La alegría es una de las 6 emociones básicas que ha identificado la investigación psicológica.  Desde el punto de vista físico, su aparición se relaciona con la liberación de endorfinas, que ayudan a aliviar el dolor, aumenta la resistencia de mente y cuerpo, hace que funcionen mejor los órganos del cuerpo y que nuestro cerebro trabaje con mayor claridad y eficiencia. Psicológicamente se asocia con satisfacción afectiva, sentimiento de bienestar general, altos niveles de energía y propensión a conductas de apertura.

Dado lo anterior, es fácil entender por qué la alegría es incompatible con la imposición. Es un contrasentido neuropsicológico alegrarse por la fuerza o solo porque alguien lo ordene. Se podrán disimular falsas sonrisas y hasta forzar expresiones de agrado, pero acatar la orden de alegrarse a juro es simplemente un dislate.

Desesperados por intentar que la gente olvide su muy oficialista tragedia cotidiana, Maduro y la triste cofradía del decadente establishment han vuelto este año con su ya habitual y delirante ridiculez. Y en una mezcla de cursilería con cinismo, como solo el oficialismo puede hacerlo, han ordenado la alegría de la Navidad por decreto.

Desde el mes de octubre, todos los burócratas del gobierno, empezando por Maduro, han asumido la bufa conducta de animadores de feria barata y no hacen otra cosa que “ordenar” que la gente baile, se ría y sea feliz, porque el gobierno “decretó” que desde entonces ya estamos en Navidad.  Venezuela debe ser el único país del planeta no solo donde la Navidad comienza cuando lo decreta cierta clase política, sino donde los que gobiernan creen que se puede imponer a juro la alegría.

La decadente propaganda oficial nos asfixia con unas cuñas empalagosamente falsas, que muestra venezolanos inexistentes preparando hallacas, intercambiando regalos y celebrando sonrientes una Navidad que solo existe en los palacios y mansiones de quienes nos gobiernan. Lo cierto es que, a diferencia de esta falsía mediática, el signo de estos tiempos en Venezuela no es la alegría, sino la tristeza y la rabia contenida.

Datos para evidenciar cuán lejos estamos de estar alegres, así el gobierno lo ordene a juro y por la fuerza, hay de sobra y están a la disposición. Pero dadas las limitaciones de espacio, detengámonos –y a manera de ejemplo– solo en tres.

1) El llamado “índice de felicidad subjetiva” es un estudio realizado todos los años por la ONU que mide cómo ha evolucionado la percepción subjetiva de felicidad de los ciudadanos en 146 países. Una de las mediciones consiste en pedir a los encuestados que puntúen su vida del 0 al 10, siendo 0 la peor vida posible y el 10 la mejor vida posible. Pues bien, para el año 2013, Venezuela ocupaba el puesto 20 entre las 146 naciones de la muestra. Pero en el año 2021, último año de publicación del estudio, nuestro país desciende al puesto 108. En términos de felicidad subjetiva de su población, Venezuela es la nación que muestra el mayor deterioro en menos tiempo de los países estudiados. Esto no se borra obligando a la gente por decreto a alegrarse y ser felices a juro.

2) En el año 2015, Venezuela mostraba una tasa de suicidios moderadamente baja, de 3,07 por cada 100.000 habitantes. Para el año 2021, esta tasa se dispara a 10,6 suicidios por cada 100.000 personas, muy por encima del promedio para América Latina que es 5, y superior a la tasa mundial promedio que es de 9,5. De hecho, y según datos de la Organización Mundial de la Salud, Venezuela es hoy el país con la más alta tasa de suicidios de América Latina, y solo 17 países en el mundo registran una tasa superior a la nuestra. Por supuesto, en cuanto constituye la expresión más grave de violencia autoinfligida, el suicidio es un fenómeno multicausal. Pero entre sus causas de mayor ponderación, se han encontrado las asociadas con el aumento de la pobreza, la exacerbación de las desigualdades económicas, y respuestas desesperadas ante un entorno social hostil y aversivo.

3. Un último ejemplo de la distancia entre la “alegría” oficial ordenada por el gobierno y lo que realmente ocurre a lo interno de nuestra población, es el llamado “afecto negativo”, que  es un indicador de 3 mediciones de estados anímicos, a saber, preocupación, rabia y tristeza. Para el período 2019-2020 nuestro país ocupaba el puesto 33 de 153 países estudiados. Pareciera una buena noticia, salvo que mientras más hacia 1 esté el país, más negativo el indicador. Así que la población venezolana no solo se encuentra entre las de mayor afecto negativo del mundo, sino que además desde 2012 hasta 2019-2020, Venezuela es el 9° país del planeta entre los que sufrieron mayor deterioro en este índice que evidencia el estado anímico de los venezolanos en lo que se refiere a sus grados de preocupación, rabia y tristeza. De nuevo, ningún decreto que quiera disfrazar esta realidad puede cambiar lo que en verdad se siente a lo interno de nuestras familias.

Si se asume la Navidad como la concibe la oligarquía madurista, esto es, como una conveniente excusa para mirar hacia otro lado y distraernos de la hiriente realidad, o como un evento circunscrito a la banalidad del festejo vacuo, más que una celebración, es una insultante burla.

Hace poco más de 2.000 años, un pueblo explotado y sin rumbo recibió la buena noticia de que su liberación se había iniciado. Esa fue la primera Navidad. Desde entonces, su celebración es una invitación a la reflexión y al compromiso sobre la permanente y continua redención. La redención de la persona es así la razón última de ser de la Navidad. Redención de toda violencia, egoísmo, orden injusto, opresión y exclusión que impide que las personas sean felices, que es lo que Dios quiere para todos sus hijos.

Para los venezolanos de estos tiempos de odio, cinismo, tristeza y profunda injusticia, la Navidad no es una fiesta oficial obligada y cínica, sino una oportunidad para rescatar su esencia como símbolo y advenimiento de liberación -en la persona y mensaje del niño de Belén- de todo aquello que no nos permite crecer como personas, como sociedad y como país.

 


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