Es verdad que hace mucho tiempo las reuniones de países han representado poco para el desarrollo de los pueblos y más para la promoción individual de ciertos líderes. Pero ese no fue el espíritu con el que se inauguró en 1994 la Cumbre de las Américas, sus objetivos fueron el intercambio sano y el fortalecimiento de los lazos de amistad y cooperación.

Estos temas han quedado en el camino y poco o nada concreto se obtiene de las reuniones. Sin embargo, la que está pautada para la segunda semana de junio en Estados Unidos ha evidenciado una realidad que debería preocupar y que tendría que ser abordada por los mandatarios y sus equipos técnicos. América está dividida, pero no porque faltaron invitaciones, sino porque hay sobradas diferencias que apartan a unos de otros. Es como escoger a los amigos, algunos prefieren las malas juntas.

El gobierno de Joe Biden ha recibido muchas críticas porque se tomó la atribución de no invitar a Venezuela, Nicaragua y mantener la ambigüedad con Cuba, como para que la dictadura dijera “yo no quiero ir”. Sin embargo, el trasfondo del asunto es mucho más complejo que una simple tarjeta para que asistan. ¿En realidad hay algo que pueda negociarse con regímenes como los que gobiernas esos países?

Lo que evidencia la cumbre es que América está polarizada y que la responsabilidad es de los gobiernos que irrespetan los derechos humanos y tuercen la democracia a su antojo. En el caso de que asistieran los presidentes de estos tres países, ¿cómo se les plantearía el tema que quieren tratar en esta reunión? ¿Qué posición tomarían Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel sobre la migración cuando son ellos y sus medidas los que la han provocado y exacerbado?

¿Invitar a Maduro para que diga públicamente frente a todos los mandatarios americanos que los migrantes venezolanos son traidores a la patria? También podría repetir lo que ha dicho infinidad de veces, que es mentira que han salido del país más de 6 millones de personas; o que ahora comienzan a regresar porque Venezuela se arregló. ¿Hace falta escuchar esas mentiras en un foro internacional? Llevarlos a la cumbre para que digan lo que les conviene y para que todo se tergiverse en una pelea política sin sentido no es ganancia para ningún país.

Si bien es cierto que la Cumbre de las Américas es preparada por la Organización de Estados Americanos, de la que son miembros todos, también es cierto que debería constituirse en un evento de promoción de la democracia y el respeto a los derechos humanos o en su defecto, condenar a los que actúen en su contra. No es posible acordar nada sustancial para el beneficio de los pueblos con gobiernos que ni siquiera se preocupan porque sus connacionales tengan qué comer.

Los que tienen similares puntos de vista y se copian procedimientos de gobierno que violan las libertades de las personas pueden reunirse a sus anchas, como en efecto lo están haciendo en La Habana, para compartir anécdotas sobre sus atrocidades. Pero para esto no puede ni debe haber más público.


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