A quien aquí escribe no le anima el propósito de hacer historia de cuántos presidentes ha tenido Venezuela. Pretender hacerlo sería un atrevimiento –por decir lo menos– puesto que semejante tarea, por su extensión, es casi imposible lograrla. Por ello, en el propio título que encabeza estas notas se advierte así, simplemente, “algunas huellas presidenciales”.

Muy acertadamente, la opinión general está de acuerdo en que llegar a ocupar la Presidencia de la República es un verdadero privilegio. Sí, un privilegio, puesto que es la más alta y distinguida posición política del país, y a la cual no es fácil acceder. Sin embargo, a esa tentación advienen muchos venezolanos, algunos que, justamente y con suficiente bagaje positivo, quieren dar el paso que les permita acceder a tan importante posición y ocuparse seriamente de cumplir el propósito de servirle eficazmente a Venezuela como se lo merece;  otros, alimentados con el mismo deseo de llegar hasta allí deben, ante todo, hurgar suficientemente su capacidad, a manera de una introspección, para calibrar si cuentan con la adecuada preparación para tan delicado cargo. Los electores, siempre tan hábiles en escudriñar, hacen uso de su libertad y ponen lupa a los candidatos presidenciales con el propósito de verificar si hay actitudes negativas que puedan afectar sus aspiraciones. Indiscutiblemente la preparación es un requisito indispensable para cumplir eficazmente un mandato presidencial.

Naturalmente, aspirar, llegar y cumplir son actitudes muy humanas que guardan distancias respetables. Ante todo, se debe tener clara conciencia de que ser presidente de la República es un reto, un verdadero y respetable reto. Tener presente el cumplimiento de los mandatos constitucionales y, por otra parte, como el presidente no es un sabio debe rodearse de las personas más calificadas con las cuales habrá de cumplir las políticas públicas. Entre las cuales, son prioritarias: la educación en el sentido más amplio desde la agropecuaria hasta la formación de talentos, la protección de la vida, la seguridad alimentaria y medicinal, la salud, la seguridad pública, los servicios públicos y el desarrollo de la economía.

Al iniciar una breve ojeada a las obras presidenciales ejecutadas desde el  año 1899 es digno mencionar, en primer lugar, al general Cipriano Castro, el hombre de Capacho, que sacó al Táchira del olvido, la dio a conocer, apreciar y respetar en todo el ámbito nacional y llevó su nombre hasta más allá de las fronteras patrias.

Este general, desde el mismo Táchira, en mayo de 1899 se lanzó a la acción armada comandando las tropas de la Revolución Liberal Restauradora con el propósito de llegar a Caracas y hacerse del gobierno, como efectivamente lo logró en octubre del mismo año. Entre sus obras materiales ejecutadas por su gobierno se cuentan: El Teatro Nacional, el primero que hubo en Venezuela, y la bella edificación construida para la sede del Concejo Municipal de Caracas. Ambas obras siguen allí sólidamente plantadas exhibiendo sus diseños y prestando los correspondientes servicios. Son, pues, huellas presidenciales imborrables de Cipriano Castro. Se cuenta también una muy importante obra intangible, la preparación académica de un gran talento humano, Cipriano Domínguez, enviado bajo su protección económica a las mejores universidades de Estados Unidos donde fue formado y luego vino a prestar servicios en Venezuela. Entre sus obras se cuentan la edificación del Centro Simón Bolívar y la bella y acogedora estructura arquitectónica del Instituto Pedagógico de Caracas, en El Paraíso. Hasta la próxima entrega.

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