Ya celebrado el plebiscito constitucional,  persiste la conmoción entre las fuerzas propulsoras de un texto que sensatamente rechazaron los chilenos, luego de extremada una polarización innecesariamente prolongada que ojalá disipe la primavera austral que se avecina.  En 2020 hubo un elevadísimo consenso para reformar la carta magna, incluyendo a sectores políticamente encontrados, pero –esta vez– abusaron de la confianza de los ciudadanos con una disparatada propuesta orientada a la ruptura de una mínima unidad nacional que ahora se invoca, después de fracasada en las urnas –nada casual– más de medio siglo después de la votación obtenida por Salvador Allende en una consulta presidencial.

Ha fallado la ya envejecida estrategia ideada e implementada por el Foro de São Paulo y sus derivados, el apparatchik transnacional de una ultraizquierda decididamente antioccidental, que convirtió la experiencia del llamado chavismo en una fórmula a replicar en todo el continente, añadida la convocatoria de sendas asambleas constituyentes, por las buenas y por las malas, que en nombre de los más caros y prolijos principios y valores actúan como prodigiosos alfiles para configurar toda una estafa política. Pasa el tiempo y cada vez es más profunda la convicción de una cuidadosamente planificada táctica de desestabilización que tuvo éxito en Chile, el otro laboratorio latinoamericano, que fue más allá de la incineración del metro de Santiago, o el asalto y la profanación de las imágenes religiosas en la vía pública: acaso, necesitada de una respuesta terapéutica, pesa y estorba en el inconsciente la triunfal manipulación y liquidación de la constituyente por los bolcheviques, o la quema de los conventos de la Rusia y la España que juran olvidar tras muchas décadas.

Un severo problema político plantea la fracasada fórmula constitucional, adicional al abuso de la confianza que invirtieron los chilenos, ya que Gabriel Boric apenas inicia su mandato presidencial y quizá en una consumada democracia liberal lo correcto sería que renunciara porque comprometió toda la suerte de su gobierno con una jugada fatal.  Sabemos que constituiría un inútil trauma institucional apenas plantearlo, pero no puede pretender evadir el costo político de una acción que resultó temeraria, por el contenido de todo un ladrillo constitucional, aunque reconozcamos que los regímenes parlamentarios facilitan mucho la tramitación de los errores, esguinces y percances adecuadamente subsanables.

Lo ocurrido en el gran país del sur no es cualquier cosa. Hogar de miles de venezolanos que pueden dar y dan testimonio viviente de lo que es el llamado socialismo del siglo XXI, valga acotar, arrojados a la calle como animales malditos desde la propia sede de la embajada madurista en la colonia Providencia de Santiago, defendidos por la valiente alcalde Evelyn Matthei, quien también debe responder a sus electores, es teatro seguro de una confrontación que trasciende al hemisferio, y, por ello, persistirán con la fórmula que es la de una balcanización continental adelantada a pulso, con paciencia y precisión.

48 horas después de la consulta constitucional en cuestión, nos vemos forzados a cambiar de tópico en nuestra entrega de hoy, martes, siendo inevitable preguntar: ¿convocarán a otra asamblea constituyente, aunque a alguien se le pueda ocurrir que la de 2020 es permanente para no arriesgar la correlación de fuerzas? ¿Hará la tarea un Congreso que responda adecuadamente a las reformas y actualizaciones de una sociedad que las demanda, golpeada ya por los retrocesos de lo que fue una exitosa economía de libre mercado? ¿Qué harán consigo mismos los partidos históricos?


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