Lo que se esperaba ocurrió. Era absolutamente previsible que los niveles de desempleo se disparasen en América Latina a raíz del coronavirus.

Por ejemplo, en Brasil unos 7,8 millones de personas engrosaron la lista de desempleo entre los meses de abril y mayo. El Instituto Brasileño de Geografía y Estadística informó que, por primera vez en la historia de esa nación, más de 50% de la población se encuentra sin ingresos formales que le permitan subsistir.

Chile no se queda atrás. En el trimestre marzo-mayo alcanzó la cifra de 11,2%, la más alta registrada desde 2020. Colombia tampoco escapa de las consecuencias de la paralización de la actividad productiva y comercial. Según la información del Instituto Nacional de Estadísticas de la nación neogranadina, para mayo el número de desempleados casi duplicó al registrado en el mismo periodo del pasado año.

Mientras tanto, la Oficina para América Latina y el Caribe de la Organización Internacional del Trabajo destacó que el alarmante y desenfrenado paso del COVID-19 por la región está dejando sin empleo a millones de personas en el continente, ante lo cual seguirán incrementándose las cifras de desocupados, trayendo consigo más miseria y pobreza para los habitantes de los países más económicamente deprimidos.

De igual manera, el más reciente estudio del Banco Mundial sitúa en -7,2% la caída del PIB en América Latina, lo que traería como consecuencia que unos 41 millones de personas queden cesantes, sin posibilidad alguna de llevar el sustento a sus hogares. Antes de la pandemia, se calculaba que existían unos 26 millones de desempleados.

Sin duda alguna un panorama nada alentador, que vuelve a poner una vez más a América Latina en la mira de las discusiones que, a nivel mundial, se están sucediendo a efectos de buscar mecanismos conjuntos de acción entre gobiernos de varios continentes, para paliar un poco la crisis que sigue en aumento.

Urge establecer una sinergia entre los diversos actores responsables de guiar y desarrollar los planes y estrategias que ayuden a minimizar el impacto de la enfermedad en los sectores comercial y productivo. Poner en marcha un conjunto de medidas, más que efectistas, efectivas.

 


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