Ana María Matute no fue una mujer todo terreno. Fue, sí, una mujer arrecha con un corazón grande y solidario. De sangre margariteña, más guaiquerí que criolla, se enfrentó con entereza y valentía a un cáncer traicionero y alevoso, que se ensañó con su perseverancia. Durante la batalla encarnizada, Matute no dejó de escribir, de hacer periodismo, ni de leer novelas en inglés, mucho menos de denostar contra las injusticias y el rosario de iniquidades que el régimen implantado desde el 4 de febrero de 1999 le ha asignado a cada venezolano y cada vez con peor abyección.

Una mujer sensible y una profesional con la tarea bien hecha, y la escritura derecha, sin torceduras ni quiebres. Fue así siempre, costara lo que le costare. La primera vez que fui su jefe trabajábamos en El Universal. Me tocó ser un jefe multitasking y ella estaba a cargo de la sección Internacional. Era asombrosa su capacidad de aprender y de entender lo que íbamos a hacer. Ocurría la guerra de Chechenia, primero, y le siguió la Guerra del Cóndor, unas escaramuzas en la zona selvática entre Ecuador y Perú que causó sus bajas y revuelos, pero que afortunadamente no duró mucho. Fue tan eficiente y tan dedicada a su trabajo, que sin darme cuenta la empecé a llamar Chechena. Era su nombre de combate.

Después se vino a El Nacional como editora y me acompañó como profesora en la Universidad Santa María, donde dejó marca entre sus alumnos. Cerrado el experimento académico, asumió la coordinación de las páginas editoriales y de opinión. Sus discusiones conmigo a todo grito, sus peleas con Argenis Martínez y los regaños que le soltaba a Pedro Llorens eran parte del menaje de la redacción, pero al rato ni ella ni los otros se daban por enterados. Eran debates de profesionales, de gente que se quería y aprendía uno del otro, sin espinas ni envidias y con mucha gratitud. Con nadie se llevó mejor que con Simón Alberto Consalvi, ambos congeniaban en nobleza y humor bien encriptado.

Matu, como terminé llamándola en sacrificio del Chechena de los comienzos, no se quedó en la redacción periodística, también incursionó con éxito en el guion cinematográfico documental y en la biografía. Ya no está. Le ganó provisionalmente el “bichito”, pero cuánto daría por escucharla en su tonito de arrechera incontenible que tal ministro era un mamarracho.Su insulto más fuerte y recurrido.


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