El pasado mes de junio se anunció el regreso a clases en la UCV solicitándonos a todos tomar las debidas precauciones, dado que el coronavirus no había (ni ha) desaparecido del todo. Esta medida marca el retorno a una institución que se ha ido desarmando desde hace casi dos décadas, como resultado de políticas públicas diseñadas para erosionar sus fundamentos y propósitos, buscando convertirla en una suerte de universidad “oficial” al servicio del país, quien sabe si bajo el formato del socialismo del siglo XXI o, más bien, del capitalismo autoritario que, según Nicolás Maduro, está “arreglando” a Venezuela.

Tras las vacaciones, la semana que viene nos toca volver a los espacios académicos. Ojalá que, como señaló el profesor Víctor Rago, exdecano de la Facultad de Economía y Ciencias Sociales, el retorno sea la ocasión para crear un clima interno que favorezca un vigoroso debate sobre el estado de la universidad en los últimos tiempos. Tal debate, añade, debe servir no solo para que se analicen las amenazas externas, sino también para que se lleve a cabo un sincero escrutinio de sí misma y procurando los consensos que se requieren para su transformación. Nada de esto será factible, concluye, si no hay una incorporación de los universitarios a la institución en la mayor escala posible.

En el mismo sentido, me parece que es necesario, entonces, calibrarla desde el futuro. Mirarla en esta época en las que se van cayendo las certezas, haciendo saltar por los aires varias de las claves que venían modelando nuestra vida, dejándonos la sensación de que todo está a punto de ser otra cosa.

En este contexto hay, pues, que resetearla. Se trata de revisar la autonomía universitaria haciéndola girar en torno a la defensa de la libertad académica y, por supuesto, a su papel dentro de la sociedad, manteniendo su independencia y su espíritu crítico; de examinar su papel dentro del nuevo ecosistema de la educación superior, conformado por organizaciones privadas, empresariales y corporativas, colegios universitarios, universidades tecnológicas, institutos tecnológicos, universidades especializadas, etcétera; de aceitar los mecanismos orientados a la integración en redes académicas de cooperación, tanto a nivel nacional como internacional, asumiendo la perspectiva de la llamada glocalización; de modificar los procesos de transmisión del conocimiento, trasladando el énfasis de la enseñanza hacia el aprendizaje, subrayando el rol del estudiante, además de reemplazar los currículos rígidos por programas elásticos capaces de abarcar los intereses de los alumnos; de fortalecer la educación virtual, regulándola y armonizándola con la educación presencial; de intervenir la estructura académica haciéndola más dúctil, reemplazando la tradicional división de las facultades, escuelas y departamentos, por esquemas organizativos que abran paso al abordaje de temas y problemas desde la perspectiva transdiciplinaria e interdisciplinaria, integrando las (mal) denominadas ciencias “duras” y “blandas”; de encarar, así mismo, el asunto de la ciencia abierta, del conocimiento como bien público y, en general el tema de la propiedad intelectual, cuestión que se encuentra la mesa de discusión a nivel mundial y cuya relevancia aumentó a partir de la pandemia; de prestarle atención a la diversificación de las fuentes de financiamiento, evaluando sobre todo el impacto que pueden tener en perjuicio de la autonomía académica.

Las líneas precedentes son apenas el esbozo de un asunto ineludible, pero creo que sirven para asomar la importancia de iniciar, con premura, la tarea de resignificar la concepción y funcionamiento de la universidad, a pesar de que los vientos que soplan le quieran llevar la contraria.

Habrá, pues, que encontrarnos todos al pie del reloj.

Harina de otro costal

Hace pocos días murió Javier Marías, el gran escritor español, cuya obra estuvo en varias ocasiones a punto de llevarlo hasta el Premio Nobel de Literatura. Presumo de haber leído varias de sus novelas y ensayos, también sus artículos en la prensa y de casi aprenderme de memoria Salvajes y sentimentales (Letras de fútbol), un libro que hubiese querido escribir yo.


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