Zulia
Foto: @manuelrosalesg

Ya se ha dicho casi todo, los analistas ya han hecho sus sesudos análisis: la fragmentación de la oposición, no entender que sin unidad no hay posibilidad de derrotar al chavismo, es uno que encierra una verdad. Efectivamente la característica fundamental de la oposición ha sido su división, producida primero por la prexistencia de intereses particulares que han impedido la construcción de un proyecto de orden sobre una plataforma unitaria concebida para gobernar y construir un orden duradero, tal como se fraguó el proyecto democrático que nació en el 58 con el llamado Pacto de Puntofijo. En segundo lugar, porque el régimen ha colocado a los partidos políticos en una situación institucional precaria, por ejemplo, la MUD estuvo cinco años inhabilitada y solo se habilitó de nuevo cinco meses antes de estas elecciones, ha defenestrado de su dirección a su liderazgo natural y lo ha reemplazado por “opositores” que se han vendido al régimen. Y, en tercer lugar, porque el partido político ha sido objeto de una guerra feroz por sectores mismos de la oposición que han hecho hasta lo indecible por liquidar lo que alguna vez fue su fortaleza electoral, recuérdese 2015.

Los análisis también han dicho que el pueblo está fatigado de promesas incumplidas por la oposición que enarboló las banderas de cese de la usurpación, elecciones libres y justas y gobierno de transición. Que la oposición ha perdido sintonía con el pueblo, porque no toma en cuenta sus necesidades y urgencias, sino que se ha enfrascado en crear un discurso ajeno a esas necesidades. Y se ha alejado de este por su incoherencia llamando durante cinco años a la abstención y luego presentarse como “frescolita” (esto de frescolita lo ha dicho Luis Vicente León, el analista por excelencia de los últimos años de la situación venezolana y que es escuchado como un oráculo. Así que ha introducido un nuevo término “frescolita”, muy mal para mí que siempre creí que este era una gaseosa) y que en fin la gente que tiene todo el derecho a elegir ha decidido no votar y ha abandonado a la oposición y ese es un derecho.

Todos los análisis coinciden en el desgaste de la narrativa partidaria y del liderazgo opositor. Esta crisis vivida en el seno de la oposición por falta de una lectura adecuada de la situación del país ahogó la reactivación opositora expresada en las elecciones de 2015, la oposición liquidó todo ensayo de una salida negociada reconociendo la nueva realidad política que emergió de dicho proceso y el gobierno hizo lo que toda dictadura hace: se adelantó en cambiar de facto los resultados electorales, liquidando la mayoría absoluta de la oposición conseguida en ese proceso electoral y después dejó sin efecto judicialmente su efectividad legislativa y finalmente creó un parlamento paralelo con la Asamblea Constituyente. Todo esto, sin que la oposición hiciese valer sus derechos mediante la movilización y recuperación de la calle que el proceso electoral le había conferido.

Todos estos analistas revelan un diagnóstico aproximado de la realidad opositora. Sin embargo, en todos ellos se ha librado a eso que llamamos “pueblo” de la responsabilidad política que deberían asumir en la situación política que se vive y que más allá de la cancelación de la democracia se enfrenta a las más grandes fallas de gobernabilidad vivida en la historia del país, el más bajo rendimiento gubernamental produciendo una profunda crisis de legitimidad por rendimiento que ligada a su crisis de legitimidad por origen ha dado lugar a la quiebra del país con todas las consecuencias que ya conocemos.

Creo que estos análisis, algunos muy buenos, sesudos, inteligentes, independientemente de la introducción del término “frescolita” deberían tomar en consideración la situación del Zulia y el resultado electoral que allí se produjo.

Y es que más allá del liderazgo de Rosales, quien ha sido históricamente el gran elector en el Zulia, al zuliano le sobró algo que le faltó al resto de los venezolanos: disposición pasional. Pasión le sobró al zuliano, se movilizó, asumió la calle, asumió la plaza como su espacio para hablar políticamente, mientras que en el resto del país el venezolano ha ido normalizando la precaria situación del país y no se movió, argumentando cansancio del discurso opositor, cansancio de Guaidó y de su ambivalencia, harto de que no se haga nada (cuando en realidad se ha hecho casi de todo), cansado y decepcionado de los partidos políticos, etc.

Entonces, una vez más, los analistas muy finos en sus análisis siguen justificando esa inacción de la gente, cuando no es otra cosa que esa especie de cinismo que la narrativa chavista ha ido consolidando como manera de encarar la política. Porque al final de todo qué hace diferente la situación del Zulia y lo vivido por los zulianos con lo que se vive el resto del país.

 


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