Hemos hablado en anteriores publicaciones acerca de la necesidad de desarrollar en las audiencias (principalmente las audiencias jóvenes), el conocimiento o las competencias necesarias para entender un mensaje audiovisual en todo su contexto, es decir, no solo el obvio sino cualquier intencionalidad de los realizadores para intervenir en quien lo recibe.

Esta competencia o capacidad es el discernimiento audiovisual, y a través del mismo acompañamos la seducción natural que sentimos desde cualquier mensaje con las habilidades para entender el porque sentimos lo que sentimos cuando lo vemos.

Discernir es, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, “distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas” (DRAE. s/f). Se refiere en consecuencia a un juicio por el cual percibimos y declaramos la diferencia que existe entre varias cosas. Este término se forma a través del sufijo en latín mentum que significa “medio o instrumento”. La palabra hebrea que con frecuencia se traduce “discernimiento” está relacionada con la palabra, traducida “entendimiento”. Ambas aparecen en Proverbios 2:3-5, donde dice: «llamas al entendimiento, y pides discernimiento

Hasta el más simple mensaje audiovisual puede tener distintas impresiones y ser entendido de manera diferente por distintas personas. Depende de su formación, de su esquema de valores, de su cultura y de un sinfín de elementos que hacen que el espectador valore el contenido de manera distinta. Javier Ballesta Pagán (2003), indica que ”el gran engaño consiste en suponer que quien va a utilizar los medios ya tiene formación suficiente para hacerlo, lo que no suele ser cierto en la mayoría de los casos. Se necesitaría tener un conocimiento previo o un requerimiento adquirido por el análisis desde la experiencia personal, cultural y grupal capaz de servir de referente a lo que nos llega desde los medios”.

Hay una diferencia entre entender, comprender e interpretar. Usted puede entender que la sangre fluye por su cuerpo, pero no necesariamente comprender cómo. Por otro lado, al llegar a la interpretación declaramos el sentido de algo, “explicamos acciones, dichos o sucesos que pueden ser entendidos de distintos modos” (RAE). Esta es la línea donde se cruza hacia la filosofía y la hermenéutica.

Al lograr discernimiento audiovisual, las audiencias logran comprender e interpretar. Por un lado comprenden que los mensajes audiovisuales nunca son totalmente inocentes, sino que por el contrario siempre buscan una respuesta y por el otro logran interpretar el contenido y su intención. Puede que sea emocionarle como es el caso de las series de ficción, o trasmitirle una preocupación como en el caso de los documentales, tambien informarle como en los noticieros o generar en usted una acción de compra como en la publicidad o hasta también buscar su simpatía política o el voto como en el caso de la propaganda o la programación política. En otras palabras “el espectador posee una capacidad activa de interpretación, observa, selecciona, compara, interpreta, decide qué hacer con lo que tiene adelante y de qué forma eso se relaciona con su vida” (Rancière 2010).

Lo cierto es que tal como indica la doctora en pedagogía Aquilina Fueyo (2010), “el trabajo en esta dirección sirve para estimular el pensamiento y la autonomía crítica mediante el autoanálisis, al facilitar que los estudiantes tengan la posibilidad de darse cuenta de que las decisiones que toman no siempre son libres y racionales, sino que la mayor parte de las veces están codificadas y registradas por compromisos emocionales previos relacionados con la producción de deseo”.

El discernimiento requiere tener un modelo de valores con el cual comparar y es eso lo que se busca, formando a las audiencias y dotándolas de un conjunto de competencias para poder decantar con sabiduría el verdadero mensaje que puede estar oculto detrás la simple expresión audiovisual.

La modernidad se ha caracterizado entre otros aspectos por un combate contra el analfabetismo en sus distintas expresiones. La Unesco definió como analfabeta funcional a los seres humanos sin competencias para la lecto-escritura. Algunos otros investigadores como los profesores Eugenio Sulvarán, Juan Pablo Boscán y Johan Pirela, de la Universidad del Zulia (2001), han extendido la propuesta hacia el analfabetismo visual, definiéndolo como esas personas que “observan fascinados los mensajes de los materiales visuales, pero les cuesta leerlos, pues desconocen sus estructuras codificadas. Son capaces de enumerar y describir cada uno de los elementos que componen la imagen, sin incorporar ningún tipo de valoración de conceptos, estereotipos y niveles simbólicos. Incluso, desconocen la razón principal del hecho estético: crear y transmitir sensaciones y sentimientos”.

La educación en medios o educomunicación debe ser considerada con prontitud como una materia obligatoria y necesaria en los subsistemas educativos de nuestro país.


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