Venezuela no está condenada a ser sojuzgada por la hegemonía despótica y depredadora de Maduro y los suyos.

Aunque entre los «suyos» haya gente variopinta, de todos los colores y de todas las índoles. La dignidad del maestro Rodolfo Izaguirre, en su más reciente escrito, a sus 90 años, es un motivo de esperanza.

Cierto que van dos décadas y pico en esta tragedia. Con sus etapas que parecen distintas pero, que, en el fondo forman parte de un mismo proyecto de dominación.

Habilidosamente desenvuelto con la bonanza petrolera, con la demagogia insuperable y con la fuerza de la represión. Ni hablar de los enchufes que se asemejan, en cantidad, a esos paneles antiguos de las operadoras de comunicación telefónica.

Entra 2022, con perspectiva ominosa. Las burbujas de derroche y la llamada «economía del bodegón» crean una ilusión de bienestar para los pudientes, como la ilusión de bienestar para los pobres con las ya olvidadas «misiones». Nada sólido, todo vaporoso.

No nos engañemos. Con la hegemonía multicolor no hay futuro digno para Venezuela. La muralla del poder establecido tiene que ser derribada por los amplios caminos de la Constitución formalmente vigente.

El chantaje de la supuesta seudodemocracia tiene que ser combatido sin cansancio. No y no a la resignación. Uno de los peores enemigos del cambio efectivo.


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