La «figura» del que han llamado testaferro mayor del régimen del terror en Venezuela, perseguido por la justicia norteamericana, no puede pasar inadvertida para nada hoy en Venezuela y buena parte del mundo interesado en nuestro país desbancado por las bandas de poder nacionales e internacionales.

El régimen se encarga también de darle una notoriedad seguramente inmerecida al «personaje». Otorgarle rango diplomático fue una de las más recientes salidas que quisieron encontrar para protegerlo, mientras parece (solo parece) avanzar su extradición desde Cabo Verde a Estados Unidos. ¿Será esta la joya de esta corona? Pareciera. Ha acarreado una fortuna alterna a la que al parecer maneja el supuesto testaferro, para su defensa y posible protección. Ahora nos indican que la familia fue trasladada a Moscú. Así como la de cada uno de nosotros con sus inmensos privilegios en este país cargado de hambre, depauperación y abandono. Así como cualquiera de los presos o perseguidos políticos venezolanos, ocurre con este colombiano exaltado por el emblemático socialismo del siglo XXI.

Nadie en el mundo se tragó la idea de que fuera ningún diplomático. ¿Nombramiento después de su captura, o con fecha anterior en documento forjado? Nadie lo sabe. Lo que sabemos es que continúa preso y el régimen venezolano ejecuta todos los arpegios posibles para lograr su liberación, para alejarlo de las garras de los tenedores de información confidencial en el país norteño. Por algo será tanto apremio. Sabe mucho este colombiano y el conocimiento de lo que sabe, más allá de lo que posee malamente, causaría estragos posiblemente definitivos en los rojos de Miraflores y mucho más allá, incluso más allá de las fronteras. Cunde el miedo. Se dice que la posible negociación de su libertad frenó acuerdos para la bajada de guardia de Maduro y sus secuaces. Se dice tanto. Un chismorreo, incógnito con certeza, gira en torno a la figura de este ser.

Me llamó poderosamente la atención toda una maniobra, una campaña pública diseminada en Caracas acerca de que Alex Saab nos duele. Le da una carga de popularidad y de sentimentalismo que luce más impuesta que todo el accionar del despotismo estos años. Pintas, grafitis, adornan la ciudad en defensa del cautivo.

Todos los venezolanos de bien tendríamos que firmar un manifiesto en cuanto a esto. Un enorme manifiesto a la posteridad que indique con justa transparencia que ese señor colombiano no puede ser diplomático nuestro, que no lo reconocemos ni lo reconoceremos como tal. Y dejar remachado contundentemente que no nos pega para nada su cautiverio y mucho menos su traslado a «cantar ópera o reguetón» en la capital estadounidense. Al contrario, todo eso nos conviene sobre manera. Porque el miedo ante su captura y traslado al parecer ha movido más las simientes de este régimen oprobioso que muchas acciones políticas internas y externas. Adelante con eso. La melodía puede empezar a sonar.


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