Nuevos retos virales han aparecido en los últimos meses para la zozobra de las familias y amigos de quienes lo practican. Entre ellos se encuentran el “desafío de las 48 horas”, lapso en el cual los participantes debe generar angustia entre sus seres queridos y aparecer en la lista de desaparecidos; así mismo el “coronavirus challenge”, donde el retado debe lamer inodoros o hasta el “shell challenge”, que consiste en ingerir alimentos con el envoltorio o con las cáscaras. A todos ellos se le suman la gran cantidad de otros desafíos que recorren desde hace algunos años nuestras escuelas y hogares.

La penetración de estas actividades no es esporádica ni exigua. El portal español Ser Padres (2021), alerta que en ese país han aumentado 120% las visitas a terapias de familia y jóvenes relacionadas con la agresividad, el bullying, la sexualidad, la tecnología y el alcohol. No conocer el problema no significa que no exista, de allí la importancia de intervenir a tiempo y exponer abiertamente sus consecuencias.

Lo cierto es que no es posible detener la participación de los jóvenes a través de otro mecanismo que no sea la formación de las audiencias. El desarrollo de estas nuevas iniciativas, así como de los medios es una rueda que no para de andar. Cuando pensamos que lo hemos visto todo aparece un nuevo tipo de reto o un nuevo medio dispuesto a cautivar a las audiencias. Nuevas tecnologías nos sorprenden, y esas audiencias, principalmente jóvenes -nativos digitales-, la asimilan de inmediato y la incorporan a sus hábitos de consumo.

Es muy difícil seguirle el paso al desarrollo tecnológico, pero mucho más difícil en ocasiones es entender el verdadero trasfondo de cada nuevo medio, red social o videojuego. Los medios y redes, sólidamente establecidos, se rigen por códigos deontológicos que guían su proceder, pero siempre queda espacio para otros que  buscan afanosamente el favoritismo sin límites éticos. Por otro lado, en la mayoría de los casos, los educadores son  personas formadas y con vivencias tecnológicas y de contenido que ya no existen. Allí varios de los principales retos que hay que vencer.

Sin embargo el proceso educomunicativo no es per se la solución ni la panacea. El desarrollo, el contenido, así como las personas que lo promueven y difunden tienen que ver con el resultado de las acciones que en este frente se desarrollan. Al respecto debemos preguntarnos: ¿Es siempre la educación mediática sinónimo de liberación para la edificación de un mejor hombre? o, por el contrario, ¿puede ser usada para formar un individuo alineado con los medios o por los medios?

En consecuencia, el reto fundamental, es educar en la generalidad y no en la especificidad. Es complicado estar pendiente de la aparición y en consecuencia evaluando cada nuevo material. A nuestras audiencias se les debe educar para que tomen sus propias decisiones bajo la tutela de una adecuada formación, de un control parental o incluso de un control judicial, pero debemos entender que en muchos casos una o varias de estas patas de la mesa faltan o fallan por lo que el desarrollo de las políticas públicas deben apuntar a la formación.

Las investigadoras venezolanas Alvarado, Ranzolin y Méndez Pardo (2021), en el libro Media Education in Latin America, alertan que estas iniciativas no necesariamente han sido coordinadas. Esfuerzos preñados de buenas intenciones, centrados en experiencias, en conocimiento, en inquietudes, pero que no necesariamente responden a una acción conjunta para la consecución de efectos en la formación de nuestros adultos del futuro.

Vientos favorables soplan a favor del desarrollo de la alfabetización mediática. La denominada “Media literacy“ o educomunicación, es ahora reconocida por Unesco como un derecho humano; es por ello que la educación en medios o educomunicación, debe ser considerada con prontitud como una materia obligatoria y necesaria en los subsistemas educativos de nuestro país.


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