El doctor Alejandro Izaguirre, nacido en Valencia, estado Carabobo, es una figura destacada en la historia política y social de Venezuela. Hijo de Tomás Izaguirre y Consuelo Angeli, desde su juventud mostró inclinación por la política y una firme dedicación a la lucha por la libertad y la democracia.

Durante la dictadura de Pérez Jiménez, Izaguirre fue detenido, encarcelado y confinado en San Fernando de Atabapo por dos años. Posteriormente, se vio obligado al exilio en Panamá, México, Costa Rica y España. Su valentía y compromiso con la causa democrática le valieron la amistad y confianza de líderes como Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Carlos Andrés Pérez y Jaime Lusinchi.

Al retornar al país clandestinamente, se convirtió en visitador médico y distribuía documentos y propaganda política contra la dictadura. En los albores de la democracia, fue nombrado secretario general de Gobierno del Estado Carabobo. Su gestión estuvo marcada por la modernización de su ciudad natal y de todo el estado, impulsando significativamente el progreso en la zona industrial.

También asumió responsabilidades clave en el Instituto Agrario Nacional. Allí puso su energía en el desarrollo de infraestructuras esenciales en todas las zonas rurales y campesinas. Lideró iniciativas que abarcaron desde vías de penetración rural, acueductos, electrificación y la creación de dispensarios rurales. De ese modo, contribuyó de forma decisiva en la profundización de la reforma agraria venezolana, cuyos frutos todavía se cosechan hoy en forma de una abundante producción agrícola. Este logro queda patente en el activo mercado de Coche, donde los lunes y miércoles ingresan numerosos camiones y gandolas cargados con productos agrícolas provenientes de todos los rincones de Venezuela.

A lo largo de su carrera, Izaguirre desempeñó roles destacados como embajador en República Dominicana y senador por el estado Carabobo en varios períodos. Su participación en diferentes comisiones del Congreso Nacional, como Defensa y Relaciones Interiores, evidencia su compromiso con la seguridad y la organización política.

Su personalidad se destacaba por el valor y la dedicación al cumplimiento del deber. Inicialmente, se destacó como un brillante abogado y más tarde fue decano en la prestigiosa Universidad de Carabobo, específicamente en la Escuela de Derecho. Cabe mencionar que, a pesar de sus numerosos compromisos, no escatimaba esfuerzos en impartir clases a las 7:00 de la mañana. Posteriormente, se trasladaba a Caracas para cumplir con sus responsabilidades y funciones como senador. Esta capacidad para equilibrar roles y responsabilidades subraya su compromiso incansable con su deber tanto en el ámbito académico como en el político.

Un hombre de esas cualidades estaba llamado a jugar un rol relevante dentro de su partido, Acción Democrática, del cual fue secretario general en dos ocasiones y secretario de organización. Su legado se extiende más allá de la esfera política, siendo reconocido por su humanidad y generosidad. A pesar de su fuerte apariencia, que a veces daba la impresión de rudeza, extendía su mano a quien lo necesitaba, demostrando ser un hacedor de amigos honesto y sincero.

Desde que conocí a Izaguirre durante la campaña electoral del doctor Gonzalo Barrios, su trato fue siempre grato y conversador. Esta amistad, que se consolidó desde entonces, perduró hasta el final de sus días. Nuestras conversaciones, caracterizadas por la pasión y la franqueza, se convirtieron en un intercambio constante de consejos, siempre bien recibidos. Un recuerdo especial de nuestra relación fue nuestro viaje juntos a Nueva York, en el vuelo inaugural de la línea Avensa. Durante este viaje, acompañados por el doctor Lisandro “Paito” Estopiñán y otros conocidos, compartimos anécdotas de su juventud y experiencias universitarias.

Su familia, especialmente su amada esposa doña Haydeé, era el centro de sus pensamientos y recuerdos, y me unió a ellos con una distinción y cercanía especiales.

