La Venezuela de nuestros aciagos días se desdobla en trama sombría –semejante a La oscuridad visible del gran William Golding–, en la que el mesianismo, encarnado en cabecillas de coyuntura, no solo rivaliza con afanados de la amenaza, del atropello y del miedo cuando acometen causas políticas, sino que ambos caracteres conviven en una suerte de causación recíproca de alcances perversos. En el bando gobernante predominan existencias cuyas vidas y aspiraciones se conectan en lo que resguarda de roñoso y libertino el misterio del hombre. Los opositores, aunque a veces aprovechados de las debilidades del sistema –naturalmente, salvo honrosas excepciones–, expresan habitual y mayoritariamente un mínimo respeto a la postura del contrario y en esa medida se avienen a concretar las pautas de la convivencia democrática. Hay quienes sostienen que las bases populares de ambos grupos, hoy en discordia, tienen más elementos en común que diferencias, y esto parece obvio en la medida que las referidas bases se mueven conforme sus conveniencias o de acuerdo con las calidades y alcances de la oferta política –definitivamente no se trata de seguidores cautivos–. Habría que añadir la desconexión de suyo existente entre el liderazgo de cualquiera de las dos parcialidades para, con sus bases, un mal que campea con significativa profundidad en la escena política de los últimos tiempos. Pero no es empeño perdido el que nos anima continuar la marcha reivindicadora de nuestro destino como nación.

El 23 de enero del año en curso renació la esperanza que al día de hoy se mantiene vigente, y hay que ver que el liderazgo emergente ha dado signos contundentes de compromiso y sobre todo de valor personal. Siempre será fácil criticar lo que hacen los demás; cuesta mucho valorar y reconocer los méritos de quienes se juegan la vida por el país. Dicho esto, vaya nuestro elogio a los hombres y mujeres que dentro y fuera de Venezuela enarbolan las banderas del Estado de Derecho, de la libertad y de la democracia. Y para ellos debe haber comprensión; es muy difícil no cometer errores en una lucha tan desigual y en las circunstancias tan apremiantes que nos envuelven.

En este orden de ideas, tenemos que hablar del antagonismo presente en medios opositores al régimen. Es natural dentro de una misma organización política opositora, que se planteen diferencias de carácter ideológico y procedimental; también es común que se manifiesten y compitan diversas agrupaciones y sus respectivos abanderados, incluso en el plano interno de cada parcialidad. Si de algo debemos estar persuadidos es que no podemos cambiar nuestra naturaleza humana y todo lo apuntado es consustancial a ella. Además, es preciso “arrear” con lo que tenemos a la mano, tratando en lo posible de enaltecer sus cualidades mientras se intenta moderar sus vicios y desviaciones, pero pensar en la posibilidad de una sola pauta, de una misma aproximación al problema y su solución, de un único aspirante a ocupar posiciones de liderazgo político, puede ser, más que una ingenuidad, una gran torpeza.

Ya la oposición venezolana ha dado suficientes muestras de madurez, cuando las circunstancias lo han exigido; de allí vino aquel triunfo esperanzador de diciembre de 2015, del cual es preciso admitir que deriva cuanto estamos viviendo con el presidente de la Asamblea Nacional y su reciente actuación como encargado –reconocido nacional e internacionalmente–, de la Presidencia de la República.

El régimen gobernante se desenvuelve al rompe de una elevada carga ideológica y propagandística –sin bases sólidas, obviamente–, mientras sostiene su menguado poder en militares alienados a la doctrina que fracasó estruendosamente, que no tiene justificación ni defensa posible en ningún terreno. Todo ello ha traído al país a este inmenso desastre, a su lamentable y creciente aislamiento internacional. Y lo peor del caso es que ni el régimen en funciones, ni sus incondicionales, cómplices y seguidores, disponen de lo mínimo indispensable para enfrentar y resolver los problemas y carencias de actualidad. Insisten tozudamente en sostener para ellos un mando inviable, precario, una presencia abusiva, inconstitucional e ilegal, irritante para las grandes mayorías populares. Entre tanto, el país se hunde en la vorágine de la escasez de bienes y servicios, en la miseria generalizada y en la corrupción más sofocante de su historia republicana.

No procede, pues, alarmarse ante las naturales diferencias de criterio, incluso rivalidades manifiestas dentro del liderazgo opositor. Se trata de realidades inexorables que estamos llamados a comprender y a encauzar con inteligencia, no con señalamientos inútiles ni visiones catastrofistas. Y ese liderazgo aspirante con derecho propio, sin duda, a los cargos de elección popular, debe moverse con sentido de la oportunidad y sobre todo espíritu público; una capacidad que existe en nuestra clase política, como demuestran los hechos y candidaturas de unidad o de consenso que en su momento gozaron de amplio respaldo popular en procesos electorales cumplidos.

 


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