En el pasado año la izquierda ha llegado al poder en Chile, Perú y Colombia. Ya gobierna en México y muy pronto, a menos que las encuestas se equivoquen, gobernará en Brasil. Cinco de las seis principales economías de la región están gobernadas por izquierdistas. Por eso no sorprende que los medios hablen cada vez más de una nueva oleada de gobiernos de izquierda en América Latina.

Pero esta nueva ola, en realidad, es parte de una tendencia más importante. En 13 de las ultimas 14 elecciones en la región los ciudadanos han castigado con su voto a los políticos y partidos que están en el poder, sin importar su signo ideológico. Más que una oleada izquierdista, América Latina está viviendo una rebelión contra el statu quo. La gente no está votando por la izquierda sino en contra de los gobiernos y eso ha beneficiado a la izquierda en varios países donde estaba gobernando la derecha.

El problema que tienen los nuevos presidentes de izquierda es que esas fuerzas que los llevaron al poder son las mismas que, muy pronto, podrían llevarlos al fracaso.

Pero antes de profundizar en este tema retrocedamos un poco. La última vez que se habló de una oleada izquierdista en la región fue en la primera década del milenio, cuando un grupo de líderes de izquierda ascendió al poder en Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador y Argentina.

Esos líderes tuvieron suerte porque les tocó gobernar bajo condiciones muy favorables: los precios de las materias primas estaban por la nubes; a la economía china le roncaban los motores; y las bajas tasas de interés en Estados Unidos atraían muchos dólares a la región.

Con tanto dinero, las economías latinoamericanas crecían a tasas muy altas y los gobernantes podían darse el lujo de invertir en programas sociales que los hacían inmensamente populares. Durante esos años millones de personas salieron de la pobreza, se expandió la clase media y se redujo la desigualdad.

Pero las bonanzas nunca duran para siempre y cuando esta finalizó, alrededor de 2013, las economías de América Latina se estancaron. En 2019, después de varios años de bajo crecimiento, estalló una ola de protestas en muchos países. Un año después la pandemia, que provocó la peor recesión que ha sufrido la región en dos siglos, agravó buena parte de los problemas que espolearon las protestas.

Ahora la región está comenzando a recuperarse el golpe casi letal de la pandemia. Pero la situación sigue siendo adversa. Es cierto que los precios de las materias primas han subido, ayudando a algunos países. Pero una combinación de alta inflación (exacerbada por la guerra en Ucrania), bajo crecimiento en China, altas tasas de interés en Estados Unidos, y resacas fiscales del COVID-19 está limitando el margen de maniobra que tienen los gobiernos para aliviar el descontento.

Bajo estas condiciones, los nuevos líderes de izquierda podrían perder, muy rápido, el apoyo de las mayorías que los llevaron al poder.

De hecho, esto ya está ocurriendo en algunos países. Sin haber cumplido un año en el poder, el joven presidente de Chile, Gabriel Boric, ya está contra las cuerdas. Sus niveles de aprobación han colapsado por la alta inflación y la dificultad de gobernar con un Congreso dividido y un gabinete de ministros sin mucha experiencia. Y todas las encuestas indican que Boric sufrirá una derrota importante cuando, el próximo mes, los chilenos rechacen en un referendo la nueva Constitución.

En Argentina la galopante inflación ha desatado protestas que han puesto en jaque a Alberto Fernández. Y el presidente de Perú, el también izquierdista Pedro Castillo, está en una situación aún más precaria. Los aumentos de los precios de la comida, la gasolina y los fertilizantes han golpeado fuertemente a su base de apoyo en las zonas rurales (ya solo cuenta con un nivel de aprobación de 19%), y la Fiscalía le ha abierto 6 investigaciones. La pregunta ya no es tanto si va a salir de la presidencia sino cuándo.

El nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro, podría enfrentar una situación similar en pocos meses porque su país también tiene dificultades económicas —alta inflación, desempleo, creciente pobreza— y Petro no tiene los recursos para cumplir las promesas que hizo en su campaña.

La rapidez con que ha cambiado la fortuna de algunos miembros de la nueva oleada izquierdista es una prueba de que la ideología no es muy útil para analizar lo que está pasando en la región. La gente esta descontenta porque la situación económica está mal y si no hay una mejora rápida los votantes sacarán a las personas que están el poder. La impaciencia y la desesperación de los ciudadanos refleja que, más que un giro ideológico, hay un descontento creciente que se puede llevar a cualquiera por delante, sea de izquierda o derecha.

@alejandrotarre


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