La vida religiosa de Izaguirre también ocupó un lugar importante en su día a día. Su devoción a Santa Rita y sus frecuentes viajes a Roma y el Vaticano reflejaban su firme conexión espiritual. Durante las tardes de sesiones en el Congreso, solíamos estacionarnos frente a las oficinas del Congreso Nacional. En ese momento, acompañaba al doctor Alejandro Izaguirre caminando hacia el hemiciclo del Senado. En el trayecto, teníamos la costumbre de ingresar a la iglesia de San Francisco para rendir visita a la imagen de Santa Rita.

Entre sus apreciados amigos el cardenal Rosalio Castillo Lara, cuyo apostolado en Roma era conocido. Cuando éste realizaba sus viajes a Caracas, Izaguirre −que ya era ministro del Interior− se desplazaba hasta el aeropuerto para recibirlo, acompañando siempre de su gran amigo Gino Serafini, gerente de Viasa en Maiquetía.

En uno de esos días familiares, nos reunimos en la residencia que habitaba en Caracas, en agradable compañía de doña Haydeé, su inseparable compañera. También compartíamos la velada con doña Ascensión, su suegra, y sus queridos hijos Alejandro, Ángel, Andrés y Arnaldo. En medio de la charla distendida, le pregunté a Alejandro Izaguirre sobre el origen del apodo de «policía». Con una risa amena, me relató que su padre, siendo sastre, confeccionaba uniformes para la policía, y con la tela sobrante fabricaba el pantalón de caqui con su camisa, que servía como uniforme para el joven pelotero. Un día, al presentarse en el campo de juego, Amílcar Gómez lo divisó desde lejos y exclamó a los compañeros de juego: «Llegó el policía», marcando así su segundo bautizo. Aunque inicialmente no apreció la broma, Alejandro se acostumbró a ella y la adoptó con la sencillez que siempre lo caracterizó, presentándose desde entonces como el «policía» Izaguirre.

El periodo presidencial de Carlos Andrés Pérez lo tuvo como un colaborador cercano. Durante los eventos lamentables del 27 de febrero, Izaguirre demostró valentía y coraje al enfrentar la situación, a pesar de enfrentarse a una fuerte virosis.

Injustamente, fue sometido a un juicio político junto al presidente Carlos Andrés Pérez y Reinaldo Figueredo por su contribución a la seguridad de la presidenta de Nicaragua, Violeta Chamorro, y al fortalecimiento de su incipiente democracia. Durante el tiempo que estuvieron detenidos en la cárcel de El Junquito, los visité constantemente. Mantuvieron siempre la frente en alto, tanto Alejandro Izaguirre como el presidente Carlos Andrés Pérez, con una actitud cordial y un espíritu que irradiaba su condición de personas honorables, demostrando que no tenían relación alguna con acciones que pudieran considerarse delictivas.

El doctor Izaguirre siempre se distinguió por su humildad, honradez y lealtad con sus amigos, mostrando siempre una actitud familiar y un agradecimiento constante a la vida. En noviembre de 1991, en uno de sus encuentros con el presidente Pérez, a las 6:30 de la mañana, puso a disposición su cargo como ministro de Relaciones Interiores. Personalmente, tuve el honor de recibir de sus manos limpias y ser designado como su sucesor en el Ministerio de Relaciones Interiores. Es un orgullo haber ocupado este cargo en el gobierno del gran demócrata y civilista Carlos Andrés Pérez.

Deseo hacer propias las palabras expresadas por Sofía Ímber al finalizar un programa de televisión donde entrevistó al doctor Alejandro Izaguirre: «Es un venezolano de primera y se lo agradecemos». Esto ocurrió el 11 de enero de 1989 en Venevisión.

Izaguirre perdura como un venezolano de primera, un defensor incansable de la democracia y un constructor de un legado que inspira a las generaciones venideras. Su nobleza, honradez y contribuciones al progreso de Venezuela lo convierten en un hijo preclaro de su amada tierra natal, Valencia.

 


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