La historia política de América Latina pareciera que estuviera condenada al fracaso. Desde caravanas de emigrantes originadas por «Estados» en colapso de crisis económicas y sociales, mientras mafias se apoderan de tales caminos en complicidad con (seudo)autoridades que permiten actividades de explotación comercial, hasta otras donde impera la trata, así como violaciones o prostitución forzada, pareciera que la pobreza y la exclusión social son una constante que incluso se ha agravado en tiempos posteriores al covid-19.

Y en un contexto político, en el cual desde Suramérica hasta Centroamérica y el Caribe, y la frontera de México con Estados Unidos lo que se ha venido incrementando de manera continúa es el número de seres humanos que están huyendo de sus países, mientras no se observan por parte de los países integrantes del continente de encontrar soluciones conjuntas a tales problemas, y por el contrario, solo se multiplican las restricciones para el ingreso a cada país, e incluso pareciera que no importa que tanto se afecten los derechos de niños, adolescentes, mujeres y hombres, exigiendo visados o el cumplimiento de normas «excepcionales» que incluso caracterizan de «delincuentes» a aquellos que huyendo del hambre, o precisamente de las violaciones esenciales de sus derechos en sus naciones, terminan encontrando en sus «destinos», además de la xenofobia, cualidades distintas a las de ciudadanos, quienes sólo han sido víctimas de gobiernos e instituciones perversas.

Lamentablemente, la integración regional de la cual tanto se matiza en los discursos políticos, y se manifiesta en proyectos y espacios de discusión continental, la realidad subyace ante las palabras, cuando incluso grupos armados irregulares -caso Colombia-, aunado con dimensiones del narcotráfico -norte de México-, o explotación de indígenas por delincuentes del neoextractivismo, sin obviar, el cómo la tecnología se asocia con  semejantes bloques criminales, pues, al no existir planes unidimensionales en la búsqueda del bienestar común, y multidisciplinarios en la conjugación de recursos materiales, no habrá solución ni siquiera en el largo plazo, por transformar la realidad política, económica y social de América Latina.

De hecho, ante una historia contemporánea que solo está marcada por diferencias ideológicas y conflictos, tampoco pareciera que existen propuestas de cooperación por Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea que pudieran, cuando menos, disminuir los graves problemas financieros y presupuestarios que confrontan la mayoría de las naciones latinoamericanas, lo que no sólo se traduce en un mayor número de dificultades sociales, sino que vamos hacia una praxis, cuya explotación de recursos naturales también va a hacer más complejas y permanentes las alteraciones sobre el agua, el clima, y por ende, en la agricultura, la pesca y la ganadería.

También el ver que migrantes fallecen -unos ahogados, otros quemados -e incluso, otros son asesinados de manera visceral- caso de los arrollados en Texas – y al final, ni siquiera existen condolencias por parte de los Estados en donde ocurren estas tragedias, es otro signo que los llamados «derechos humanos» se han convertido en entelequia para todo el continente americano, porque cuando se vive y sobrevive en términos de la ley del «mas fuerte», bien sea, por Estados propiamente dichos, o por explotación de recursos naturales, o por la imposición de grandes corporaciones capitalistas en sus objetivos de mayores ganancias financieras, ignorando el factor humano, no habrá nada qué hacer en el corto plazo que permita revertir la realidad de espacios miserables en América Latina.

Por lo pronto, crisis migratoria entre Perú y Chile. Caravanas humanas en el Darién. Escenas de colectivos que mueren en México o Estados Unidos. Deportaciones a quienes cruzan el rio Bravo, solo contrastan con el neototalitarismo que mitigan Venezuela y Nicaragua, completadas con la dictadura de Cuba, que son dejadas en segundo plano, cuando Ecuador disuelve su Congreso, o la mayoría de países intentan disminuir sus protestas internas, son la presencia de Estados que están condenados a tener en ardite a sus pueblos.


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