A san Francisco de Asís se le atribuye una frase que posteriormente fue acuñada por el actor James Dean: “No se puede cambiar la dirección del viento, pero sí se deben ajustar las velas”. No es posible detener el avance imparable de la tecnología ni el abordaje desmedido hacia los contenidos, pero sí podemos, o mejor dicho, sí debemos formarnos y formar a nuestros hijos para entender y enfrentar correctamente los hechos mediáticos.

El objetivo central de la educación para los medios, también llamada alfabetización audiovisual, es evitar la manipulación mediática. Dejar de ser sobrevivientes incautos de los mensajes audiovisuales para convertirnos en protagonistas de nuestra propia historia; en consumidores responsables que comprendemos, y en consecuencia manejamos correctamente, cualquier intento de manipulación mediática provenga de donde provenga, sea que la edulcoren en un mensaje o que la presenten de la manera más directa, saber descubrir esos códigos, tomando nuestras propias decisiones, y no las que nos manipulan a tomar.

El lenguaje es un bien común, expresa Rafael Tomás Caldera (2021): «No hay lenguaje privado. Ha de ser común y también radicalmente propio: mi lengua. Siendo común, es al mismo tiempo el medio necesario del desarrollo del propio pensamiento, en sus diversas vertientes: desde la adquisición del conocimiento hasta la expresión de los sentimientos más íntimos”. Por su parte, la figura del filósofo, matemático, lingüista y lógico austríaco Ludwig Wittegestein es muy interesante. Este autor en su “tratatus lógico – philosoficus”, expresaba: “Los límites de mi lenguaje son los límites de nuestro mundo”.

La educomunicación es la unión de las ciencias de la comunicación y de la educación. En ella han venido trabajando en las últímas décadas un nutrido grupo de científicos sociales interesados y motivados por el tema. Han abordado no solo el descubrimiento del impacto de los mensajes sociales, sino en las herramientas que deben usarse para prevenirlos. Parten como premisa de: 1) que los jóvenes desde su infancia están siendo expuestos sin preparación ni control parental a mensajes audiovisuales que moldean su conducta y sus hábitos de estudio, 2) que los padres, que tampoco fueron formados para el consumo audiovisual, poco pueden hacer en un entorno tecnológico que además les es complejo de entender, y 3) que por su parte, los maestros tienen una brecha tecnológica importante que les impide conectarse adecuadamente con sus audiencias educativas, y finalmente desde el Estado, la educomunicación todavía no es parte del proceso formativo de los jóvenes (en la mayoría de los países en nuestra región).

La educomunicación no es solo un sinónimo de formación técnica ni de modelo instrumental que busca la cosificación del lenguaje audiovisual, lo es también de educación. Existe una diferencia entre la educación y la formación; permítanme ilustrarla con un ejemplo: Cuando usted le solicita a un niño que se siente adecuadamente en la mesa, que respete a sus mayores, o cuando le pide que se vista adecuadamente, usted lo está educando de acuerdo con principios y valores que considera adecuados. Por el contrario, el acto de aprender una determinada disciplina útil para el desarrollo propio y de la humanidad es parte del proceso de formación. Es por eso que el proceso de educación es efectuado en el hogar y el de la formación en las instituciones educativas, por supuesto que eso no quiere decir que no se forme en el hogar y mucho menos que no se eduque en los colegios.

De manera que la educomunicación es un proceso que integra ambos conceptos. La formación para una adecuada alfabetización inicial es necesaria, pero de nada sirve si el individuo no ha recibido valores que lo alejen de espiral violento de contenidos audiovisuales. Dice el escritor y filósofo Fernando Savater (1997) que “la educación es una ‘inevitable tiranía’ de la que sólo podemos librarnos a través de la educación misma”. Un camino largo pero necesario para una mejor sociedad.


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