesaria para que el gobierno de Maduro provoque esa percepción de deslegitimación? ¿Podrán los proponentes de la abstención convencer a la comunidad internacional que la decisión de abstenerse tomada antes de una elección es un mandato popular y suficiente para deslegitimar un gobierno y justificar la “tarea de la liberación”?

Por eso precisamente es que la oposición, confundida como siempre, ante el dilema de «votar o abstenerse» escogió en la práctica la estrategia de “votar y abstenerse” en desafío al sentido común, a toda la experiencia acumulada y a una abundante información que aconseja lo contrario”.

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