No se trata del sueño perdido, sino del sueño no encontrado, pues América Latina ha tenido soñadores, tanto en el campo de la política y, sobre todo en el campo de la cultura, pero no ha tenido un sueño compartido de unión cultural, política o económica. Ha tenido intentos sí, pero una propuesta seria, bien pensada, acordada e integral, no. Por muchas y variadas razones, pero fundamentalmente porque no ha llegado el tiempo de maduración.

Para muestra basta el botón de la VII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que concluyó el pasado martes 24 de enero, con la Declaración de Buenos Aires, un documento de 100 puntos (en realidad son 111) más 11 declaraciones especiales sobre lucha contra el terrorismo, armonía con la naturaleza, desarme nuclear, el tráfico de armas, integración energética, conservación de océanos, el bloqueo a cuba, sobre igualdad de género y sobre sistemas alimentarios, todos redactados en la jerga propia de las burocracias internacionales: “afirmamos, recordamos, remarcamos, manifestamos, convenimos, saludamos, reconocemos, reiteramos, valoramos…”.

Por cierto, ni una palabra del planteamiento conjunto del presidente Lula de Brasil y Fernández de Argentina de una moneda común –el sur– y un banco, con su Banco Central Suramericano, algo parecido al “peso real” planteado hace algunos años, o el sucre planteado para sustituir al dólar en los intercambios entre Venezuela, Cuba, Ecuador, Nicaragua y algunos países caribeños, de negra historia de corrupción. Tampoco en su largo texto casi nada aparece sobre la Agenda 2030 y los Objetivos del Desarrollo Sostenible, compromiso firmado por todos los países integrantes.

Aparecen sí los textos siguientes:

3. Remarcamos nuestro compromiso con la democracia, la promoción, protección y respeto de los Derechos Humanos, la cooperación internacional, el Estado de Derecho, el multilateralismo, el respeto a la integridad territorial, la no intervención en los asuntos internos de los Estados, y la defensa de la soberanía, así como la promoción de la justicia y el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales;

4. Recordamos que, en el espíritu de lo señalado en la Declaración de la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe de la Riviera Maya de 2010, la democracia es una conquista de la región que no admite interrupciones, de conformidad con el ordenamiento jurídico de los Estados, ni retrocesos, y reiteramos en ese sentido nuestro más firme compromiso con la preservación de los valores democráticos y con la vigencia plena e irrestricta de las instituciones y del Estado de Derecho en la región; el acceso a las funciones públicas y su ejercicio; y el respeto a las facultades constitucionales de los distintos poderes del Estado y el diálogo constructivo entre los mismos; la celebración de elecciones libres, periódicas, transparentes, informadas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; la participación ciudadana, la justicia social y la igualdad, la lucha contra la corrupción, así como el respeto a todos los derechos aplicables.

Insiste la Declaración que todo fue por consenso, en consecuencia, los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela remarcaron y recordaron su “más firme compromiso” con “la democracia, el Estado de Derecho, la separación de poderes, las elecciones libres, periódicas, transparentes, informadas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; la participación ciudadana, la justicia social y la igualdad, la lucha contra la corrupción…”. Y por si acaso no estaba claro, varios presidentes se los recordaron, entre ellos Boric de Chile, Petro de Colombia, Lacalle Pou de Uruguay y Abdo Benítez de Paraguay.

América Latina tiene muchas cosas en común para sostener sólidamente un proyecto de integración, fundamentalmente el lenguaje, su historia, su culturay su espléndida geografía, incluso en economía y su vocación agroalimentaria. Esos esos elementos por sí solos ya justifican todos los esfuerzos necesarios para adelantar sueños de integración.

Pero son también poderosos los factores que actúan en sentido contrario, sobre todo en el campo político con su elevada fecundidad de caudillos, mayores y menores, que hacen de la anarquía la praxis cotidiana; la corrupción como la razón fundamental de la toma del poder; los localismos, regionalismos y nacionalismos; ese complejo de inferioridad que hace que miremos a Estados Unidos, a Europa, a Asia más que a nosotros mismos.

Hemos tenido magníficos intelectuales que nos hacen sentir latinoamericanos, en el dolor y el sufrimiento, o en la alegría desbordante. Música que nos hace llorar a todos como el bolero y el tango, o bailar como la cumbia y el merengue. Compartimos el culto a la “Virgencita del Tepeyac” ―la Guadalupe― y otras advocaciones locales, en un cristianismo bastante criollo. Incluso tenemos excelentes universidades a lo largo y ancho de nuestros países, que muestran orgullosas sus relaciones internacionales con las universidades norteamericanas y europeas, pero casi con desgano los escasos intercambios con los pares de nuestro propio terreno.

Cuando se trata de integración nos sobran los abrazos, los discursos, las declaraciones, las cenas y las frases como “hermanos latinoamericanos”, pero no nos ponemos serios, y no adelantamos con disciplina los múltiples intentos de integración que hemos tenido y tenemos. Allí están las experiencias de Comunidad Andina de Naciones (CAN), el Mercado Común Centroamericano (MCCA) o el Mercado Común del Sur (Mercosur), iniciativas nobles que no aguantan un cambio de gobierno en los signatarios. Basta ver la hipocresía que se pone de bulto en los dos numerales citados de la flamante Declaración de Buenos Aires.

Vale la pena recordar aquí la formidable iniciativa de estudio, investigación y acción realizada desde el Centro Latinoamericano para el Desarrollo, la Integración y la Cooperación (Celadic) que fue una organización con presencia en casi toda América Latina, cuya idea fuerza fue la construcción colectiva de lo que sus miembros y aliados denominaron “Modelo de desarrollo humano integral”. En diversos ejercicios en los que participaron muchas personas se lograron publicar tres estudios: el Diagnóstico Causal Latinoamericano, Un Modelo Alternativo de Desarrollo Humano Integral y Nuestra Identidad Cultural Latinoamericana. Se publicaron otros documentos mensuales como “Aportes” y “Referencias para el Camino” y se dictaron a más de 700 participantes en 20 universidades del continente el Curso Desarrollo Humano Integral con 750 horas de duración. Todo duró hasta que murió su apasionado impulsor: Luis Enrique Marius.

Nos falta mucho recorrido a pesar de las grandes y trascendentes cosas que tenemos en común, pero han pesado, pesan y seguirán pasando las cortas miradas del afán de poder, la codicia y patrioterismo. Mientras tanto el sueño de El Dorado lo seguirán disfrutando las cleptocracias y sus socios y la mayoría de los latinoamericanos seguiremos escuchando los discursos, llorando con los boleros y bailando con la música tropical, mientras miramos el tiempo pasar.


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