Las luchas de 2020 serán las de 2019. Cuando caen las hojas del almanaque se tiene la sensación de la cercanía de una novedad, la idea de que el tiempo será distinto, pero las cosas no cambian por mandato del calendario. Hace falta una voluntad colectiva para que las mudanzas ocurran, para que dejen de parecerse al pasado reciente. La mecánica de contar los días conduce a una ilusión, porque en realidad la modificación de la vida depende de fuerzas que no pueden encontrarse en la superficialidad de los cálculos cotidianos que apenas se relacionan con la fachada de los sucesos, pero casi nunca con los resortes interiores que las dominan.

¿No cambiará nada en el año venidero, por lo tanto? Nadie puede llegar a una afirmación tan tajante, ni tan cargada de frustraciones. Lo que viene será consecuencia de lo que hemos llevado a cabo como sociedad, porque tiene sus raíces en las cercanías y, por lo tanto, no hay manera sensata de pronosticar labranzas y cosechas inéditas. Pero, como hubo en 2019 luchas que no pueden pasar inadvertidas, movimientos que trataron de llegar a su meta, esfuerzos que no se pueden dar por perdidos, seguramente el hilo de las horas cercanas seguirá su tejido para empeñarse en una culminación. Si se hicieron cosas, si se trabajó por la búsqueda de metas dignas de atención, seguirán su camino hasta encontrar desembocadura.

Pero, en términos políticos, la situación vale para las fuerzas de la oposición y también para los intereses de la usurpación. Las primeras buscaron victorias sin obtenerlas, o llegando hasta situaciones que no han satisfecho las ansias de los ciudadanos más desesperados. Los otros lograron la supervivencia, pero sin los ímpetus que mostraban ufanos cuando comenzó el año que está a punto de morir. No parece exagerado hablar de un enfrentamiento que no ha conducido a soluciones definitivas, es decir, en consecuencia, de un pugilato que continuará en forma semejante a la de antes porque sus protagonistas solo fueron capaces de moverse con cautela, de temerse a la recíproca, de mantenerse vivos, aunque con los huesos molidos a palos, pero presentes en la vanguardia de la colectividad.

La posibilidad de una mudanza depende de cómo los líderes de las dos potencias dominantes examinen sus pasos recientes y traten de trazar un nuevo itinerario. Pero también, especialmente, de cómo la sociedad se mire en el espejo del lapso que termina, es decir, de cómo sienta que dejó solos a sus líderes y de que esté dispuesta a protagonizar acciones diversas y contundentes que la distancien de lo que dejó de hacer entre enero y diciembre de 2019.  Ese tipo de exámenes masivos no es habitual porque carece de conducción interior, de resortes de sus entrañas que revuelvan la conciencia colectiva, pero su dificultad no significa imposibilidad, su pobre desempeño no permite pensar en la continuación de una conducta anodina o precaria en la batalla por la metamorfosis que se anuncia sin lograr corporeidad.

Debido a lo cual se recuerda que la nueva vida no está decretada porque cambiamos el número del año, sino por lo que se haga en conjunto a partir de ahora para convertirla en realidad. Los tiempos no son señalados por el almanaque casero que colocamos en la cocina para que nos recuerde los compromisos de la vida hogareña, sino por un compromiso que nos saque de la casa tras la obligación de ser otros.


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