Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador | Reuters

La reciente reunión del Celac en México concluyó, como era de esperarse, con una declaración. Quien se tome la molestia de leerla terminará preguntándose cuáles fueron los verdaderos acuerdos y los verdaderos resultados. Sucede así con los textos de compromiso, de conveniencia o deliberadamente ambiguos.

Habrá quien piense que no se logró el cometido de acabar con la OEA y que, en consecuencia, resulta muy optimista el título “Adiós OEA, bienvenida Celac” de| Luis Britto García. Habrá, por el contrario, quien recuerde el “por ahora” para anunciar que no se consiguió ahora pero que se alcanzará en el futuro. Y también quien prevenga, como Asdrúbal Aguiar, contra la ingenuidad de no advertir que se trata solo de un paso al que seguirán otros como parte de una estrategia, y que “es un crudo calco de la narrativa que instala de modo paciente el socialismo del siglo XXI en América y en España”.

El presidente mexicano y su canciller, anfitriones de la reunión, intentaron alguna explicación. “La posible sustitución de la OEA no era el objetivo de la reunión de hoy”, declaró el canciller. “El objetivo de la reunión –añadió– es que la Celac sea el principal instrumento de cooperación en América Latina y el Caribe”. Para que, de todos modos, no quedaran dudas, anunció: “El tema de la OEA lo estamos trabajando varios países. Vamos a presentar en su momento qué es lo que pensamos y cómo se debe cambiar”. Por de pronto dejó adelantado que ese adiós a la OEA había que entenderlo con relación a “su sentido intervencionista, injerencista y hegemonista”. Interpretando el pensamiento de López Obrador, el canciller mexicano explicó que lo planteado por su presidente es “alcanzar un entendimiento distinto con Estados Unidos, basado en la corresponsabilidad, la inversión y el respeto”. De allí su aclaratoria: “Que venga otra organización que construyamos políticamente en acuerdo con Estados Unidos”.

Imposible no vincular estas declaraciones, cargadas de crítica al “injerencismo norteamericano”, con la reunión sostenida días antes, apenas el 9 de septiembre, en la que se relanzó el Diálogo Económico de Alto Nivel (HLED por sus siglas en inglés), iniciativa impulsada en 2013 para promover la economía estratégica y prioridades comerciales para ambos países. Después de una pausa de cuatro años, funcionarios estadounidenses y mexicanos volvieron a reunirse para unas conversaciones que tenía originalmente los objetivos de promover la competitividad y la conectividad, fomentar el crecimiento económico, la productividad, el espíritu empresarial y la innovación e impulsar la asociación para el liderazgo regional y mundial, y que esta vez ponían el acento en el desarrollo sustentable en el sur de México y Centroamérica para detener las causas de la migración.

A propósito de este encuentro, Michael Camuñez, ex subsecretario de Comercio de Estados Unidos y director del HLED, llama la atención sobre los grandes cambios en el equilibrio del comercio mundial, pero especialmente sobre la necesidad de distinguir entre la retórica y la práctica. “Aunque el regreso del HLED es una buena noticia, está por determinar si puede estar a la altura de su visión y la elevada retórica que lo acompaña. No está claro, honestamente, si México, bajo AMLO, ve en Estados Unidos un verdadero socio con el que quiera echar su suerte. Tampoco está claro si Estados Unidos ve en México un aliado estratégico o una amenaza demográfica que manejar”.

La necesidad de esta distinción entre el discurso político y la realidad, las declaraciones y las verdaderas intenciones, los compromisos y las realizaciones, vale para todos los casos. La renovación de las instituciones no puede ser entendida desde una visión refundacionista que aspira a comenzar siempre de cero, ni se aviene con la pretensión de crear y cambiar instituciones a la medida y conveniencia de los intereses políticos de cada momento. La fortaleza de las instituciones y su garantía de sostenibilidad son la base de la democracia y de la posibilidad de mejorar sin destruir. Se trata, desde luego, de una fortaleza que no se construye desde la ambigüedad y la fantasía, sino desde la claridad, la realidad y la confianza.

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