El tema de la refundación nacional está sobre el tapete. Lo ha puesto el Episcopado venezolano y está abriéndose espacio. A este respecto valgan ahora algunas reflexiones sobre un tema indispensable como presupuesto y acompañante. Se trata de una alfabetización básica en materia de derechos humanos y principios constitucionales.

En una pequeña y sencilla publicación mía sobre elementos primarios de Doctrina Social de la Iglesia he insertado la Declaración Universal de 1948, así como el Preámbulo y los Principios Fundamentales de nuestra Constitución (se puede bajar de mi blog perezdoc1810.blogspot.com). Son cosas que se suponen sabidas y resultan comúnmente ignoradas, lo cual tiene graves consecuencias en cuanto a praxis ciudadana. No se puede querer (ni reclamar) lo que no se conoce (en latín suena nil volitum nisi praecognitum).

Una re-fundación del país hacia una convivencia deseable y sólida exige una educación ciudadana general sobre puntos esenciales de una recta concepción de la persona y de la sociedad ¿Qué identifica en su raíz a un ser humano respecto de los seres en general, y qué tipo de convivencia (polis) debe él organizar para poder desarrollarse en consecuencia. Un vacío grande en la educación venezolana se creó al desaparecer la asignatura Moral y Cívica, la cual se daba en la escuela primaria. Y la verdad es que si importante era conocer las operaciones aritméticas elementales y los nombres de los principales ríos de la geografía nacional, más importante era manejar el abecé de la propia identidad humana y de los deberes y derechos ciudadanos para asegurar un digno convivir. De Bolívar es bastante conocido aquello de que “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”. Y no resisto la tentación de citar aquí lo que el sacerdote dice en la tragedia Edipo Rey: “Nada son los castillos, nada los barcos, si ninguna persona hay en ellos”.  En esta línea de reflexión se sitúa lo dicho por Jesús: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?” (Mt 16, 26).

Los regímenes en línea dictatorial, al igual que los partidos cuya predilección es contar con “masas”, no están interesados en una población con seria formación política y que piense con la propia cabeza. Plena vigencia tiene aquí la frase del Señor Jesucristo: “La verdad los hará libres” (Jn 8, 32).

El comienzo de la etapa democrática venezolana post 23 de Enero registró un esfuerzo significativo en “formación de cuadros”, de gente especialmente joven, en cuanto a teoría y praxis sociopolítica. Pero a medida que se consolidaron los partidos y se turnaron en el poder, se fue descuidando la formación, con los efectos que son de prever: pragmatismo de poca altura, culto de las maquinarias partidistas, debilitamiento del espíritu de servicio, polarización en la caza de liderazgos y corruptelas de diverso género.

En lo que toca a la Iglesia se bajó también la guardia en materia de educación para la política, no percibiendo de modo debido las implicaciones del Evangelio en la construcción de una “nueva sociedad”. El Concilio Plenario de Venezuela dejó más tarde esta interpelación: “Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural” (Documento 3).

En Venezuela se da hoy una sistemática, permanente y grave violación de derechos humanos por parte del régimen que gobierna de facto. Basta una hojeada ligera a la Declaración Universal, así como a la Constitución. De la primera leamos el Artículo 23: “Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana…”. Y de la segunda: “Artículo 46. Toda persona tiene derecho a que se respete su integridad física, psíquica y moral; en consecuencia: 1. Ninguna persona puede ser sometida a penas, torturas o tratos crueles, inhumanos o degradantes…”.

La refundación nacional exige con urgencia una alfabetización liberadora y una educación seria para una genuina convivencia democrática y una “nueva sociedad”.

 

 

 

 

 


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