Por Ysméride Astudillo (*)

América es quizás el continente más hermoso, al estar sembrado de juventudes en su amplio territorio.

Desde la Patagonia hasta las frías tierras de Alaska, sueños de jóvenes entusiastas deambulan por el mundo con sus ideas, convirtiéndole en escenario de prometedores encuentros con la conformación de nuevos ámbitos para crear e innovar.

El cantante y autor José Luis Perales la define: «América, América, me hueles a guayaba, a cordillera helada, a tierra verde y lluvia tropical. Me hueles a pradera, a eterna primavera, me hueles a futuro y libertad». Tan clara concepción sumerge los pensamientos hacia la búsqueda de esa libertad que conforma escenarios de grandeza.

¿Por qué siendo tan rica, sea tan pobre? Teniendo el caudal bravío del río juvenil más sólido para edificar proyectos y emular a los grandes gladiadores, ¿por qué es territorio de angustias y desolación?

¿Será que América ha perdido el norte en cuanto a hacer de la familia el verdadero asiento de la formación para el desarrollo, y al mismo tiempo dejar que ese torrente de agua fresca pueda abonar toda esa extensión de emociones? ¿Será ese el verdadero reto y más grande meta de sus pobladores?

En verdad son ellos quienes deben transformarla en fuente de sabiduría, o antes habrá que hacerles comprender que para eso debemos alcanzar ciudadanía mediante el florecer de otras habilidades, destrezas, herramientas, percepciones, entornos, capaces de penetrar en otros mundos que han llegado en acelerados procesos de cambios, siendo el ciudadano quien debe convertirse en el protagonista de la transformación.

De ser esto último la premisa a validar, entonces el gran reto de América está en pensar en una formación sustentada en tres rocas: familia, formación y sociedad. Estudiar desde la claridad de lo sencillo sin complejidades a estas tres aristas, es a lo cual debe enfocar cualquier acción que desde las estructuras de los poderes se intenten implementar.

La gobernanza en este continente ha de asumir que antes de ser una tarea de gobierno desde la cual se impone, tiene que ser piel humana, de sus semblanzas, emociones, ritos, mitos y creencias.

Gobernanza ha de mirar primero al ser humano en sus necesidades, clemencias, angustias, etcétera, para luego constituirse en estrategia para desarrollar acciones, rumbos, financiamiento, encuentros, y desde las  estructuras de organización social actuar sobre la base de emociones sentidas en lugar de implosiones y hecatombes.

Tal vez sea prudente rescatar en algo lo planteado por León Tolstói al puntualizar: «Antes de dar al pueblo sacerdotes, soldados y maestros, sería oportuno saber si se está muriendo de hambre».

Así, para emplear la gobernanza, quien ordene acciones previamente tiene que sentir que el hambre y el calor humano pueden mancillar cualquier proyecto por muy adelantado y bien planificado que este pudiera ser.

El ser humano al vivir en plenitud con sus posesiones, se convierte en elemento determinante para que la letra de Perales tenga sentido, con su olor a futuro y libertad.

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(*) ExDecano UPEL-IPM


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