El 23 de enero de 1950, Amy Courvoisier cumplió una hazaña: no solo creó en el diario La Tarde y luego, el 3 de abril, en Ultimas Noticias, una excelente página de crítica cinematográfica titulada Cine Mundo, sino que la sostuvo con accidentada regularidad hasta 1964. Resultó algo sorprendente porque en aquel febrero de 1950 apareció o se dio a conocer, tal vez por primera vez en un periódico nacional, la franca disposición de ejercer una verdadera crítica cinematográfica. “Sucede que somos los primeros”, escribió entonces Courvoisier en Cine Mundo, “en expresar una opinión en torno a la creación urgente de una verdadera crítica, independiente, de cine. Ya es tiempo de abandonar este estado de cosas que considera a la cinematografía como el pariente pobre del arte. Es tiempo de hablar de la cinematografía como se habla de literatura, del teatro o del arte plástico. Basta de críticos improvisados quienes, adaptando las tradiciones de la literatura, intentan imponer estas reglas en el dominio del cinematógrafo”.

Era aquel, el momento para comenzar como en efecto se hizo en Cine Mundo, una crítica en la cual no tendrían sitio ni el amateur ni los conceptos literarios… “Es tiempo de crear una crítica especializada verdaderamente cinematográfica y que sea hecha de manera regular y no intermitente”. Para Amy Courvoisier, una crítica semejante solo podía pertenecer a “aquellos que aman el cine”.

Amy fue un trotamundos; conocía y alternaba con los países como si fuesen personas con las que se mantiene larga amistad y sostuvo también relaciones con todas las cinematografías del mundo a las que trataba con fidelidad de amante siempre maravillado.

Nació en Francia, es verdad y allí murió, pero hizo de Venezuela el centro de su propia vida. Llegó desde París, a comienzos de los años cincuenta, representando a Unifrance Films y además de Cine Mundo, creó el Círculo de Cronistas Cinematográficos de Caracas y fue un entusiasta promotor de cine clubes.

Resultaba asombroso, pero verlo era toparse de frente con el Mariscal Tito, aquel yugoeslavo que se separó airadamente del stalinismo. Eran gotas de agua y Amy lo sabia y lo disfrutaba a su manera.

Y así como recorría rostros, países y cinematografías también arrastraba la obsesión de observar, registrar y documentar su pasión por el cine. Durante años, muchos años, fue guardándolo todo: artículos, recortes de prensa, fotografías, informes, estadísticas, gacetillas publicitarias sin que ningún idioma fuese traba para aquel afán loco de dejar constancia de lo que se hace, de lo que otros hacen. Esta otra fabulosa “papelería del mundo” que donó a la Cinemateca significó la base inicial de su documentación.

Escribió muy fina poesía: “Je ne parle pas le javanais”; “Quelques tableaux de ma chambre racontent” (cada poema del libro corresponde a uno de los cuadros de su preciosa pinacoteca), y crónicas de cine que reunió en Cinema Séptimo cielo y Dialogando por el mundo: de Chaplin a Hemingway, con prosa amable y sin artificios literarios. Fue amigo personal de Robert Desnos, de Paul Eluard, de Charles Chaplin. Escribió crítica de cine y lo hizo, en Venezuela, con tanta seriedad, constancia y rigor que lo consideramos como el iniciador de la crítica cinematográfica en nuestro país.

¡Amy es ahora un trotamundos por ámbitos desconocidos…!

 

 


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