Los intelectuales y artistas de la ULA generábamos muchas noticias, que redactábamos en una edificación con pisos de madera [la emblemática Casa de la Cultura «Juan Félix Sánchez»]. En esos quehaceres, también conocí a la escritora Mary Guerrero: como yo, ejercía el «periodismo institucional»: ella integraba la nómina del Rectorado y yo, poco tiempo después, la del Consejo de Publicaciones. Hacía tiempo que el pintor y cineasta Leopoldo Ponte Carrillo [casi dos décadas después nombrado director de ULA-TV] y yo habíamos fundado la revista de arte y literatura Punto de Fuga, bajo cuyo sello editorial publiqué Espectros: mi primer libro de cuentos, a la edad de 24 años, con el apoyo de empresas privadas y los talleres gráficos de la Universidad de los Andes.

Digo redactábamos porque también fui contratado por Don Pedro Rincón Gutiérrez para que asistiera a Carlos Contramaestre y Benedetto [sugerencias del filósofo argentino Alberto Garrido, Salvador Garmendia y el médico-artista-poeta Carlos Contramaestre] para crear una oficina de prensa institucional e igual redactar el «acta de fundación» del Consejo de Publicaciones de la Universidad de los Andes, editorial que, en 1979, me publicaría mi segundo libro de cuentos titulado Acertijos.

El gran magma Edmundo Aray era director de cultura y el ambiente universitario se agitaba a causa de la profusión de eventos relacionados con artes y letras, los congresos internacionales de intelectuales que organizaban y en los cuales conocí al sacerdote rebelde Ernesto Cardenal, a Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Benedetti, Ángel Rama, Marta Traba, Tomás Eloy Martínez y Mario Vargas Llosa [quien, por cierto, igual que mi madre, decía hallar semejanzas físicas entre Salvador Garmendia y Rasputín]. Recuerdo que durante uno de esos congresos, el extinto amigo y pintor Guillermo Besembel [presidente del Partido Comunista de Mérida] me entregó una planilla para que la llenase con mis datos personales y me adhiriese al partido. Petitorio que rehusé.

En Caracas, los periodistas Julio Barroeta Lara, José Pulido y Ramón Hernández, de El Nacional, me presentaron a Miguel Otero Silva y Ramón J. Velásquez [director, en ese momento]. Por invitación suya, me convertí en uno de los columnistas de la Página A-4 [Editorial] del influyente matutino. Mediante el crítico de arte y poeta Juan Calzadilla, igual conocí a Carlos Rangel y Sofía Ímber en el Museo de Arte Contemporáneo [eran directores de las «Páginas Culturales» de El Universal y me pidieron que colaborara con ellos enviándoles ensayos o críticas literarias].

El rector Rincón Gutiérrez pidió a Luis Carlos Benedetto la organización formal de la Oficina de Prensa Institucional de la Universidad de los Andes. Los magíster en fotografía «Gollito» Hernández D’Jesús y José [«El Flaco»] Quintero eran los galanes del reporterismo de la incipiente Prensa ULA. Chicas, incontables, acudían al laboratorio fotográfico como si se tratase de una pasarela.

Ramón Hernández, convertido en uno de los denominados «periodistas estrellas, foristas» del diario El Nacional junto con Iris Castellanos y María Josefa Pérez, frecuentaba la ciudad de Mérida y pernoctaba en un apartamento que mantuve alquilado varios años en el Sector Glorias Patrias. Éramos buenos amigos. Un tarde, en el parque próximo, sonriente, nos interceptó Roberto Giusti.  En ese lapso, periodista novato, uno de los egresados de la novísima Escuela de Comunicación Social de la ULA [Núcleo Táchira] que admiraban el impactante estilo periodístico-narrativo que Hernández exhibía en su página [una verdadera cátedra-pódium] de El Nacional llamada «El país como oficio». Recuerdo que una mañana Giusti se presentó en mi apartamento para pedirme, amistosamente, que le revisara un relato que deseaba difundir.

@jurescritor

 


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