Imagine un libro que describa la estructura del universo conocido. Inevitablemente, el autor tocaría una lista aparentemente interminable de temas. La biología, la física, la astronomía, la química y la meteorología serían algunos de los principales candidatos. Por supuesto, cada uno de estos temas es inmensamente complejo en sí mismo.

Alexander von Humboldt dedicó los últimos 25 años de su vida a tan ambiciosa tarea. Había reunido previamente una montaña de datos científicos a través de sus expediciones y quería darles una forma definitiva. Esta obra, llamada Cosmos, pretendía dar al lector una idea general del mundo natural tal y como se conocía entonces.

En el mundo actual de especialistas y expertos, tal empresa parece francamente ridícula. ¿Cómo podría una sola persona transmitir eficazmente tanta información compleja? Las normas académicas modernas de precisión y la inabarcable cantidad de conocimientos disponibles lo harían imposible. Pero en la década de 1820, cuando Humboldt empezó a escribir Cosmos, todas las disciplinas abordadas estaban empezando a desarrollarse científicamente.

Los datos recogidos por él, incluso, hicieron avanzar a muchas de ellas. Humboldt había recogido información sistemáticamente en sus expediciones a Suramérica y había realizado allí varios descubrimientos influyentes.

Armado con unos 50 de los mejores instrumentos que ofrecía la revolución científica, había navegado hacia el sur en compañía del botánico francés Aimé Bonpland.

Ambos recorrerían más de 6.000 kilómetros a su llegada. Sus observaciones de la temperatura y la presión atmosférica, sus descripciones de las corrientes oceánicas, sus mediciones del campo geomagnético de la Tierra y muchas otras contribuciones fueron bien recibidas en Europa. Lo mismo ocurrió con las apasionadas y precisas descripciones de Humboldt sobre la fauna y la flora autóctonas.

El prusiano también desafió eficazmente una de las principales teorías geológicas de la época: el neptunismo. Los neptunistas sostenían que todas las rocas se formaron en el océano en un pasado lejano. Estudiando volcanes como el Chimborazo en Ecuador, estableció que las fuerzas ígneas desempeñan un papel importante en la formación de las rocas y el metamorfismo de la corteza terrestre.

Las observaciones de Humboldt tampoco se limitaron al paisaje. Al describir con detalle los síntomas de los nativos enfermos, contribuyó a una mejor comprensión de enfermedades como la fiebre amarilla. Lo más improbable es que incluso desempeñara el papel de antropólogo, científico social y economista al describir las tradiciones y estructuras sociales de la población indígena.

Todo ello le valió, con razón, el título de «polímata» en Europa.

Tras su regreso, en 1804, dedicó su vida a difundir los conocimientos que había acumulado. En debates públicos, ensayos, cartas y demás, Humboldt puso a disposición del público lo que había visto y aprendido. Con ello, contribuyó enormemente a la maduración de algunas disciplinas. Su obra más influyente fue Visiones de la naturaleza, publicada en 1808, en la que describió con rigor la mayoría de sus descubrimientos.

A esta le seguiría la ya mencionada Cosmos. Esta obra titánica apareció en cinco volúmenes entre 1845 y 1862, el último de los cuales quedó inconcluso. Humboldt intentó hacer una descripción física del universo conocido resumiendo todos sus conocimientos. Esta última tentativa no solo es un ejemplo sobresaliente de prosa e investigación científica, sino también un símbolo de su audacia de toda la vida.

 


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