“Todas las cosas son ya dichas; pero como nadie escucha, hay que volver a empezar siempre”. ― André Gide

No es que esta famosa historiadora, ganadora del afamado premio Pulitzer por su obra El ocaso de las democracias, haya dedicado un escrito a este subcontinente. Más bien se trata aquí de constatar la vigencia de su obra emblemática en la cual alerta que las democracias occidentales modernas están bajo el asedio y el auge del autoritarismo y que es una cuestión que debería preocuparnos a todos, exponiendo para ello cómo las trampas del nacionalismo y de la autocracia, con mensajes simples y radicales, son tan atractivas. Coloca como ejemplos países europeos pero asimilables de la misma manera a nuestra realidad latinoamericana.

A tres años de la publicación del ensayo de Appelbaum, sus postulados resuenan más que nunca en el mundo y Latinoamérica no escapa de ello enmarcada en la “marea rosa” que coincide con el periodo y que refleja de manera contundente el Índice de la Democracia, que publica anualmente la prestigiosa publicación The Economist, cuya edición de este año recoge: “América Latina en esta ocasión volvió a retroceder en el ranking. La región apenas cuenta con tres democracias plenas (Chile, Costa Rica y Uruguay). En los últimos tiempos, los países que eran democracias completas han pasado a ser democracias fallidas y las democracias fallidas han derivado en regímenes híbridos. En este momento, ocho países de la región son considerados regímenes híbridos o lo que algunos llaman autoritarismos competitivos. Se suscriben dentro de esta categoría aquellos países que guardan cierta fachada de democracia, pero ejecutan prácticas dictatoriales como violaciones a los derechos humanos, concentración del poder en manos de una persona o una élite gobernante y anulación del principio de separación de poderes”.

Pongo este tema de relieve por el reciente affaire del gobernante Gustavo Petro al declarar que el fiscal general de la nación está bajo sus órdenes. El revuelo causado en el país vecino, que saltó a la prensa internacional con un video del fiscal denunciando la violación del orden constitucional por parte del presidente y anunciando que su vida se encontraba en riesgo por la denuncia, encendió las alarmas sobre el asunto de  la deriva autoritaria que significa suprimir la autonomía del poder judicial y ponerlo al servicio del gobernante conforme a la franquicia del socialismo del siglo XXI, creación de Hugo Chávez bajo la tutoría cubana y que ahora aúpan el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla. Este asunto que aún está en la discusión pública en Colombia tiene como antecedente el fallido intento de Pedro Castillo en Perú de disolver el Congreso y arrogarse los poderes públicos para gobernar el país, así como el autoritarismo cada vez más acentuado de Bukele en El Salvador.

Se prevé que estas acciones continúen con fuerza cada vez mayor en la región ya que concurren dos elementos propiciadores de esas tendencias autoritarias y son el resurgimiento de la Unasur y el reforzamiento de la Celac. Vamos con el primero:

Unasur se inicia en 2003 como idea original el Brasil, propulsada por el chavismo durante el auge socialista en el subcontinente. Fue concebido como un organismo de concertación política, no entre Estados, sino entre mandatarios, contando con un componente de coordinación militar entre sus ejércitos supuestos a concertarse para la defensa de los gobernantes que lo integran tal como fueron sus intenciones durante el levantamiento policial a Correa y la sublevación de Santa Cruz de la Sierra a Morales, entre otras, hasta su defunción por nuevos aires democráticos en el subcontinente. El anuncio de Lula en abril del regreso de Brasil al mismo fue acogido con beneplácito por Argentina, Chile, Bolivia, Colombia, Colombia, Guyana y Surinam. Lo más probable es que resucite este año. Malas noticias para la democracia.

Celac: revitalizada por México hace tres años y más recientemente por Fernández en enero tendrá un momento estelar en la cumbre prevista en julio en Bruselas con la Unión Europea, coincidiendo con la presidencia de Sánchez en la misma. Este mecanismo también  de concertación política, en cuya última declaración final –más de cien puntos y once declaraciones– encontramos los conceptos de democracia y derechos humanos solo en párrafos principistas de carácter general, evidenciándose que esos nos son sus preocupaciones fundamentales. El tratamiento de los casos de Cuba, Nicaragua y Venezuela así lo evidencia. Su intención de sustituir a la Organización de los Estados Americanos, que, si tiene un fundamento democrático solido en su estructura y cuenta con mecanismos como la Carta Interamericana, pareciera estar sumando apoyos. Continúan las malas noticias para la democracia.

Para nuestro país las consecuencias están a la vuelta de la esquina. Los procesos electorales de las primarias y las eventuales presidenciales de 2024 tendrán como referentes estos entes de coordinación favorables al régimen, con la posibilidad cierta de ser los acompañantes y observadores invitados exclusivos, así como emisores de declaraciones de consenso efectivas y rápidas por la solidaridad automática que es usual entre este tipo de regímenes.

Finalmente, no dejo al olvido –consecuente con Andre Gide– que Cuba, Nicaragua y Venezuela son los tres ejes que resguardan los intereses de China, Rusia, Irán y demás antioccidentales. En definitiva, son los bastiones del autoritarismo, confirmando el contenido de El ocaso de las democracias como el terremoto que está sacudiendo el mundo.


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