Al día de hoy,  puntualizo al día de hoy porque la situación puede tener desarrollos que la modifiquen en alguna medida, se observa  una enorme desafección ciudadana hacia los principales actores políticos; hacia el oficialismo por su descomunal fracaso en el ejercicio del gobierno, hacia la oposición por su incapacidad para desplazarlo del poder. Consecuencia de lo anterior, entre otras razones, existe desinterés ciudadano hacia la megaelección del 21 de noviembre; siendo el régimen beneficiario central de la situación y del evento porque el objetivo y los planes que se ha trazado respecto de la ocasión se van cumpliendo.

El oficialismo entendió que la utilidad de crearse una oposición a la carta mediante los mesito-alacranes, Bernabé y otros amortizó porque la sociedad no les confiere a los mismos tal cualidad. Percibió también que en el mundo opositor existen sectores  con los cuales entenderse debido a que consideran  pertinente  participar en elecciones como sea, a despecho de las condiciones (recuérdese aquello de “elecciones medianamente transparentes”) y son partidarios de la desaparición del gobierno interino. Acordarse con ese sector contribuiría a lograr algunos de los propósitos buscados infructuosamente con los mesito-alacranes…

El objetivo central de la dictadura con estos comicios es  lograr algo de legitimidad democrática que le permita crear la sensación de que hay una cierta apertura política y sustentar una narrativa a desplegar por sus aliados, su poderoso, generosamente financiado, activo lobby internacional para confundir en América Latina, Europa e incluso en Estados Unidos sobre la naturaleza real del régimen.  Sin olvidar, por supuesto, retener las cuotas de poder estadales, municipales ya logradas. Unas cuantas gobernaciones y alcaldías ganadas por no chavistas fortalecerían el objetivo.

Para lograr ese propósito necesita la división opositora, que una parte de la misma participe de los comicios, una alta abstención. En consonancia con lo anterior  acordó algunas concesiones: CNE con mayor participación opositora conservando la acción dorada que significa tener la mayoría y el control de la instancias determinantes del organismo, permitir el regreso de dirigentes democráticos pero sin levantar las inhabilitaciones, autorizar el uso de la tarjeta MUD conservando el secuestro de AD, PJ, VP, Copei, otros. Concesiones que no significan cambios sustantivos en las condiciones que permitan recuperar la confianza del electorado en el voto y el sistema electoral.

En el campo opositor la situación no es nada buena: no hay unidad, hay una inconveniente proliferación de candidaturas en cuyo discurso y propaganda privan el provincianismo,  el cantonalismo, la demagogia en la oferta electoral. De continuar la situación descrita, difícilmente podrán convertir el rechazo al régimen en votos.

Para que las fuerzas democráticas puedan superar el déficit de competitividad no basta con superar la división (lo cual sería un avance importante)  porque el asunto es más complejo; se trata de recuperar la adhesión de la mayoría social partidaria del cambio de régimen mediante un discurso y un posicionamiento realista que la convenza de que votar es útil y provechoso en términos de debilitar al régimen y de que esos gobernadores, legisladores, alcaldes, concejales sean activistas del cambio y no como algunos que solo se han cuidado de no molestar al gobierno central, supuestamente, para no comprometer los intereses locales.

De no variar la situación descrita se le estará poniendo en bandeja de plata una victoria política al chavismo. Victoria que trasciende por mucho lo cuantitativo.

Sobre el proceso de diálogo-negociación a reiniciar el 3 de septiembre, lo sensato es actuar y esperar.

 

 


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