Air de Ben Affleck cuenta el último cuento de hadas del estilo de vida norteamericano. La mítica sociedad entre la, por entonces, incipiente estrella del deporte llamada Michael Jordan y Nike, una marca de tercera. En plena década de los ochenta, un prodigio de la cultura pop estaba por suceder. 

Air de Ben Affleck comienza dejando varias cosas en claro. En primer lugar, que la década de los ochenta era ideal para los grandes milagros comerciales. Desde Ridley Scott dirigiendo el que quizás es el comercial más conocido del mundo de la publicidad contemporáneo hasta Wendy’s, haciéndole frente al todopoderoso McDonalds. En los años de la ostentación, de la moral llena de grises y de la riqueza inmediata gracias a la cotización en bolsa. También, la del escenario de varios sucesos que colisionaron a la vez.

Por un lado, Michael Jordan, un atleta brillante que comenzó su recorrido al éxito, comenzaba a ponderar opciones. Su posesiva madre Deloris sabía qué esperar del que luego se consideraría el mejor atleta de la historia. Por otro lado, Phil Night, fundador de Nike, era consciente de que el valor de su empresa dependía de un rostro a futuro.

En medio de fortunas que se desplomaban en una mañana dura de Wall Street, el ejecutivo también era consciente de algo más. Necesitaba una estrategia hábil para aprovechar el clima de oportunidades y también, evitar el evidente fracaso financiero en puertas.

El éxito en forma de un par de zapatos 

El director Ben Affleck cuenta lo anterior desde un ángulo periférico y frenético que tiene mucho de jugada estudiada sobre un campo deportivo. El realizador tiene la suficiente confianza en su narración, como para crear un recorrido a través de varios escenarios distintos. Por un lado, como Nike comprendió más rápido que cualquier otra empresa, que una marca vale lo que puede simbolizar. “¿Es que no lo ves?”, dice el Phill Night también interpretado por Affleck. “No es tanto el zapato, sino quien lo lleva”.

Por el otro, la percepción que Michael Jordan era un prodigio a punto de suceder. El guion, escrito a cuatro manos por el intérprete, Matt Damon y Alex Convery, se esfuerza en dejar claro el contexto que no se muestra. En una época en que los deportistas eran las celebridades, el basquetbolista, se convirtió en una aspiración nacional. Una leyenda del éxito a medio construir y que cautivó la imaginación colectiva. Para Air la medida del éxito es la de encontrar la confluencia de la idea de la prosperidad, ingenua y extravagante, que en la década de los ochenta fue la norma.

Affleck, con notorio peluquín y ropa de poliéster, encarna una época dorada en la que los excesos eran símbolos de estatus. Pero también, algo más. La posibilidad total del triunfo al alcance de una buena decisión. Air relata ese escenario con agilidad y en especial, haciéndose énfasis en que su película es un homenaje a un estilo de vida. “Siempre lo he dicho: triunfar es un riesgo. Fracasas y puedes esconderlo. Pero si llegas al éxito, deberás marcar el camino a otros”, dice ufano el Sonny Vaccaro de Matt Damon. Al otro extremo, Night sonríe con malicia. “Hay que dar entonces un salto en el aire”, concluye.

El sueño norteamericano creado a partir de una idea profunda sobre la esperanza 

Pero a pesar de su aparente cinismo, Air es tan bienintencionada como inocente. Tanto Affleck como Damon dotan a sus personajes de una humanidad práctica pero conmovedora. De hecho, toda la película se fundamenta en la idea de lograr vencer, contra las adversidades.

Más allá de encontrar una manera de lidiar con los obstáculos de forma imaginativa y frontal. “Siempre habrá cien formas de vencer, aunque haya otras miles para perder”, insiste Night, con rostro serio. Se trata, sin duda, de la convicción que mueve las fuerzas del guion, pero también de su profundo simbolismo. La capacidad de todo un país de creer en los sueños.

 


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