El viernes fue un día con mezclas de sentimientos. Por una parte, pasamos las horas con las naturales angustias que despiertan la pandemia que sigue acosando a la humanidad, también de tristezas por los miles de seres humanos que han sucumbido ante tan letal embestida y paradójicamente, una brisa fresca de optimismo aventada desde Washington, cuando nos enteramos de la victoria de Luis Almagro, quien fue reelecto para que continúe, por 5 años más, al frente de la Organización de Estados Americanos.

Digo que no fue un triunfo aislado o personal, por demás merecido, del doctor Luis Almagro, también ganó la democracia. Porque Luis Almagro, desde que asumió la conducción de esa institución, al mismo tiempo fue el reloj despertador que sacudió de la inacción a un ente que había perdido significación por haberse limitado a ser escenario de simples “saludos a la bandera”, a la hora de defender los principios articulados en la Carta Democrática Interamericana.

Almagro rompió los esquemas rutinarios que se habían enquistado en la agenda de la OEA. Decidido y con determinación, se convirtió en el centinela de los derechos humanos, asignándole un espacio privilegiado en el portafolio inseparable de su cabecera. Para él, uno de los valores esenciales que se deben garantizar a los ciudadanos de América.

Almagro abrió las puertas de su despacho para recibir a todos los voceros de víctimas de violaciones. Fui una de esas portadoras del clamor de los presos políticos venezolanos. Y Luis Almagro jamás vaciló a la hora de colocar en alto relieve nuestros petitorios. Hizo posible que el caso venezolano repercutiera en el seno de la Asamblea General. Se movilizó por todos los espacios en donde era menester hablar de nuestra tragedia. Desafió a los regímenes autoritarios que pretendían que él se limitara a cumplir una mecánica ajena a su talante democrático. En su primer lustro al frente de la OEA la hizo resplandecer con luz propia, renovada y prestigiada por su loable desempeño.

Almagro fue amplio y valiente en el cumplimiento de sus obligaciones. Se atrevió a llamar las cosas por su nombre. Sin titubeos encaró a la anquilosada tiranía cubana. Abogó por los confinados a las mazmorras habilitadas por los hermanos Castro, en su vil empeño de silenciar las voces que denuncian semejante satrapía. También fue capaz de meterse en “la boca del lobo”, cuando con arrojo fue a Nicaragua desnudando las barbaridades perpetradas por la pareja endemoniada que somete a los hermanos nicaragüenses. Igual papel cumplió en Bolivia, donde su ejemplar comportamiento, signado por la transparencia, hizo posible que a la postre su informe definiera el destino de esa república suramericana.

Finalmente, los venezolanos sabemos que su aspiración a ser ratificado no respondían ni a vanidad ni a falsos orgullos. Luis Almagro tiene pendiente una tarea por cumplir. Especialmente con Venezuela. La activación del TIAR; que inicien, de una vez por todas, las causas pendientes en la Corte Penal Internacional para enjuiciar a Maduro y su pandilla por perpetradores de crímenes de lesa humanidad, es lo que desvela a Luis Almagro y por eso su anhelo de tener la oportunidad renovada de lograr esos objetivos. ¡Adelante, señor secretario!


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