Desde nuestro mayor compromiso con la búsqueda de la realidad de los hechos, nos aproximamos a unas cuantas reflexiones inevitables: ¿será el permanente aislamiento la respuesta adecuada a la actual pandemia que azota al mundo? ¿O será lógicamente pensar que habrá que lograr un grado razonable de inmunización global frente al virus?

El pensamiento científico está acostumbrado a hacer abstracción de otras variables para poder concentrarse en aquella solución que permita resolver una amenaza especifica. Es entonces comprensible la aparente disyuntiva que se presenta para algunos sobre la contradicción entre salud versus economía. Reactivar la producción o mantener la cuarentena.

Cuando revisamos la historia de fuertes contingencias en salud pública de la humanidad, durante grandes oleadas de enfermedades, vemos cómo wstas se localizaron en distintos tiempos y en determinadas zonas del planeta, consistentemente con sus formas de propagación, agentes de transmisión, climas, además de las formas culturales de hábitat y alimentación de cada pueblo o nación. Podemos corroborar así que, en efecto, atacando causas u orígenes de tales enfermedades, sus vectores, y fortaleciéndonos frente a sus formas de ataque, lográbamos ir disminuyendo sus distintas formas de propagación, sus efectos en mortalidad y morbilidad. Acotando el mal a ciertas regiones del mundo, lográndose abatir las epidemias de cada tiempo, en cada zona e incluso evitar las pandemias.

Estamos hoy frente a los efectos que evidencian una realidad innegable: China no alertó al mundo, convenientemente, sobre el peligro de una enfermedad viral de transmisión exponencialmente veloz; con gran resistencia a diferentes climas y sobre todo su fácil contagio directo desde un ser humano portador, incluso asintomático, hasta cualesquiera otros seres vivos, con sobrevivencia “por horas y en múltiples superficies” de fluidos expelidos desde su cuerpo hacia el exterior que lo circunde.

Siendo el virus “invisible a los ojos” , tal como lo decía Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), autor de El Principito, «estamos ante algo esencial»: este enemigo no lo podemos ver a simple vista. Estamos ante una guerra sin bombas. Es una guerra de un silencio sepulcral que solo lo rompe el sollozo por las millones de vidas que se han perdido. Nótese que escribo millones de vidas, aunque en un canal de Estados Unidos los datos que reflejan de la Universidad Johns Hopkins como fuente, y que al momento que escribo este artículo, nos muestren solo un poco más de 2.200.000 vidas. ¿Cuántos millones de vidas en China, la más poblada nación del mundo, realmente se habrán extinguido con esta pandemia?

En esta, la guerra que podemos guerra sin bombas, tenemos que confrontar el miedo que hoy siente el mundo con esperanza. ¡Y tiene que ser con una auténtica esperanza que solo se consigue con verdad! Existe una guerra de falsas informaciones que solo logra aumentar los efectos que tal incertidumbre inducida provoca.

En los grandes momentos de crisis de la humanidad, la lucha por la supervivencia del hombre ni necesita ni debe divorciarse de los valores esenciales por los que la vida humana tiene un valor insondable: el amor al prójimo, amor a la verdad, a la solidaridad, a la entrega al deber ser, por encima de la gratificación inmediata o la manipulación.

Tampoco existe tal inescrutable dilema entre salud y economía. Sencillamente es un reto permanente que es necesario aceptar: hay que producir venciendo amenazas. Hay que avanzar por encima de riesgos. Hay que controlarlos, sí. Hay que trabajar para disminuir las amenazas a las vidas, sí. Ello implica en estos momentos dos acciones inmediatas y otra mediata. A plazo inmediato serán la creación de un sistema permanente de test a los grupos de sectores productivos de la sociedad que deben activarse, y funcionar en una dinámica de interacción productiva y de hábitat en determinados espacios controlados. La otra, la activación de una cultura de hábitos de distanciamiento social e higiene permanente de las personas y los lugares, para los consumos de lo producido. Nuevas formas de socialización  por cierto largo periodo. ¿Hasta cuándo?  Será hasta cuando la producción y universalización de la vacuna contra el virus sea una realidad.

Aceptar la supuesta inevitabilidad de la tiranía del aislamiento, la imposición permanente de control del Estado sobre la libertad individual, y la limitación social a los ciudadanos de cualquier nación, es rechazado por todos los libertarios del planeta. Estamos de acuerdo en que, aunque temporalmente pueda ser necesario al bien común establecer restricciones a las libertades individuales, estas deberán ser restablecidas tan pronto como sea alcanzable y posible por la propia dinámica e inventiva de la sociedad libre. Ella, más que objeto de tales medidas de control del Estado, es el sujeto protagónico de la creación de un Estado para el maravilloso hecho de la vida en libertad.

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