Desde hace tiempo una idea rondaba mi cabeza. Me resistía a decidirme, porque es difícil, más a mi edad, tomar la iniciativa, para comenzar una nueva etapa en la vida. Miedos, temores y abandonar la zona de confort, provocaron que un año tras otro se pospusiera la tan temida pero inevitable decisión.

Por todos los medios me aguantaba en abrir mis ojos, porque me conformaba en no ver más allá de mi nariz. Pero ahora me toca a mí salir del país. He ido muchas veces a La Guaira a despedir a una hermana, a un cuñado y a una hija, otras veces a amigos de las diferentes etapas de mi existencia. Momentos duros, que se resumen en una foto en el mural de Cruz-Diez, en compartir abrazos, buenos deseos y lágrimas. Pero estaba renuente a abandonar mi nación. Sin embargo, desde hace tres años, mi perspectiva cambió, producto no solo de la coyuntura política, sino de mi realidad personal y familiar, que me obligan dar un paso adelante y buscar la única salida para mejorar mi entorno, que es a través del aeropuerto de Maiquetía.

En estos últimos años Venezuela me enseñó a tener miedo porque el Estado no se preocupa en solucionar problemas como el de la inseguridad, para ellos la vida del pueblo no vale nada. Sin hablar de los índices de mortandad infantil, el regreso de enfermedades supuestamente erradicadas, como la malaria, la fiebre amarilla, el dengue. A esto se le suma la escasez de medicinas y la crisis en el sistema de salud. También la hiperinflación y la devaluación, que han convertido la existencia de todos en una quimera.

Desde 1998, los apóstoles de la revolución se han preocupado en idiotizar a la población, vendiendo mentiras como verdades, convirtiendo al país en una gran aldea, minimizando su capacidad de discernir, para que acepten una única realidad, a conveniencia del caudillo de turno. Repartieron engaños, para convertir al venezolano en dependientes de un supuesto proceso bolivariano que los iba a redimir, pero los hundió en la peor miseria, tanto material como intelectual. Se han esmerado en sustituir las conciencias por consignas y las opiniones por dogmas que quieren a toda costa imponer el culto a la personalidad como política de Estado.

Satanizaron a aquellos que se esmeraban en sobresalir, eran catalogados de burgueses, pitiyanquis, escuálidos y oligarcas. Ya no se valoraba el esfuerzo y el mérito para surgir. Todos teníamos y tenemos que ser iguales en la mediocridad, en la vulgaridad, en la apatía, en la indolencia y en la incapacidad, porque quien trabaja, sueña y se esfuerza, termina mal porque es discriminado. Esto ha originado una nueva idiosincrasia en el venezolano, que está basada en la picardía, en la impunidad y en el sálvese quien pueda. Se alaba aquel que se comporta como un oportunista, vividor, arribista y delincuente, pero el honrado que se esfuerza, que cumple las normas y a pesar de las circunstancias, se esmera en ser un buen ciudadano, es descaradamente rechazado y a veces, perseguido por su mal ejemplo, porque el venezolano ya no se está labrando su futuro, lo está aguantando.

Ya en Venezuela todos los días son el mismo día, en el que la revolución es un derroche de abusos, en el cual la única ley que se cumple en esta tierra de gracia es la ley de la gravedad. Donde aprendimos a comer mierda sin hacer signos de repugnancia. Exaltando la ignorancia para así abonar el terreno para la demagogia. En todo momento se alaba la violencia guerrera y esconden las manifestaciones de la inteligencia, la paz, la tolerancia y el diálogo. Han creado su propia ética revolucionaria, que no es otra cosa que creer en las bondades de sus propios desmanes.

Ya la esperanza en este país es considerada una enfermedad mental. Se arroparon con la bandera de la patria, porque no tenían nada que decir y lo que es peor, trataron de ocultar lo que en verdad querían decir. Se han comportado como miserables, porque su finalidad era aprovecharse de la desgracia de los venezolanos, convirtiéndose en oportunistas para el engaño. En esto paró la utopía del socialismo del siglo XXI, en la más escalofriante estafa, ya que aquellos que no tenían nada ya lo perdieron todo, porque no han podido ni podrán construir una realidad diferente, ni han tenido el vigor de mantener un sueño, solo han sido exitosos en sostener una eterna farsa. Ahora, todos anhelamos con ver a un país distinto, es decir, el que teníamos antes de 1998.

Mi vida y la de todos, en la era bolivariana, se ha convertido en un azar de sobrevivencia y casualidades itinerantes. En un país donde impera la ignorancia y el idiotismo, haciendo malabarismo para no caer en el abismo de la mediocridad revolucionaria, porque se han esmerado en predicar el evangelio del odio, la intolerancia, la exclusión, la guerra y la destrucción.

Nos impusieron el silencio de los indignos, censurando los medios de comunicación social y bloqueando páginas web por el solo hecho de informar la verdad. Solo quieren divulgar una realidad blanqueada con lejía de la discriminación y lavada con el detergente de la opresión. Aprovechando que la nación está en ayunas de libertad y a una dieta estricta en apatía. Porque lo que hemos hecho lamentablemente muchos venezolanos a través de los años, fue edificar una vida desenfocada, viviendo a espaldas de la realidad y de frente hacia la conveniencia. Pero debemos esmerarnos en ser mejores, ya que la mediocridad no se imita, se supera.

Como dije algunas líneas atrás, ahora me toca a mí emigrar. Lo hago con el corazón en la boca. Llevando en mi memoria todas las cosas que pude disfrutar en este gran país, que me lo dio todo, desde la vida hasta mi consolidación como hombre, padre y profesional. En mi equipaje llevo añoranzas y dolor, angustias y sueños. Dejo en esta tierra todos mis afectos, que no caben en mi maleta, pero sí en mi alma. Arrastro una carga pesada en recuerdos, que seguirán en mí en lo que me quede de vida. Las fotos compensarán la ausencia física de mis familiares, las redes sociales ayudarán la comunicación diaria, pero extrañaré la cercanía y el calor humano que es compartir un mismo espacio.

Ahora, casi llegando a los 60 años, con mi vida resumida en una maleta de mano, voy en la búsqueda de nuevos horizontes, navegando mares desconocidos y andando en terrenos escabrosos, comprometiendo lo seguro, con la esperanza de encontrar algo mejor, porque desde que salí de Venezuela, mi fiel e inseparable compañera será la nostalgia y el vacío que solo puede ser llenado con uno mismo, cobijado con el tricolor nacional. Mi Venezuela, mi patria, te voy a extrañar.


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